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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Madrid, por ejemplo

LAS DIFICULTADES del tráfico se han convertido en una pesadilla cotidiana para millones de habitantes de las grandes ciudades. En México, en Los Ángeles, en Roma o en Atenas, los nervios de conductores, usuarios de los transportes públicos y peatones son severamente puestos a prueba cada día por una situación que no deja de agravarse. Los nervios y todo el resto de su organismo, sometidos a una creciente contaminación aérea y acústica y amenazados por los accidentes urbanos. Aquí y allá se han ensayado diversas iniciativas orientadas, cuando menos, a evitar que la cosa vaya a más. Con un denominador común: la restricción de acceso de los vehículos privados a determinadas zonas de los cascos urbanos. Prohibición total, excepto para los residentes, en Milán; establecimiento de tasas elevadas para los conductores que entren en la zona crítica, en Estocolmo; alternancia, según las matrículas de los coches sean pares o impares, en el libre acceso a esas zonas, en Atenas.En una de las ciudades europeas con una circulación más caótica, Madrid, el grupo de concejales de Izquierda Unida, con el apoyo de otros colectivos, ha lanzado la iniciativa de organizar una especie de referéndum informal genéricamente orientado a sondear la opinión de los ciudadanos sobre la posibilidad de introducir restricciones al uso en el centro de la capital y vías de acceso al mismo de los vehículos privados. Más allá de las reticencias que pudieran aducirse sobre la forma concreta como la cuestión ha sido planteada, la iniciativa va en la buena dirección. La experiencia internacional parece demostrar, en efecto, que otro tipo de alternativas, y en particular las que ponen el acento en la mejora de la red viaria de superficie, resulta poco eficaz, por más que a veces sean imprescindibles como parte de un plan más general.

Madrid cuenta con un servicio de metro bastante bueno. No obstante, el número de usuarios del mismo descendió sensiblemente a partir de 1985; es decir, desde que la favorable situación económica disparó las ventas de automóviles. últimamente, sin embargo, el número de viajeros del metro ha vuelto a aumentar, sin duda en relación con el creciente caos circulatorio. Los expertos consideran que una mejora del sistema vial, por pequeña que fuera, provocaría un aumento más que proporcional del número de vehículos en circulación, por lo que el problema no sólo no se resolvería, sino que en un plazo relativamente corto se agravaría. Entonces, la voluntad de desalentar, y no estimular, el uso del automóvil privado deberá ser seguramente factor imprescindible de toda política de circulación urbana en el futuro. La forma como se haga, y en particular las restricciones al tráfico rodado que se establezcan, dependerá de circunstancias específicas de cada ciudad.

Por ello, la iniciativa de Izquierda Unida es, en términos generales, oportuna, al menos en su función estimulante del debate sobre la cuestión. Dicho esto, resulta lamentable que los impulsores de la misma hayan caído en la tentación de plantearla en unos términos bastante demagógicos. Por una parte, el referéndum es una forma posible de legitimar democráticamente la solución adoptada, no la solución misma. Por otra, que uno de los términos de la alternativa planteada a los ciudadanos sea si están de acuerdo en que todo siga igual -o sea, el desastre actual- resulta puerilmente engañoso. Si Izquierda Unida piensa que es imprescindible restringir drásticamente el acceso de los coches privados al casco urbano debe defenderlo así en su programa y eventualmente proponer que la decisión sea refrendada popularmente. Tal como se ha planteado, existe el riesgo de que únicamente quienes comparten la solución propuesta por los promotores respondan a la cuestión, con lo que la consulta resultaría escasamente representativa.

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