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Religión

Si los niños se montaran sus propios planes de estudios, nos llevaríamos más de una sorpresa. Al fin y al cabo son ellos los que mejor conocen aquello que ignoran. Una escuela regentada por niños tendría clases de antropología robótica, de aerodinámica del monopatín o de lexicografía de la jerga rockera. Saber es en el fondo un adiestramiento de la vida, y a veces les adiestramos hacia vidas irreales que nunca existirán fuera de los libros. Ahora, por ejemplo, se habla mucho de la religión en los planes de estudios. Dicen que los propietarios de la finca religiosa pretenden que entre todos les paguemos sus catequesis infantiles. Los otros, en cambio, se visten con el sayo de la laicidad y arremeten contra todo aquello que huela a incienso en las aulas. Ya no hay clericales y anticlericales, pero los beatos de las ideas fijas necesitan enemigos para ganarse el cielo, y a falta de demonios, se los inventan.Cuando la religión escolar es sinónimo de doctrina parece como si el cerebro de los niños fuera más plastilina que nunca. Pero cuando la escuela ignora sistemáticamente la historia de la religión, los niños pueden llegar a confundir una ermita románica con una discoteca, y un Cristo barroco, con un héroe de breakdance. En este combate casi tridentino entre los artesanos de la razón y los conserjes del cielo conviene introducir en los planes de estudios alguna asignatura que sea tan laica como útil. No por ocultar la tradición cristiana de este país se niega su existencia. El paisaje muestra los trazos del diálogo del hombre con sus temores y trascendencias. Y conocer el barniz cristiano del entorno sin la obligación de barnizarse forma parte de esa imprescindible cultura de la religión sin la cual ningún niño en edad escolar entendería nada de lo que somos.

El niño es el padre del hombre, decía Freud. Hablemos a los niños de la cultura de las fes. Y dejemos la religión en la voluntariedad soberana del adulto. Todo lo demás son vestigios de hegemonías caducadas.

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