Cruel abril
"April is the cruellest month, breeding lilacs out of the dead land, mixing memory and desire, stirring dull roots with spring rain". The waste land, T. S. Eliot.Abril es el mes más cruel. Como sabía T. S. Eliot, hace brotar lilas de la tierra muerta y mezcla la memorla y el deseo. En este abril de Europa, la primavera alemana aviva de igual modo el deseo y la rnemoria, constriñenJo la savia caudalosa de la unidad esperad.a. con la convocato:ría cruel de los recuerdos: pocas veces se han asociado tan estrechamente la. exaltación jubilosa Y la ansiedad, la esperanza voluntaria y el temor que anida en las raíces viejas.
Las lluvias de abril remueven mernorías y raíces, pero portan un único mensaje: en la hora cero de Europa es imprescindible recordar y olvidar; con este esquizofrénico consejo ingresamos en un siglo nuevo. Cultivar a un tiempo la amnesia y la memoria es probablemente el deber del presente, y nada lo expresa mejor quizá que algunos edificios en proyecto. SI estos edificios son museos, si estos museos lo son de historia, y, si esta historia es la de Alemania y la de Berlín, la polémica sirnbólica parece irremediable.
No hay construcción más conflictivarriente vinculada a la memoría que el museo: plaza pública,y lugar de culto, monumento e iglesia, sus muros albergan los objetos y las ceremonias a través de las cuales reconstruímos el pasado y nos dotamos de una historia común. El éxito clarnoroso de la exposición Velazquez, que se elausuró el día primero de este mes, por poner un ejemplo, tiene tanta relación con la historia del arte como con la historia sagrada: el acontecimiento configura el perfil del mito, y éste se inscribe en los relatos colectivos que dibujan nuestra identidad.
Para elaborar esas estructuras narrativas debemos escoger: escoger qué recordar, escoger qué olvidar. Y cuando lo que se olvida o se recuerda, lo que se suprime o se celebra, son episodios de la historia dramática del corazón de Europa, tanto los alemanes como los restantes pueblos del continente tenemos motivos para sentirnos concernidos.
Los museos a los que voy a referirme se levantarán en Berlín y ambos han sido objeto de concursos minuciosos, ganados ,en los dos casos por arquitectos extranjeros. El italiano Aldo Rossi construirá junto al Reichstag el Museo de Historia Alemana; el polaco Daniel Libeskind, la ampliación del Museo de Berlín, que recoge la historia de la ciudad desde 1870 y contiene también el Museo Judío. Pues bien, es dificil imaginar edificios más antitéticos: en su aspecto exterior, en su organízación interna y, sobre toclo, en su actitud ante la memoria, de la cual son seguramente manifestaciones secundarias su estilo o su estructura.,
La construcción del milanés Rossi tiene, desde luego, elementos biográficos -como las características columnas cilíndricas o los frontones apuntados-, pero es fundamentalmente un homenaje a la historia de Alemania. El museo se divide en varios pabellones que evocan diferentes momentos de la arquitectura alemana: salas repetidas con tejados puntiagudos que recuerdan la ciudad medieval y la construcción industrial tanto como el tradicionalismo de Tessenow; una rotonda cilíndrica y un pórtico que remiten a la arquitectura neoclásica y romántica de Schinkel; un paralelepípedo dentado, con fachadas de vidrio y metal, que proviene de la construcción racionalista de Behrens, Groplus o Mies van der Rohe... Así, con este collage heroico de fragmentos, el clasicismo metafísico del italiano reconstruye una historia sin grietas: en su museo, Alemania se recuerda con sosiego y sin trauma; la memoria es plácida, conforme y narcótica.
El proyecto de Libeskind, por el contrario, utiliza la memoria con violencia. Su museo expresa la historia dramática de Berlín a través de un bloque desnudo en forma de rayo; dentro de él, la presencia judía se recuerda con salas alineadas que se interrumpen con cada quiebro del volumen principal: los traumas de la ciudad son los abismos que rompen la continuidad de la relación entre los judíos y Berlín. Aunque la nación alemana se enfrente todavía con ambigüedad a la memoria del holocausto, esta construcción zigzagueante y adusta será su recordatorio permanente. Que un polaco construya un museo judío en Berlín es una ironía o una reparación histórica; y el que lo haga cuando la ciudad se halla en el umbral de proponerse como capital de Europa convierte el edificio en un exorcismo.
Los demonios que quieren ahuyentarse son los de los exterminios masivos, pero también los de las fronteras portátiles: sabemos que tienen la costumbre de aparecer juntos. No hay país que lo haya experimentado tan dramáticamente como Polonia: tanto sus fronteras occidentales, a lo largo de los ríos Oder y Neisse, como la línea Curzon, que define su límite oriental, están amojonadas con cadáveres. Hoy les inquietan los germanos de Pomerania y Silesia; pero este abril se cumple medio siglo de la matanza de Katyri, donde los rusos pasaron por las armas a un número incalculable de oficiales polacos, y es dificil que la efeméride pase inadvertida: Europa vive una primavera de fosas, una orgía obscena de memoria excesiva.
Esas palas que remueven raíces y osamentas están escarbando dolorosamente en un pasado abyecto: amenazan con sepultar el futuro bajo los escombros del pretérito. Sin embargo, es imprescindible recordar, como lo es también, y al mismo tiempo, utilizar las virtudes del olvido, amnistiar a través de la amnesia. Excavemos en la tierra muerta, pero no en busca de osarlos, sino con la intención de cimentar monumentos que recuerden y olviden, que denuncien y exculpen, que juzguen y perdonen.
Los museos berlineses de esta hora cumplirán su papel de forma complementaria: las díagonales airadas de Libeskind recordarán las fracturas y cicatr*ces de la historia; las columnatas herméticas de Rossi, los momentos mayores de la cultura germana. En la arquitectura deconstructiva del polaco se reconocerán las simas y las quiebras; en el historicismo del italiano, las cumbres y los logros. Así, a través de estos dos edificios tan polémicamente diferentes, van a representarse los alemanes en su recuperada capital; así van a recordar y olvidar; así van a construir las imágenes de su historia común.
Y si así recuerdan los alemanes, ¿cómo recordamos los españoles? Aunque el pacto de silencio de la transición adelante una respuesta, también aquí la arquitectura puede ofrecer su propia interpretación. Hace pocas semanas se fallaba un concurso para un museo madrileño: obligado a trasladarse por las necesidades de crecimiento del Prado, el Museo del Ejército se alojará, con otros usos culturales de Defensa, en un nuevo edificio de formidables dimensiones, frente al parque del Oeste y junto al antiguo Ministerio del Aire. Tanto el tamaño como el emplazamiento y el uso van a hacer dificil que pase inadvertido, y no es improbable que este gran edificio se convierta en uno de los más emblemáticos de la década que comienza.
Como en los casos de los proyectos berlíneses, también en Madrid el ganador del con curso ha sido un arquitecto ex tranjero, el portugués Álvaro Siza (el único de los participan tes que no era español). Para dójica o quizá simbólicamente, de nuevo aquí la interpretación de la historia se encomienda a Pasa a la página siguiente Viene de la página anterior un hombre del otro lado de la raya fronteriza, una línea que ha dibujado tantas marcas en la tierra como distancia en las cabezas y recelo en los talantes. Y el objeto de la interpretación no es otro que el Ejército español, cuya mención convoca todos los demonios y remueve todas las memorias familiares.
Enfrentado a este difícil ejercicio de homenaje y discreción, de memoria y olvido, Siza ha op tado por el silencio de las formas: su propuesta -la menos monu mental de las presentadas- reúne una colección de fragmentos delicadamente articulados que aluden tanto a la diversidad de los usos como a la heterogeneidad volumétrica del barrio; el museo se descoyunta y se trocea hasta ser casi doméstico. En contraste con el énfasis solemne del vecino ministerio -donde Luis Gutiérrez Soto evocó en los años cincuenta el sueño imperial a través del estilo granítico y severo de El Escorial-, el nuevo Centro Cultural de la Defensa se viste de paisano y calla.
Según parece, así hemos elegido recordar los españoles. Olvidando casi todo, prefiriendo el deseo a la memoria y renunciando a remover la tierra muerta. Cuando contemplamos esta primavera de Europa, atareada en desenterrar archivos policiales y cadáveres, agitada por un hervor de fronteras que se mueven y ,arrastrada por el vértigo de la memoria, resulta tentador ofrecer nuestra modesta y escéptica medicina: la amnesia cautelosa es curativa. Su empleo no les hará desde luego más lúcidos, pero es improbable que les haga menos felices. Decía Eugenio d'Ors que Madrid tiene abriles exquisitos. Ojalá podamos decir lo mismo en el futuro de esta Europa sumida en un cruel abril.
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