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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Paz en Nicaragua

VIOLETA CHAMORRO, líder de la Unión Nacional Opositora (UNO) nicaragüense, podrá tomar posesión de su cargo pacíficamente el 25 de abril, dos meses después de ganar arroll adoram ente las elecciones, al darse las condiciones plenas para que ello ocurra sin más alteraciones.No bastaba con que la victoria de la UNO se hubiera producido en las urnas. Era necesario, además, que se relajara el antagonismo ideológico que había conducido a casi 10 años de una guerra civil en la que se enfrentaron el Ejército Popular Sandinista (EPS) y la Resistencia Nicaragüense (RN, más conocida como contra). El primero, brazo armado de la revolución que había destronado a la familia Somoza; el segundo, instrumento surgido después de que el sectarismo de los comandantes, líderes del sandinismo, alejara del poder a muchas de las fuerzas que habían estado a su lado en la lucha antisomocista. El problema se complicaba aún más por el exiguo caudal ideológico de la contra, adulterado por un apoyo estadounidense sin el que no habría podido sobrevivir.

Los dos grandes bloques rivales tenían que ponerse de acuerdo sobre cómo llevar a cabo la difícil transición. No cabe ignorar el fundamental papel mediador y pacificador desempeñado por el cardenal Obando, primado de Nicaragua, en todo el proceso. Pero para que éste diera fruto alguien tenía que empezar cediendo. Sería injusto escatimar a los políticos de la UNO el mérito de haber sido los primeros en amoldarse a la nueva etapa. El pasado viernes 23 de marzo se firmó en Honduras el acuerdo de Toncontín, por el que los líderes de la contra se comprometían con el representante de Violeta Chamorro a desmovilizar, en presencia de los cascos azules de la ONU, a todos los efectivos que quedaran en Honduras antes del 20 de abril. Además, se establecería en territorio nicaragüense una zona de seguridad, también garantizada por la ONU, en la que se procedería posteriormente al desarme de todos los integrantes de la contra para su reintegración pacífica y sin represalias a la vida civil. Es decir, "vivir para ver". No era fácil que ello ocurriera pacíficamente. Lo ha demostrado la masiva entrada de contra armados a Nicaragua y alguna actividad guerrillera posterior en las provincias del Norte.

Menos de una semana después de Toncontín, representantes del sandinismo y de la UNO, reunidos en Managua, pactaban la transición pacífica del poder, fijándola para el 25 de abril. Para ello se acordaba la desmovilización de la mitad del Ejército sandinista, la suspensión del Servicio Militar Patriótico -reclutamiento obligatorio al servicio de la revolución-, el mantenimiento de los jefes militares en sus puestos y la despolitización de las fuerzas armadas, que quedan así sometidas al mando civil de la nueva presidenta. Ello llevó, a su vez, al Consejo de Seguridad de la ONU a ampliar el mandato y contingente de los cascos azules para garantizar así el desarme total de los guerrilleros. Lo que, dicho con otras palabras, debe llevar al progresivo incremento de la confianza mutua. Debemos congratularnos de ello: la paz verdadera es siempre cosa de dos.

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