"¿Qué habéis hecho en todos estos años?"
Irritación en la RDA por el protagonismo de los políticos del Oeste en su campaña electoral
Quienes se han aventurado en los últimos tiempos por las carreteras secundarias de la República Dernocrática Alemana (RDA), una experiencia vedada hasta hace muy poco, coinciden en una apreciación para definir la, realidad de esta Alemania profunda. "Es como volver a los años cincuenta", comenta con su marido una mujer de mediana edad, de clase media, que ha hecho el viaje en su Mercedes desde la próspera Kasel, en el próspero Oeste, hasta la vieja ciudad de Magdeburgo, para ver al canciller Kohl en campaña electoral.
Mientras, a su marlido le entra la risa a la hora de pagar la cuenta en un sórdido restaurante local, y saca puñados de pequeños billetes de la RDA ante la mirada irritada de unos indígenas sentados en la mesa contigua.La plaza de la catedral no está llena hasta los topes, como sucedió en las primeras apariciones electorales del canciller Koffl al otro lado del Elba, pero sus partidarios agitan banderas alemanas sin el odiado escudo comunista, mientras una banda de música toca tonadillas tradicionales germánicas y alguna marcha militar. La llegada del canciller de la RFA provoca el, delirio entre sus gentes.
Kohl, que pocas horas antes ha tenido que solventar la crisis de su Gabinete a raíz de su insistencia en no reconocer formalmente las fronteras polacas, se esfuerza en disipar los miedos. Habla para los presentes, pero también para la comunidad internacional. "Quienes nos conocen saben que no habrá un cuar to Reich", asegura.
Entre la masa, varios centena res de jóvenes con banderas en las que ondea el compás y el martillo de la RDA gritan y chillan contra cada frase del canciller. "Mentiras, mentiras, todo menti ras", cantan a coro con los puños en alto. El ambiente se crispa, pero nadie llega a las manos Kohl contraataca. "Es la izquierda, los comunistas, y sobre todo los socialdemócratas, quienes nos han llevado a esta situación El SPD nunca estuvo por la unificación hasta que cayó el régi men comunista", asegura; "noso tros nunca reconocimos al Estado comunista".
En una esquina, de la plaza sobre un cartel del SPD, un partidario de Kohl ha añadido las si glas SED y PDS, que identifican al viejo Partido Socialista Unificado de Erich Honecker y a su reformado sucesor comunista, dirigido por Gregor Gysi. Es la estrategia empleada por la Alianza por Alemania, que abarca a los tres partidos protegidos por la Democracia Cristiana del canciller Kohl, la CDU oriental, la Unión Social Alemana (DSU) y Despertar Democrático (DA).
"Son los mismos de siempre", grita indignado Jens Wiedinayer, explicando la trifulca que se ha armado entre los que abuchea ban al canciller y los jóvenes de mocristianos al terminar el mitin "Si gana el SPD todo seguirá igual, todos los burócratas inútiles y pretenciosos que nos han amargado la vida durante cuarenta años se las arreglarán para adaptarse sin cambiar nada".
Para Wiedmayer, un hombre joven que trabaja en un taller de mecánica, el SPE) se está nu triendo de comunistas vagamen te reciclados. "Ya está bien de experimentos", añade un hombre mayor que ha contemplado la esceria. "En el Oeste tienen un sistenia ya probado que funciona bien, no queremos nada más que esto, y lo antes posible", asegura; "la gente vive sentada sobre sus maletas, y si esto no se arregla rápidamente, este país se va a vaciar del todo".
El rugido de Brandt
En Erfurt, el frío, la lluvia y el viento no han impedido a 70.000 personas congregarse, también en la plaza de la catedral, para ver al gran pope de la socialdemocracia, el ex canciller Willy Brandt. Desde primeras horas de la tarde, los tenderetes instalados en el corazón de esta bella pero destartalada ciudad de Turingia han empezado a repartir comida gratis, bebida, banderine,s, globos y toda clase de parafernalia electoral de los socialdemócratas. También una banda de música ameniza la desapacible jornada, a la espera del comienzo del mitin.
La llegada de Brandt, descendiendo majestuosamente por las escalinatas de la catedral seguido del pequeño Ibrahim Boehme, el cabeza de lista del SPD para las elec,ciones, levanta un rugido de la multitud. "No queremos una Europa alemana, sino una Alema,nia europea", dice Brandt. Sus quejas sobre la campaña insidiosa de los conservadores son tanibién contestadas con silbidos por un grupo numeroso infiltrado entre el público, pero los aplausos ahogan la voz de los disidentes.
Para Brandt, sólo la socialdemocracia está capacitada para gestionar la Alemania unificada y entender el tipo de sociedad que existe en la RDA. "No soporto la prepotencia y el desprecio con que nos trata Kohl", explica un joven cubierto con un chaqueta llena de pegatinas del SPD; "nosotros también tenemos algo que aportar a- Alemania, y creo que el SPD lo aprecia mucho mejor que estos reaccionarios que quieren simplemente que nos convirtamos en mano de obra barata", agrega.La velocidad del proceso que se inició a finales del verano pasado ha ido dejando muchos proyectos, ideas, grupos políticos y conceptos en la cuneta. Llegado a este punto, a una semana de las elecciones, todo ha quedado reducido a una dicotomía. Nadie discute ya sobre la conveniencia o no de la unificación, sino simplemente sobre si el proceso que llevará a ella será breve o brevísimo, según proponen socialdemócra,tas o conservadores, respectivamente. Así, pues, la campaña ha quedado reducida a un duelo entre dos.
A la derecha, el canciller de la República Federal de Alemania (RFA), 60 años, de los cuales lleva ocho en el poder. Líder indiscutible de los conservadores alemanes, heredero de Konrad Adenauer, que quiere pasar a la historia como el canciller de la unidad alemana.
A la izquierda, Willy Brandt, 76 años, ex canciller de la RFA, gran patriarca de la socialdemocracia alemana. Como si de un combate de boxeo se tratara, los dos políticos de más peso del panorama germano se enfrentan cara a cara el próximo domingo. Pese a la ventaja que las encuestas aún otorgan al SPD, nada está decidido. Uno de los sondeos más recientes indicaba que los socialdemócratas obtendrán en los próximos comicios el 33% de los votos, la alianza conservadora, el 30%, y los comunistas, el 15%.
Los demás no cuentan. HansDietrich Genscher, el líder liberal y ministro de Exteriores de la RFA, consiguió reunir en Erfurt a unas 20.000 personas en el mitin de la alianza liberal. Pero no eran sus votantes. "Nuestro mejor político", gritaba enfervorecida una oronda mujer al ver a un pálido Genscher, enfundado en una gabardina, dirigirse a la tarima. "No, yo voy a votar a Kohl", añadía al ser preguntada por sus preferencias.
Miedo a la unidad
Los grupos autóctonos, aquellos que dirigieron la revolución que acabó con el régimen gerontocrático de Erich Honecker, han perdido el tren de la historia. Nuevo Foro, que llegó a tener 200.000 militantes el otoño pasado, está paralizado por sus debates internos. "No temo a la unificación", declaraba recientemente uno de sus más prestigiosos líderes, el biólogo Jens Reich, "pero tengo miedo de que perdamos algo muy precioso, que nos quedemos desnudos. Tenemos que levantar algún tipo de barreras defensivas".
Quedan los comunistas. Gregor Gysi, el gran perdedor de estas elecciones. Un papel que le viene como anillo al dedo. En las afueras de Berlín Oriental, en la Escuela Superior de Economía, uno de los bastiones intelectuales del marxismo teórico de la RDA, los remozados comunistas de Gysi han organizado un mitin, supuestamente para discutir sobre la reforma económica y el precio que los alemanes orientales deberán pagar por la unidad monetaria. Gysi, de 41 años, de origen judío e hijo de un antiguo ministro del régimen, responde al estereotipo de un revolucionario de principios de siglo. Calvo, cara ovalada, labios carnosos y unas antiparras metálicas redondas. Vestido siempre con un traje negro, camisa blanca y corbata aflojada en el cuello.
Travesía del desierto
"En el futuro la calle será nuestra", dice a una audiencia entregada de jóvenes estudiantes idealistas que llenan hasta los topes el paraninfo de la Universidad y se desparraman por las escaleras ocupando también el vestíbulo de la entrada. Su discurso es medido, sin ostentaciones, habla como el perdedor en un juego con las cartas marcadas. "Tenemos que resistir de alguna manera este atropello", explica Ulrike Vogel, una estudiante de Economía que asegura que el socialismo nunca fue aplicado en la RDA y que ahora, a causa de la "burocracia maldita que nos ha tenido engañados durante 40 años", tendrá que atravesar el desierto. Pero la pasión de esta joven no abunda. El PDS de Gysi no existe más que en Berlín y en algunos círculos de intelectuales y estudiantes de otras grandes ciudades. Ni los viejos comunistas confían en él, han desaparecido, se han transformado o, como asegura Hans Rucke, otro estudiante berlinés, "se han pasado todos a la República Federal de Alemania".
En provincias, en las tristes zonas rurales, les ha sido más diflicil esconderse. En Weissenfelds, un pequeño pueblo de Sajonia, el fotógrafo local ha instalado en su escaparate un alegato visual contra el viejo régimen. Fotograflias de la iglesia gótica y de los demás viejos edificios del pueblo, todos ellos medio destruidos, se comparan con otras imágenes de la mansión donde estaba la sede del partido comunista o la que albergaba a la policía secreta, la temida Stasi, todas ellas impecables. "¿Que habéis hecho durante todos estos años?", pregunta un cartel.
Karl Mecke1, el carnicero vecino del fotógrafo, explica con detalle el contenido del escaparate. "Pórticos medievales, casas bellísimas, nuestra herencia, todo ha sido dejado hasta que se caía. Ahora además ya casi no queda nadie. Cada vez me quedan menos amigos, se han ido todos al otro lado. Esto no tiene remedio", sentencia. Su mujer saca la cabeza por detrás de un cartel de la conservadora DSU. "Hay que votar a Kohl", dice.
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