El diálogo posible
EL DEBATE sobre la cuestión de confianza a la que se sometió ayer el presidente del Gobierno ante el Congreso de los Diputados no sólo ha cerrado el período de interinidad política en que ha estado inmersa la vida pública tras las elecciones legislativas del 29 de octubre pasado. También ha dejado vislumbrar por primera vez la certidumbre de un diálogo entre el Gobierno y la oposición ante el reto europeo de 1993 y la nueva situación derivada de la revolución europea de 1989.El diálogo es deseable y factible, a juzgar por el tono de las respuestas dadas por la mayor parte de los líderes de los grupos de la oposición a la oferta de González. Y ello a pesar de las fuertes reticencias expresadas, con mayor o menor intensidad, por las formaciones parlamentarias sobre las verdaderas intenciones del Gobierno. Que el diálogo se encauce convenientemente queda, por el momento, en manos del Gobierno, si bien la posibilidad de que se traduzca en logros positivos para los ciudadanos es responsabilidad de todos los partidos.
Felipe González esbozó el marco y la metodología para esta fase consensual, recalcando, sin embargo, que sería un error de análisis identificarlos con una posición de debilidad del Ejecutivo, dispuesto a gobernar el resto de la legislatura. Parte de ese esquema es la comisión mixta Congreso-Senado, que constituye, a su juicio, el mecanismo adecuado para que la oposición reciba la información existente sobre la construcción europea y su incidencia en la realidad española. El presidente explicitó que los acuerdos previos que puedan alcanzarse no deberían condicionar las decisiones del Gobierno en las negociaciones europeas.
En los cuatro meses transcurridos entre la sesión de investidura y la de confianza celebrada ayer ha habido un elemento de evidente significación que ha contribuido a enrarecer las relaciones entre el partido del Gobierno y el resto de los grupos: el caso Juan Guerra y la actitud que ante él han adoptado los socialistas. Planeando este presunto asunto de tráfico de influencias en todas y cada una de las intervenciones de ayer, Felipe González le dio de nuevo la espalda y reiteró que en ningún caso la responsabilidad política que se atribuye al vicepresidente del Gobierno comporta su dimisión o cese.
Pese a que todos los grupos de la oposición disintieron de nuevo de esa infravaloración que González hace del caso Juan Guerra -llegando el PP e Izquierda Unida incluso a pedir la dimisión del vicepresidente del Gobierno-, eso no les ha impedido acoger positivamente la oferta del presidente de llegar a un consenso sobre los grandes temas nacionales: competitividad de la economía, elaboración de un nuevo concepto de seguridad europea, puesta al día de las infraestructuras y profundización del modelo autonómico, entre otros. Todo ello con vistas a mejorar la posición de España ante la fecha emblemática de enero de 1993. Sólo el representante del Partido Andalucista, Rojas Marcos, en una intervención incisiva y claramente enmarcada en la precampaña de las elecciones andaluzas, consideró como cuestión previa a cualquier pacto la exigencia de responsabilidades políticas por el caso Juan Guerra.
La disposición receptiva de la oposición a que se lleve a la práctica el diálogo propuesto por el Gobierno ha sido acompañada de condiciones razonables, entremezcladas con otras claramente maximalistas. Esta actitud graduada de los principales grupos de la oposición ante la oferta de diálogo del Gobierno tuvo su materialización en el momento de votar la cuestión de confianza: en contra, el PP, Izquierda Unida y parte del heterogéneo Grupo Mixto; abstención de Convergència i Unió, CDS y PNV; a favor, el Grupo Socialista y el diputado canario Mardones. Total: 176 votos a favor, 130 en contra y 37 abstenciones.
El líder del grupo mayoritario de la oposición, José María Aznar, confirmó su talla política en la primera intervención, es decir, en el discurso que llevaba preparado, pero flojeó en el resto. En una alocución razonada y con un tono de hábil moderación electoral, avanzó algunas de las condiciones necesarias para que el diálogo sea fructífero y no un simple contrato de adhesión incondicional. El líder de Izquierda Unida Julio Anguita, favorable también a un diálogo que viene obligado en parte por los acontecimientos europeos, quiso vincularlo -sin éxito- a un acuerdo programático previo con los socialistas, concretado en 25 puntos, con el fin de dar una significación tradicional de izquierdas al tan mencionado diálogo.
Conviene señalar, por último, el correcto tono de la práctica totalidad de las intervenciones parlamentarias, puesto que el ambiente previo al debate sobre la cuestión de confianza podía hacer sospechar una tensión y crispación entre la clase política que, a tenor de lo visto ayer -afortunadamente, TVE sí consideró en esta ocasión que el acontecimiento parlamentario merecía la pena ser televisado en directo a toda España-, parece más fruto del deseo de algunos que realidad constatable.
En cualquier caso, y a pesar de los distintos criterios manifestados sobre el contenido y el método del dialogo propuesto, de las diversas formas expuestas de concebirlo, de las fuertes dosis de desconfianza palpadas en el hemiciclo, parece haberse iniciado en el debate parlamentario de ayer una cierta voluntad común de las fuerzas políticas de abordar en conjunto los problemas que plantea a España la construcción europea. Mientras tanto, hay que gobernar y hay que hacer oposición.
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