Monstruos interiores
UNO DE los trucos más habituales en las películas de terror de segunda categoría suele ser el de un plano general sobre un lago en el que las aguas tranquilas se ven de pronto convulsionadas por el surgimiento desde sus profundidades de un ser monstruoso.Noticias como la de que la niña malagueña Montserrat Sierra, portadora del virus del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), tuvo que acceder al colegio bajo protección policial para recibir su correspondiente clase en un aula vacía es el equivalente en el ámbito de lo social al momento en que surge inesperadamente lo terrorífico de entre las tranquilas aguas de las conciencias. Pero, en esta ocasión, el monstruo lo llevamos dentro: es el de la ignorancia, la insolidaridad y la intolerancia.
No es un problema circunscrito a una determinada comunidad, ni resulta fácil su solución, pero el sentido común induce a respetar la opinión unánime de los expertos y estudiosos del SIDA de todos los países en señalar la imposibilidad de transmisión del mal salvo por vía sexual o transfusiones sanguíneas.
La reacción frente a casos como el de Montserrat Sierra, pero también frente a la convivencia con minorías étnicas como los gitanos, la construcción de centros penitenciarios, la planificación de locales para la rehabilitación de drogadictos o la creación de zonas de descanso para las prostitutas, conlleva automáticamente la organización de movimientos vecinales que se oponen radicalmente. La ley en estos casos ha demostrado ser mucho más comprensiva con los problemas del ser humano que buena parte de los ciudadanos. Es el monstruo que todos llevamos dentro.
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