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¿Quién paga los platos rotos?

La muy lenta y a veces totalmente inexistente integración de medidas preventivas para reducir los daños ocasionados por desastres naturales en los procesos de desarrollo es exasperante. Esta lentitud se suma a una percepción fatalista prevaleciente en muchas sociedades, Gobiernos y grupos humanos con respecto a la inevitabilidad de las catástrofes y los eventos extremos. Y se complica aún más por un crecimiento rápido y frágil de áreas expuestas a altos riesgos. Esta combinación de factores resulta en un aumento exponencial de daños y pérdidas humanas y de capital. Frecuentemente dichas pérdidas podían haber sido evitadas o reducidas sustantivamente, de haber sido integradas en el proceso de desarrollo.El impacto de los fenómenos naturales extremos no es trivial. Los daños debidos a catástrofes mayores constituyen una gran pérdida humana en los países afectados, y sus costes se acumulan en los presupuestos nacionales. Se estima que en el período 1970-1985 las pérdidas debido a desastres a nivel mundial costaron aproximadamente 18,8 millones de dólares por día. Este coste, por supuesto, se suma a aquel de vidas humanas y de reducción en la salud, que resultan imposibles de medir. En Estados Unidos, sólo en los últimos dos meses, las pérdidas económicas directas causadas por dos desastres mayores -el huracán Hugo en Carolina del Sur y el terremoto de Loma Prieta en California- se estiman en unos 15.000 millones de dólares. Y estas cifras indican solamente pérdidas directas, es decir, causadas por daños a estructuras tales como viviendas, escuelas, hospitales e infraestructura. Pero además de pérdidas directas hubo pérdidas indirectas, tales como cese de empleos, así como pérdidas debidas a la interrupción de operaciones en el comercio y la industria. Cuando este tipo de catástrofes, en lugar de ocurrir en países desarrollados, ocurren en países en vías de desarrollo, su impacto relativo con respecto a la economía nacional es mayor, ya que la capacidad de reaccionar y de financiar la recuperación en países con menos recursos es limitada.

¿Cómo hacen los países para financiar la reconstrucción? En Estados Unidos, un programa de ayuda por 2.850 millones de dólares fue aprobado por el Congreso y enviado al presidente ocho días después del terremoto en California. A través de este programa, el Gobierno federal otorga ayuda directa a las familias afectadas, destina recursos para la reconstrucción y reparación de carreteras y adjudica préstamos en términos concesionales para la reparación de comercios de escala reducida y para la pequeña industria. Además de los fondos federales mencionados, el Estado de California pondrá en práctica, un aumento extraordinario en los impuestos para cubrir los costes del terremoto. A esto se adicionan los fondos disponibles a través de seguros en el sector privado. Los arreglos financieros para cubrir las pérdidas varían de país en país, pero generalmente, de manera similar a California, la movilización de recursos en los países en desarrollo se realiza a través del establecimiento de impuestos extraordinarios. También se imponen aumentos tarifarios, se editan bonos especiales del Tesoro, se utilizan aquellos fondos (si los hubiera) destinados a contingencias disponibles en los presupuestos nacionales y se negocian préstamos con los institutos para la seguridad social. En términos generales se realiza un reajuste en las prioridades de los Gobiernos nacionales, estatales y municipales. En otras palabras, el coste de los daños se redistribuye entre la población del país afectado. Además, en muchos casos hay ayuda financiera internacional de Gobiernos solidarios, de organismos internacionales, del sector privado y de grupos voluntarios.

Es importante notar que la movilización económica y financiera no es suficiente y que en muchas ocasiones las catástrofes naturales requieren también la movilización extraordinaria de mano de obra y de maquinaria para la construcción. En algunos casos en que la magnitud de los daños fue muy grande, fue necesaria la movilización extraordinaria de obreros de la construcción de áreas no afectadas en el país en cuestión para trabajar en la reconstrucción, así como el postergamiento de todas aquellas obras que no fueran específicamente en respuesta a la emergencia. En un contexto en el cual los recursos son escasos, y hay muchas áreas que son de alta prioridad para el desarrollo, evidentemente la reconstrucción luego de un desastre requiere una reubicación de fondos y recursos que podrían haber servido para financiar y ejecutar obras básicas para el desarrollo.

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La década de los ochenta constituye un capítulo dramático en cuanto a pérdidas cuantiosas humanas y materiales. Los terremotos en México y en Armenia, las inundaciones en Bangladesh y en Sudán, la erupción volcánica en Colombia, son sólo unos pocos casos entre la multitud de fenómenos destructivos que acosaron al mundo entero. También fue una década en la que las lecciones difíciles que se derivaron de un desastre fueron analizadas para ser aplicadas a los casos siguientes. Pudimos seguir en las crónicas televisivas detalles de la utilización de distintas técnicas en el dramático rescate de víctimas en México y en Armenia luego de los terremotos y enterarnos que había similitudes en las condiciones del subsuelo en las áreas dañadas en San Francisco y en Ciudad de México. Sin embargo, queda mucho por hacer, y es necesaria una tarea intensiva de diseminación y de aplicación de conocimientos y de técnicas que permitan incrementar la resistencia de áreas vulnerables. La magnitud de la tarea por delante es enorme. Basta sólo pensar que llegaremos al año 2000 con una cantidad de ciudades que tendrán más de 10 millones de habitantes y que se encuentran en áreas de alto riesgo, tales como Ciudad de México, San Pablo, Calcuta, Bombay, Shanghai, Río de Janeiro, Dehli, El Cairo, Yakarta, Bagdad, Teherán, Karachi, Estambul, Manila, Pekín y Bangkok.

Es importante notar que las Naciones Unidas han declarado a la década de los noventa como la Década Internacional para la Prevención de los Desastres Naturales (DIPDN). La década, basada en una concepción de carácter internacional y pluralista, tiene como objetivo fundamental ayudar a una reducción de daños y pérdidas motivadas por catástrofes naturales y promover la diseminación de métodos preventivos. Esta tarea es muy compleja y requerirá un esfuerzo extraordinario por parte de numerosos participantes, tanto a nivel internacional como local, grupal e individual. Esperemos que esta importante iniciativa reciba el apoyo necesario para que pueda ejecutarse productiva y exitosamente, y que nos permita llegar al final de este siglo habiendo contribuido a la seguridad del desarrollo mundial.

Alcira Kreimer está a cargo de un programa de reducción de riesgos y prevención de desastres naturales en el Banco Mundial.

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