¿El fin del modelo sueco?
Sobre el modelo sueco existe una anécdota famosa. El domingo en que se celebraron las elecciones de 1976, cuando el tema principal de la campaña electoral habían sido los llamados fondos de los trabajadores -inversores institucionales colectivos que permitían una participación de los trabajadores en el crecimiento del capital-, un Jaguar azul oscuro estaba estacionado delante del Gran Hotel de Saltsjöbaden. Sobre el cristal trasero podía leerse en forma de pegatina el siguiente anhelo: "El pueblo es contrario a los fondos de los trabajadores". Y, en efecto, el pueblo se había impuesto. A partir de 1976, Suecia fue dirigida durante seis años por Gobiernos burgueses.Esta fase de dominio liberal-conservador no rompió, sin embargo, la hegemonía socialdemócrata en Suecia. La derecha sueca no disponía de una Margaret Thatcher, y, al parecer, la presión del sufrimiento de la burguesía -por ejemplo, de la industria y de la nueva clase media - no era lo bastante grande. El Gobierno del Capeto burgués forzó una salida de la energía nuclear que hasta entonces había asegurado a la industria maderera y metalúrgica sueca una pequeña ventaja sobre la competencia: era barata. En total, los burgueses no modificaron el modelo sueco; aumentaron incluso la carga fiscal, incrementaron el gasto público y elevaron la cuota estatal. Si ahora, en 1990, se habla de un fin del modelo sueco, no es el mérito de una oposición cada vez más fuerte, sino la culpa de la socialdemocracia.
La dimisión forzada del primer ministro, Ingvar Carlsson (que próximamente dependerá del Partido del Centro Agrario en un Gobierno minoritario), fue la consecuencia del intento fallido de los socialdemócratas de realizar una autocorrección. Kjell-Olof Feldt, el ministro de Hacienda socialdemócrata, había fracasado con el paquete de medidas urgentes con que intentaba frenar la fatídica espiral del aumento de los salarlos y de los precios. Durante dos años pretendía congelar salarios, precios, alquileres, dividendos e impuestos comunales, y enfriar el mercado de la construcción en las grandes ciudades por medio de un gravamen a la inversión. A este clásico frenazo general se enfrentó una amplia oposición, desde los comunistas hasta los conservadores, pasando por los verdes. La derrota del Gobierno de Carlsson parece proporcionar un excelente argumento a la derecha europea. Si ahora que había fracasado el socialismo real en el bloque del Este sucumbía también el modelo sueco, podría anunciarse tranquilamente que el socialismo había muerto en cada una de sus variantes. Por fin estaría justificado el cartel que ya pegaban los conservadores alemanes occidentales a mediados de los años setenta y que han exportado ahora a la RDA: "Libertad en vez de socialismo".
La izquierda europea no debería tomar a la ligera la derrota de Feldt. De hecho, la economía sueca padece serios problemas. La cifra media de enfermos entre los trabajadores industriales es, con un 25%, grotescamente alta. La industria y el comercio de Suecia padecen una falta aguda de personal. El sector público pasó, entre 1970 y 1990, de 1,0 a 1,7 millones de empleados, y absorbió casi toda la mano de obra nueva, sobre todo femenina. El peligro de que se produzcan procesos inflacionistas no puede negarse, pero sobre todo falta el crecimiento y las inversiones. Es posible que, desde un punto de vista sueco, Kjell-Olof Feldt haya pisado el freno con excesiva brutalidad. Pero en el fondo ha visto correctamente que la economía sueca necesita una urgente reanimación. La reforma fiscal propuesta por él y su proyecto de invertir más en la provisión de empleos y en la readaptación profesional que en subsidios al paro son sin duda acertados. El mayor peso que se concede a las comunas en la política del mercado de trabajo constituye también una medida oportuna. El alcalde, que ve a los parados delante de su propia puerta, actúa con mayor diligencia y eficacia que una burocracia central.
Sobre los fondos de los trabajadores y su utilidad podrá discutirse lo que se quiera, y hay que reconocer que el criterio que se impuso finalmente no tenía mucho que ver con la idea original del reformador social Meidner. Pero no puede negarse que ti ene sentido que los trabajadores participen del crecimiento del capital, y de esta manera una parte de los ingresos de los trabajadores quede en la empresa para reservas e inversiones. Muchos sindicatos de Europa siguen temiendo todavía que de esa manera se desarrolle un pequeño capitalismo. En realidad, los fondos ofrecen la posibilidad de limitar las absurdas luchas por la cuota del salario y la cuota del beneficio, y evitar, o al menos paliar, la funesta división de la sociedad entre los que poseen y los que no poseen.
El futuro no está sondeado, pero encierra la posibilidad de que el continente europeo esté en vísperas de una época socialdemócrata. En la RDA se vislumbra una mayoría socialdemócrata, y en otras partes de Europa oriental, la socialdemocracia es también la única alternativa realista a la derecha. Pero dondequiera que la socialdemocracia desempeñe un papel, surgirá el debate sobre el modelo sueco.
Peter Glotz ha sido secretario general del SPD de la República Federal de Alemania y actualmente es diputado por este partido.
Traducción: Anton Dieterich
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