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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Crueldad, espanto

UN HOMBRE que intentó evitar la muerte de otros seres humanos fue, a causa de ello, asesinado por los amigos de esas personas cuya vida intentaba salvar la víctima. ¿Cómo explicar a alguien -por ejemplo, a los hijos de los miembros de los GRAPO o a los de quienes los alentaron, desde fuera, a seguir hasta el final- lo ocurrido el pasado martes en Zaragoza?José Ramón Muñoz Fernández se negó a lavarse las manos -como hicieron otras personas- ante el grave conflicto moral planteado por los presos de los GRAPO que se declararon en huelga de hambre y se resistieron a ser alimentados incluso en peligro inminente de muerte. Ante esa situación cabían tres actitudes: no forzar la alimentación, aunque ello supusiera la muerte de varias personas; ceder a las reivindicaciones de los huelguistas para evitar su muerte; evitar la muerte, aunque fuera mediante la alimentación forzosa. Las dos últimas comparten el mismo principio básico, aunque se diferencian por los medios propuestos para su cumplimiento. Ese principio consiste en que en manera alguna podía consentirse, mediante la pasividad, la muerte de unos seres humanos que no deseaban morir -a la manera como lo desea un suicida-, sino evitar su dispersión en varias cárceles. Además, su decisión de llevar la protesta hasta la irreversibilidad de la muerte no podía considerarse individual y libre, sino colectiva y sometida a condicionantes de hecho casi insalvables.

Para quienes aceptasen ese fundamento básico (evitar muertes evitables), la opción entre las dos alternativas dependía de la valoración sobre los males que se derivarían de cada una de ellas y de otras circunstancias. En principio, el riesgo más evidente de ceder a las reivindicaciones de los huelguistas era que podría abrir paso a eventuales movimientos similares, y tal vez por objetivos más comprometidos para el sistema democrático, por parte de otros colectivos de presos más numerosos. En todo caso, para un médico implicado contra su voluntad en el dilema moral, la salida de acceder a las reivindicaciones escapaba a su voluntad. Teniendo que elegir entre la vida y la muerte de sus semejantes, José Ramón Muñoz planteó ante el juez de vigilancia penitenciaria de Zaragoza una petición, alegando "objeción de conciencia", contra la resolución judicial de que sólo en caso de pérdida de consciencia de los huelguistas podrían éstos ser alimentados. La petición fue desestimada, no obstante lo cual, una posterior resolución de la Audiencia Provincial autorizó la alimentación forzosa de los pacientes, que se recuperaron y actualmente se encuentran en la prisión de Torrero.

El terrorismo contemporáneo se caracteriza por su tenaz resistencia a cualquier explicación racional. Hasta el punto de que su eficacia amedrentadora es proporcional a la arbitrariedad con que procede: cuanto más ciego o inexplicable, mayor será su efecto intimidatorio. Y si bien es imposible establecer jerarquías cuando de la muerte de seres humanos se trata, difícilmente podrá imaginarse un grado de abyección y espanto comparable al alcanzado en Zaragoza.

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