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El síndrome de Estocolmo

JUAN MORA, Los pescadores aparecieron ayer por la mañana afeitados, lavados y, quienes pudieron, cambiados de ropa. Era domingo, undécimo día de la huega, y todos conflaban que el último. Las ganas de volver a tierra consumieron a todos. La espera por el desarrollo de las negociaciones se les hizo más larga que toda la huelga entera. A mediodía uno de los pescadores dijo: "Pues cuando veamos a la familia nos ha vuelto salir la barba otra vez".

Fueron muchas horas en las que se fue alimentando la ilusión de la vuelta a casa. Tres compañeros habían ido a tierra a negociar y eso, decían, tenía que ser para bien. A mediodía pocos comieron, cuando las horas del almuerzo se respetaban al máximo días anteriores. Pepe el buen cocinero del nuevo Roque, cumplió con su trabajo y preparó unas lentejas con fideos. Pero el pote se quedó casi entero. No era por hacerle un feo o que estuviera malo. Es que los nervios apretaban el estómago. A media tarde aparecieron algunos bocadillos, más para matar la espera que el hambre. "¡Qué aburrimiento!. De popa a proa y de proa y popa. Ya no sé por donde andar", repetía la gente.

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El día, el más tranquilo de la huelga, también meteorológicamente hablando, propiciaba aún más la inactividad en la barcos. La noche ya había, sido excepcionalmente normal. La guardia fue mínima y todos descansaron a placer porque ante el anuncio de las negociaciones y desechada la invención de la Armada, cuya amenaza ha ido perdiendo fuerza desde que se vio que toda Algeciras está conñana, los barcos perdieron sus posiciones de alerta y acabaron agrupados en medio de la dársena sobre un agua que, también por primera vez, era llana y soleada.

Ante tanta inactividad y, sobre todo, la esperanza de que ya todo estaba a punto de acabar, los pescadores sufrieron algo parecido al síndrome de Estocolmo.

Insultos por radio

Durante todos estos días han estado padeciendo el acoso de una persona que se metía en la frecuencia de la radio por la que estaban permanentemente comunicados. Le juraron perseguirle hasta la muerte porque, día y noche, les perseguía con insultos y vejaciones.

Le bautizaron como Boby y ayer por la mañana, en lugar de devolverle los insultos o ignorarle, llegaron a mantener conversaciones con él, en unos términos, por supuesto, capaces de enriquecer el propio lenguaje de Cela.

A mediodía Boby se calló. "¿Bobby?, ¿Bobby?, ¿dónde estas?", le repetían los marineros. Se había callado. Los radioaficionados de Algeciras, indignados con la intromisión del anónimo individuo, se juramentaron para locarlizarlo. Estaban convencidos de que la emisora pirata salía del puerto. Boby se había ido. La huelga parecía terminar.

A media tarde, una escena ya habitual devolvió a la realidad a los pescadores. El barco de la Cruz Roja iniciaba su habitual recorrido y la calma de la jornada se vió rota por las primeras deserciones entre los barcos que han mantenido el cerco.

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