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Irak

Julio Llamazares

En la confluencia del Eufrates y el Tigris, cerca de Basora, en la región del sur de Irak, dice la leyenda que estaba el paraíso. Todavía se conserva de hecho, junto a Kurna, el poblado de adobe que preside la unión de los dos ríos, un árbol viejo y casi seco que los nativos aseguran es el de la fruta prohibida y, a sus pies, una huella borrosa, cuya fotografía aparece en las guías turísticas como la pisada de Adán. Tal vez por eso, en la última guerra, los soldados iraelíes que llegaron desde El Fao hasta las puertas de Basora, la legendaria cuna de Simbad el Marino, la vieja urbe portuaria que vigila la entrada del Golfo y del paraíso, traían colgada al cuello una llave para poder abrirlo y alcanzar el cielo prometido a quien muere en el campo de batalla, según el Corán. Nadie sabe si los muertos lo lograron. Pero los vivos no sólo no pudieron entrar en Basora, sino que con el tiempo acabarían perdiendo la guerra contra Irak. Quizá porque el paraíso ya no existe o quizá porque sus llaves no servían para abrirlo: eran de hierro y habían sido fabricadas en serie en Polonia.La guerra del paraíso, como algún comentarista llamó entonces a la sangrienta lucha que durante ocho años enfrentó a iraníes e iraquíes, no fue sino una más de las innumerables guerras que a lo largo de la historia han asolado la tierra de Irak. Este viejo país -el más viejo del mundo, el primero en el que el hombre aprendió a cultivar la tierra, domesticar a los animales, construir ciudades, dictar leyes, trabajar el barro y escribir - ha visto enfrentarse al hombre con el hombre muchas veces desde que, en algún lugar desconocido entre el Eufrates y el Tigris, Abel muriera a manos de Caín. Sumerios, acadios, babilonios, asirlos, pusieron hace miles de años los primeros cimientos de la civilización. Y persas, griegos, árabes, mongoles, invadieron sus tierras y arrasaron sus ciudades y sus campos, convirtiendo las riberas del Éufrates y el Tigris en un largo rosario de ruinas arqueológicas y de nombres de leyenda para la historia de la humanidad: Jarmo (el primer pueblo construido por el hombre), Tel al Suwan, Matara, Ur (la primera ciudad), Babilonla (la del Código de Hammurabi y el fabuloso imperio de Nabucodonosor), Nínive, Hatra, Persépolis... Desde las primeras invasiones de los persas hasta la última guerra con Irán, pasando por las ocupaciones sucesivas de los griegos, los árabes, los mongoles -que en 1258 arrasaron Bagdad y utilizaron los libros de sus bibliotecas para construir puentes y diques sobre el Tigris-, los turcos y, ya en el siglo XX, los británicos, Irak, la vieja Mesopotamia de la Biblia, el país de las mil y una noches, nunca ha conocido 1a paz.

La sangrienta y larga guerra de ocho años que enfrentó a iranies e iraquies -y que aún no ha terminado oficialmentefue, por su parte, sólo un capítu lo más en el enfrentamiento histórico que desde siempre han mantenido mesopotámicos y persas. Pertenecientes a etnias diferentes, guardianes ambos de los pasos entre Oriente y Occidente -antes, de los cambios de las especias y la seda, y ahora, de la ruta del petróleo-, y asomados sobre un Golfo que en los últimos tiempos se ha convertido en uno de los rincones más codiciados del planeta, mesopotámicos y persas, iraquies e iraníes, han vivido cas Siempre en pie de guerra. Esa enemistad histórica estuvo en e origen de la última contienda pero no fue, por supuesto, su único motivo. El control de Chat el Arab, el pantanoso estuario formado por el Eufrates y el Tigris en la boca de un Golfo que constituye la principal re serva y la única salida al mar del petróleo de Irak; el enfrentamiento ideológico entre dos concepciones políticas radical mente distintas, la del baazismo de Irak, que cree en el progreso material, el secularismo de la sociedad y el nacionalismo, y la del jomeinismo teocrático, tradicionalista y panislámico, y el odio personal entre dos hombres, el presidente iraquí, Sa dam Husein, una especie de Napoleón del mundo árabe arrogante y pagado de sí mismo, y el iluminado y mesiánico imam Jomeini, que unía a su ambición imperialista un anti guo rencor por su expulsión de Irak, donde había estado exiliado -a cargo del Estado- nueve años, hasta que, por intereses políticos, Sadam Husein decidió expulsarle del país, fueron entre otras muchas, las principales causas de una guerra que ha dejado en ruinas numerosa ciudades, provocando el hundimiento económico de los dos contendientes y sembrado de cadáveres las trincheras de amboslados.

Se calcula en casi un millón el número de muertos causados por aquella larga guerra, que ha sido considerada como una de las más crueles y sangrientas desde la II Guerra Mundial. De esa cifra total, las dos terceras partes correspondieron a solda dos iraníes, y la tercera parte restante, a iraquíes (a cambio, la proporción se invertía en cuanto a prisioneros capturados). No es extraño por ello que todavía hoy, a año y medio ya del alto el fuego, en Irak haya movilizadas 20 quintas, que las calles de Bagdad estén llenas de lisiados y mujeres enlutadas -la mayoría de ellas, viudas de entre 20 y 30 años- o que en la medianoche del 19 de agosto de 1988, día en que el entonces presidente iraní, Alí Jomenci, aceptara el alto el fuego (y la derrota) con aquella frase histórica -"Tomo esta decisión como si fuera una copa de veneno"-los iraquíes se echaran a la calle y vivieran una noche de delirio colectivo que al Final vendría a sumar 600 muertos más a los muertos de la guerra que acababa: en medio del delirio general, la gente comenzó a disparar sus armas desde las ventanillas de los coches y desde las azoteas de las casas, e incluso alguno aprovechó para, ajustar algunas cuentas personales. Pero a año y medio ya del alto el fuego, y mientras la gente intenta poco a poco recuperar la normalidad perdida, en la capital del país, la legendaria Bagdad de las mil y una noches, la ciudad circular construida junto al Tigris por el califa abasí Abu Jaafar al Mansur, la cuna de Sherezade. lo soldados continúan vigilando cada calle y cada esquina, la baterías antiaéreas apuntan ha era el cielo entre las torres de las mezquitas, y en Basora, en el norte, y a lo largo de toda la frontera con Irán, dos millories de soldados continúan vigilando el alto el fuego armados hasta los dientes y prestos a disparar. Poco queda en Bagdad de los míticos tiempos de las mil una noches. Salvo su bella y antigua Munstansiriya (la primera universidad del mundo islámico, construida en 1226 y famosa por sus estudios de matemáticas), su viejo zoco arruinado (el mismo que diera vida a Aladino, entre otros muchos personajes literarios en aparcamiento), las barcas de los pescadores del Tigris y las impresionantes cúpulas recubiertas de panes de oro de las mezquitas, Bagdad e hoy una ciudad reconstruida por completo, no por causa de Pasa a la página siguiente Viene de la página anterior los daños de una guerra que apenas si sufrió directamente (sólo cuatro misiles cayeron sobre ella durante la llamada guerra de ciudades), sino por el afán occidentalizador de un régimen que, olvidando su propia cultura, ha tirado las viejas casas árabes de patios interiores y galerías de madera sobre el río para alzar en su lugar gigantescos edificios construidos en el más puro estilo del realismo social. Con un estilo arquitectónico que cobra su máxima expresión en algunos monumentos oficiales (como el del Soldado Desconocido, una especie de almeja gigantesca alzada sobre una inmensa masa de cemento, o el de los Mártires, una gran cúpula azul partida en dos y asentada sobre un (,entro de exposiciones subterráneo) y que se corresponde fielmente con el aspecto externo de las gentes que lo habitan, salvo en el barrio de Kadhimia, refugio tradicional de los shiíes y vigilado día y noche por el Ejército, la mayoría de los habitantes de Bagdad han adoptado en sus atuendos las costumbres y los usos europeos, relegando a la categoría del pintoresquismo sus tradicionales -vestimentas musulmanas.

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Por lo demás, la vieja Bagdad ha sufrido en los últimos tiempos otras transformaciones importantes. La religión, por ejemplo, que antes impregnaba por entero la vida de la ciudad, ahora se halla confinada en las mezquitas y vígilada muy de cerca por un Gobierno que, aunque mayoritariamente musulmán, recela de una fuerza espiritual que en otros países islámicos se ha convertido en los últimos años en una verdadera bomba de relojería. Las mujeres continúan ocupando una situación secundaria (todavía se mantiene, por ejemplo, la costumbre de concertar las bodas entre los padres, con derecho del novio a rechazar a la elegida, pero no de ésta a hacer lo mismo), pero la guerra ha contribuido indirectamente a liberarlas: durante todos estos años, con los hombres en el frente, ellas tuvieron que ocupar sus puestos de trabajo, y ello les permitió, por primera vez en la historia, salir de casa, aunque todavía les esté prohibido entrar solas en los bares, y en muchos de ellos, ni siquiera acompañadas. El comercio callejero continúa subsistiendo -todavía es común en el zoco la imagen del vendedor de patos, de carpas del Tigris, de limones de Basora, de granadas-, pero la mayoría de los habitantes de Bagdad compran ya todas las cosas en comercios y almacenes pretendidamente occidentales. Y Alí Babá y sus 40 ladrones forman, en fin, parte ya, de la leyenda: en Irak, las penas por robo oscilan entre la horca y los 20 años de cárcel. lo cual hace de Bagdad una de las ciudades más tranquilas, excepción hecha, claro está, de las inevitables peleas callejeras y de la presencia de los soldados que patrullan día y noche por sus calles. el otoño de 1988 -a tres meses de acordado el alto el fuego, y con ocasión de una visita junto a otros periodistas y escritores españoles- pude observar en Bagdad -y que en parecida forma vi también en otros sitios del país-, han sido propiciados por el hombre que desde hace 16 años gobierna Irak de manera estrictamente personal: el presidente Sadam Husein. Originario de una pequeña aldea del interior del país, perteneciente a la minoría sunní (minoría que acapara, sin embargo, la mayor parte de los altos cargos), aupado al poder tras un golpe de Estado -el segundo que intentaba-, jefe del Consejo Revolucionario que dirige el partido único Baaz, de carácter socialista y autodenominado padre de la patria, Sadam Husein constituve un ejemplo de político de gran implantación en el mundo árabe, pero de difícil homologación en el occidental. Paternal, populista, arrogante, tan arrogante y pagado de sí mismo que no admite la más mínima crítica ni consejo, ni aun de sus propios ministros, convertidos de este modo en simples guardaespaldas o ayudantes, su omnipresente imagen ocupa por completo el paisaje y la vida del país. Su retrato aparece cada día, inevitablemente, en las portadas de todos los periódicos, preside todas las plazas, calles, puentes y edificios oficiales, observa a los clientes desde las paredes de todos los bazares y los bares -el comerciante que no tiene colgado su retrato es sospechoso ya por eso de estar en contra de él- e incluso guarda el tiempo impreso en los relojes de muchos iraquíes. Sus discursos, pronunciados en directo por la televisión, aparecen en seguida publicados en todos los idiomas importantes (hoy por hoy, el presidente es el más prolífico escritor iraqui, con más de 450 libros publicados); fotografías de su vida llenan todos los museos, y aeropuertos, carreteras, cuarteles y colegios son bautizados cada día con su nombre. Hasta una colonia hay que se llama como él.

Pese a todo, y quién sabe si tal vez por eso mismo, el carisma que el presidente Sadam tiene entre los iraquies es difícilmente hallable en otro líder. Conocedor de la mentalidad e idiosincrasia de su pueblo, gran comunicador y consciente del valor popular de su propia arrogancia, Sadam Husein ha sabido sacar fruto de sus logros más notables: la nacionalización del petróleo, la reinversión de los beneficios del crudo en medidas sociales y, sobre todo, la victoria en una guerra en la que los iraquíes parecían perdedores de antemano (Irak tiene la tercera parte de la población que Irán), gracias principalmente al apoyo recibido de una comunidad internacional controlada por Estados Unidos y asustada por el fanatismo irani, y que el presidente Sadam utilizó hábilmente para, asumiendo el papel de bueno de la película, aprovisionarse de armas sin problemas y utilizarlas, incluso contra los suyos, sin la menor cortapisa ni consideración. Tal es su carisma entre los iraquíes, que Sadam no sólo se permitió retar a su rival Jomeini en el transcurso de la guerra a convocar en sus países sendos referendos personales, sino que en ocasiones ha llegado a extremos tales de soberbia que rozan lo grotesco. Habiendo hecho un duro régimen de adelgazamiento, ordenó hacer lo mismo a todos sus minístros, so pena de ser despedidos de sus cargos. Y hace año y medio encarceló personalmente a un hijo suyo que había matado en circunstancias extrañas a un guardaespaldas, sabiendo que todo el pueblo, comenzando por la propia familia del muerto, iba a pedir al día siguiente su libertad. Una de las últimas muestras de su soberbia -por el momento- ha tenido lugar hace solo unos días con la condena del periodista británico Farzad Bazoft, acusado de espionaje y ejecutado en la horca (quizá con la llave del paraíso colgada del cuello) sin atender ninguna de las numerosas mediaciones y presiones de la misma cornunidad internacional que le apoyó en su guerra contra Irán.

Mientras tanto, muchos siguen pensando todavía, como pasó con Ceaucescu, que este hombre despiadado y megalómano, que provocó una guerra de más de un millón de mucirtos, que ha llevado a la miseria a un país empapado de petróleo y que ha impuesto a su pueblo una represión feroz (las fronteras del país están cerradas para todos los iraquíes, salvo para los mayores de 55 años que quieran ir a La Meca, y la carencia de libertades es total), sigue siendo el bueno de una película que se rueda lejos de aquí.

Julio Llamazares es escritor.

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