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El problema de la pacificación

Opina el autor del artículo que Nicaragua se encuentra ante la difícil situación de compaginar un resultado electoral imprevisto, con los importantes restos de una guerra de baja intensidad, la contra, apoyada por Estados Unidos y que, inevitablemente, debe disolverse sin ningún tipo de dilación.

¿Cuál es el presente nicaragüense después de las elecciones? ¿Cómo se puede entrever el futuro inmediato? En esta historia dura y singularísima de Nicaragua no sólo ha resultado sorprendente el resultado de las elecciones; contradiciendo tantas expectativas y encuestas, lo era también el espectáculo de las calles de Managua, tras conocerse los resultados el día inmediatamente siguiente al acto electoral. Un espectáculo negativo, en que la celebración brillaba por su ausencia, en que el silencio y la inexistencia de la habitual fiesta triunfadora parecían pesar sobre el extraño y desgarrado panorama de esta ciudad, habitada por enormes espacios vacíos, desde aquel terremoto del cual no pudo recuperarse después que las fauces de Somoza devoraran la ayuda internacional. Diríase que se prolongaba la invisibilidad de la UNO sobre las tierras y ciudades de Nicaragua durante la fase preelectoral, cuando junto a la masiva propaganda sandinista podían apreciarse más pintadas de partidos menores, como el PUCA o el PSC, que de la coalición vencedora. Y así -aunque otras interpretaciones de estos hechos quieran explicarlos en meros términos de miedo- se hacía perceptible el sentido del voto que ha dado el triunfo a la UNO. Un voto básicamente negativo, coherente con la aglutinación de los 14 partidos de la UNO en torno a un esfuerzo fundamentalmente negador. Un voto producto de la frustración ante la sangría de la dilatada guerra y la penuria consecuente, que los sandinistas, en su triunfalismo y en su contención de la inicial política social, habían olvidado. Y el cual, apenas materializados sus resultados, palpaba sus límites, la oscuridad de su sentido derrotado. Hasta el punto de que, según pude comprobar en algunos casos -aunque ello parezca increíble-, apenas emitido, se arrepentía ya de su opción.La fuerte impresión de aquel silencio inmediato se agudizó por contraste, el día posterior: nuevamente las plazas de Managua se llenaron de vida. De una vida multitudinaria y enfervorecida. Eran los sandinistas que retornaban, rehaciéndose de los adversos resultados electorales, después de la reunión de Daniel Ortega con los cuadros del Frente, para proclamar la continuidad de su lucha, su voluntad de mantener las conquistas que han llenado una década de la historia nicaragüense.

Autocrítica

Por muy exteriores que estas imágenes aparezcan no dejan de revelar la difícil situación en que Nicaragua se encuentra sumida. De una parte, el Frente Sandinista, el partido más votado en cuanto tal, el que posee mayor implantación y organizacón; de otra, una heteróclita coalición ganadora que agrupa desde los conservadores hasta los partidos socialista y comunista, aferrados a sus dogmas. De un lado, la épica sandinista, que debe afrontar la autocrítica y el ajuste racionalizador de su política en el nuevo marco; de otro, el cansancio, el agotamiento que ha alzado hasta la victoria a viejos intereses. Y tras él, la guerra de baja intensidad, conducida por la Administración estadounidense; triunfante, no por cierto de un modo militar y total, pero sí decisivo, a través de sus consecuencias sobre sectores de la población, fuertemente deprimidos, que en 1984 votaron por el sandinismo y ahora lo han hecho en oposición a él.

Tal y tan singular es el juego de fuerzas y estados de ánimo, llamado a afrontar una bien áspera realidad. Está, en primer lugar, el problema de la guerra, más apremiante aún que el económico. Y muy concretamente, la presencia de la contra en la frontera. La urgencia de su disolución parece ser sentida por todo el mundo, excepto por ella misma, y -según es de temer- por la Administración estadounidense. Ya el hecho de que se hayan realizado las elecciones sin el previo desmantelamiento de esta fuerza, que, haciendo gala de su espíritu democrático, asaltó algunas juntas de recogidas de votos, resulta gravemente anómalo y, sin duda, no ha dejado de pesar sobre los resultados, en cuanto la anhelada paz aparecía como algo aún no conseguido por el Gobierno sandinista. ¿Hasta cuándo se pretende mantener este agente de presión y violencia sobre la vida nicaragüense?

Pretende la contra -que incluso parece haber soñado con un desfile triunfal, regalado a su impotencia militar, hasta Managua, para deponer allí las armas- demorar su disolución hasta la investidura de la nueva presidencia, también hasta la paralela disolución del Ejército regular, el Ejército Popular Sandinista. Tal dilación y condiciones son insostenibles. Después que Daniel Ortega ha aceptado públicamente el resultado adverso de las elecciones y se ha comprometido a entregar el Gobierno en la fecha prevista, si se aviniere a tal condicionamiento ¿no se desautorizaría y degradaría a sí mismo, dando la imagen de actuar por coacción, y no por espíritu democrático?

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Por otra parte, la contra y el Ejército Popular Sandinista no son en modo alguno equiparables. Tal equivocación tendría sentido si lo que se hubiese librado fuera una guerra civil surgida en el interior de Nicaragua y que, tras dividir al país en dos sectores rivales, concluyera en una paz reconciliadora. Y, evidentemente, tal imagen es absolutamente falsa. Innegablemente, la contra -por más que haya reclutado mercenarios nicaragüenses- no representa un fenómeno autóctono, sino un ariete lanzado por la Administración estadounidense para imponer su política. Comparar una fuerza instalada fuera del territorio nacional, en Honduras, pertrechada y alimentada por una superpotencia exterior y que, incapaz de conquistar un metro cuadrado de territorio, se ha dedicado al asesinato y el secuestro, a destruir la economía nicaragüense, con el Ejército que ha defendido la vida y el trabajo de la población constituye una aberración manifiesta.

El retorno de la fiera

Nada más ilustrativo del desprestigio de la contra que la actitud del Gobierno hondureño, el cual, después de haberla albergado, se angustia ahora ante la posibilidad de que, tras la desmovilización, la fiera circule fuera del parque zoológico que la había cobijado. Y es que ciertamente la difusión de más de 10.000 forajidos resulta inquietante para cualquier país, más aún para uno de reducida población. Y es éste un grave problema para Nicaragua, donde el retorno de la contra puede hacer surgir una legion de escuadrones de la muerte. ¿No debería ser la Administración estadounidense la que se ocupara de acoger en su amplio territorio a sus fieles luchadores de la libertad?

La liquidación de la guerra y la erradicación de la violencia son objetivos amplia y lógicamente deseados por la población nicaragüense, son también supuestos básicos para la superación de la situación económica. Pero, desgraciadamente, su proclamación resulta mucho más fácil que su realización en un país armado y lacerado por la guerra que se le ha impuesto hasta el día de hoy. Y aquí los grandes protagonistas del momento presente, la UNO y los sandinistas, tendrán que hacer valer todas sus reservas de racionalidad y buena voluntad, a pesar de su antagonismo. Es naturalmente exigible al Ejército Popular Sandinista y .a las fuerzas de seguridad del Estado su respeto al nuevo Gobierno, a la legalidad democrática. Pero pretender su desmantelamiento por desconfianza o revanchismo sería producir el caos. Nicaragua necesita un aparato estatal policial y militar, que mantenga el orden frente al riesgo de la violencia interior, que defienda la soberanía y la independencia -proclamadas también por la UNO en su programa- ante el peligro de una agresión en esta conflictiva zona. Y tal aparato no puede ser otro que el actualmente existente. La capacidad de asimilar la situación real, creada en estos años y con la cual se ha identificado un sector minoritario, pero considerable de la población, de una parte,la aceptación de la voluntad mayoritarla que ha levantado un nuevo poder político, de otra, son, en efecto, las actitudes que complementariamente pueden estabilizar la vida de Nicaragua en la etapa que acaba de abrirse.

es catedrático de Filosofia de la universidad Autónoma de Madrid.

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