Un asesinato
SADAM HUSEIN, el megalómano padre de la patria que preside Irak desde hace más de una década, ha hecho oídos sordos a las peticiones de clemencia emanadas de casi todos los países civilizados del mundo y ordenó ejecutar la pena de muerte que sus tribunales dictaron contra el periodista británico de origen iram, corresponsal de The Observer, Farzad Bazoft. Su delito: tratar de investigar la explosión en una instalación militar en la que habrían perdido la vida, según fuentes británicas, cerca de un millar de personas. Las autoridades iraquíes negaron el hecho y acusaron a Bazoft de espionaje por cuenta de Israel. Dos meses después de su detención, el propio periodista apareció en la televisión oficial autoinculpándose, gesto que no mereció credibilidad alguna a quienes conocen los métodos empleados por el régimen de Husein contra sus enemigos, reales o supuestos.Un régimen que ha hecho del secreto regla de oro de su comportamiento, y que es liderado por un militar sanguinario que desencadenó una guerra al precici de la vida de 300.000 de sus compatriotas, carece de: autoridad moral para impartir lecciones como la pretendida en la despreciable nota remitida ayer por su Embajada en Madrid. En esa nota se recuerda el asesinato de nuestro compañero Juantxu Rodríguez en Panamá para contraponer aquel crimen, "a sangre fría contra un inocente periodista", a la ejecución tras juicio, "con todas las garantías", de un "espía sionista"`. Para los caudillos como Sadam Husein la distinción entre información y espionaje es tan simple como ésta: es espionaje toda información que desvela aquello que el jefe querría mantener oculto. De ahí que los dictadores tengan tanto aprecio por el secreto come, odio a los periodistas.
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