La política económica en España y Alemania
Es de agradecer que el ministro de Economía se explique con claridad y ya está bien que se repita. En política económica si algo sobra es el oscurantismo y los cambios inesperados. A mí, que como quien dice acabo de aterrizar por estas tierras, me resultó muy instructiva la intervención de Solchaga en la XIII Reunión Costa Brava del Círculo de Economía. Si bien en muchos aspectos me parece que se está definiendo una política económica acertada, a mí las cuentas no me acaban de salir; quizá alguien me las pueda aclarar.A saber, y siguiendo mis recuerdos de la intervención de Solchaga, el Gobierno actual tiene un firme propósito de avanzar en el proceso de integración europea y pretende seguir el ejemplo de los países europeos más avanzados (aquí hay que leer Alemania) definiendo una política monetaria disciplinada y una política fiscal coordinada con dicha política monetaria. Por política monetaria disciplinada se entiende el reducir la inflación a las bajas cotas alemanas, estableciendo a tal fin un pacto social, y el no monetizar el déficit público. Por una política fiscal coordinada con la rigurosa política monetaria, se entiende el favorecer el ahorro privado sobre el consumo, dentro de un plan de desalentar el rápido crecimiento actual, que se considera desmesurado. En particular, dicha discip4ina gubernamental se debe reflejar en una reducción del déficit público, que debe ser cero en enero de 1993. Se reconoce, eso sí, la necesidad de garantizar el crecimiento de las inversiones en infraestructura.
El primer punto en que mis cuentas no cuadran es en el de la integración europea y la coordinación de las políticas fiscales y monetarias. Parece que hay una gran voluntad de avanzar hacia la unidad monetaria, si bien existen discrepancias en los ritmos y las formas. También parece que se entiende que las políticas monetarias y fiscales deben estar coordinadas a nivel nacional. Y menos claro me queda cómo se entiende que la coordinación de políticas fiscales se debe establecer a nivel europeo. De hecho, coordinación no es la palabra adecuada. Si se tiene un sistema monetario único (o una aproximación) y los mercados financieros están integrados, las políticas monetarias y fiscales de los distintos países están necesariamente coordinadas, es decir, la política fiscal de un país determinado está muy restringida por la actuación de los demás países. Así, por ejemplo, si ningún otro país europeo tiene déficit público y España se lanza a una ambiciosa política de inversiones p Úblicas, lo que en dicho contexto significa una política de endeudamiento, el país se puede ver en serias dificultades para pagar sus deudas ya que los capitales que han disfrutado de la política expansionista pueden decidir buscar mejor cobijo si se incrementan los impuestos en el momento que se deben pagar las deudas. En otras palabras, el problema de la coordinación de políticas fiscales no es tan sólo evitar que existan Luxemburgos a los que se escapen algunos capitales, sino también definir conjuntamente qué políticas son las más adecuadas. Éste no es un, problema sencillo ya que las necesidades de crecimiento de países como Alemania y España pueden ser (yo diría que son) muy distintas.
Pero para definir conjuntamente las políticas monetarias y fiscales hacen falta instrumentos -instituciones- adecuados, y éstos son aspectos bastante nebulosos en el panorama de integración europea. Éste no es un mero ejercicio de ciencia política ficción, ya que si no se establecen dichos instrumentos de decisión, las decisiones vienen dadas por las políticas de los países más dominantes (y/o de los más dispuestos a ofrecer rebajas). En este caso, la política de los demás países puede quedar reducida a una política adaptativa. Uno no deja de preguntarse si éste no es nuestro caso cuando vemos a Solchaga definir la política económica en términos de vamos a "alinearnos con los países europeos" corno Alemania, que tiene unos niveles bajos de inflación y de déficit y un crecimiento moderado.
Proceso de integración
En la medida en que un contexto de integración europea implica que las políticas monetarias y fiscales han de estar necesariamente y absolutamente coordinadas y que no existen órganos conjuntos de decisión, el adoptar una política adaptativa puede ser la única política razonable (¿posible?), y, si éste fuera el caso, deberíamos limitarnos a decir que Solchaga está haciendo su trabajo -en este caso, muy sencillo-. Sin embargo, ya sabemos que en economía -como en la vida misma- hay pocos absolutos. Las restricciones a las políticas monetarias y fiscales que impone el proceso actual de integración europea son muy reales (y valga todo lo dicho), pero no son absolutas. Por ejemplo, en el contexto español de las autonomías sucede un fenómeno parecido (las diferencias, sin embargo, son importantes e interesantes). En este contexto, y a pesar de que los vascos puedan querer su banco nacional, la integración monetaria es absoluta y la movilidad de los capitales, personas físicas, etcétera, grande. Es cierto (aunque no sé si está muy claro para todos los gobiernos autónomos) que las políticas fiscales de los gobiernos autónomos eran necesariamente coordinadas (y aquí no me refiero ni a las restricciones impuestas por el Gobierno central ni a los acuerdos de transferencias). Pero ésta es una cuestión de grado.
El Gobierno catalán, por ejemplo, puede decidir endeudarse para crear una nueva universidad (tema que me afecta), sin demasiado temor de que a la hora de cubrir dicha deuda se quede sin base impositiva.
Crecimiento rápido
Y éste es el segundo punto donde mis cuentas no cuadran. Solchaga habla de la necesidad de seguir un crecimiento moderado y de la necesidad de eliminar el déficit en poco tiempo, como dos objetivos o verdades que toda buena política económica debe perseguir, como si ésta fuese la conclusión de algún teorema general de la teoría económica. Sin embargo, la teoría económica pocos teoremas generales tiene y, en este caso, la teoría del crecimiento óptimo más bien sugiere lo contrario. Si un país quiere alcanzar el nivel de otros más avanzados, muchos modelos de crecimiento recomiendan un crecimiento rápido para ponerse lo más rápidamente posible a tono con los países a alcanzar. Si no es posible utilizar el crédito exterior, esto sólo se puede lograr mediante unas altas tasas de ahorro, pero esto no tiene por qué ser así si es posible endeudarse.
Estos resultados son algo más moderados cuando se tienen en cuenta las restricciones de políticas de que hablaba antes, pero no parecen justificar el que países con niveles distintos de capital deban perseguir las mismas tasas de crecimiento o sugerir que una política económica rigurosa supone acabar con los déficit públicos o de la balanza de pagos.
El mismo Solchaga reconoce que el nuestro es un país pobre en infraestructura. Yo añadiría que también es pobre en otro fáctor clave para el crecimiento económico: el capital humano. Esto sugiere que en el contexto europeo somos un país al que posiblemente no debe preocupar crecer más rápidamente que los más avanzados. En la medida que el contexto europeo actual nos da ciertos grados de libertad (lo que supongo hace que Solchaga tenga un trabajo interesante) no me acaba de cuadrar el que una política económica rigurosa se parezca tanto a la política que yo seguí en la citada reunión de la Costa Brava para decidir si vestirme informalmente o llevar corbata: miré a mis vecinos (¡y llevaban corbata!).
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