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Tribuna:LA CULTURA EN LOS NOVENTA / ARQUITECTURA / y 2
Tribuna
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Entre el narcisismo y el cansancio

Si bien los arquitectos tienen más trabajo (y más fama) que nunca, la arquitectura entra en la última década del siglo con paso cansado. Los arquitectos están cansados de inventar una forma distinta cada mañana, a la hora del desayuno, pero sólo unos pocos son capaces de confesarlo. Y los que pasean por las calles están cansados de enfrentarse cada día con una forma distinta en la ciudad. ¿Ganará en esta década el narcisismo de los arquitectos o el hartazgo de los paseantes? Los paseantes se quejan, el príncipe Carlos de Inglaterra se queja y los arquitectos acusan al príncipe (con los paseantes anónimos no se atreven) de reaccionario. ¿Es éste el camino por el que hay que buscar el futuro de la arquitectura? ¿O habrá que preguntarse por las condiciones tecnológicas, por los procesos industriales, por las situaciones económicas? ¿O habrá que respetar los senderos puros de la estética y pronosticar el advenimiento de cada mínima forma nueva, cada mínimo arco y cada mínima columna que nace bajo la inspiración diaria del desayuno? Si uno les plantea estas preguntas a los arquitectos, cada uno responderá según su particular escuela de baile, pero casi ninguno dejará de hacer notar la existencia del mencionado cansancio.Ideales racionalistas

Se advierte, en principio (después de un agrio rechazo al lobo feroz de la Bauhaus) una cierta reconsideración de los ideales blancos del racionalismo. Dice el arquitecto Ricard Pie: "Hay cansancio del artificio que no cumple ninguna función. Hay que reencontrar la esencia de lo que fue la arquitectura para el movimiento moderno. La arquitectura actual no es sensible a los cambios que se producen en la convivencia. El movimiento moderno sí pensó en el hombre medio (hizo un listado de sus exigencias mínimas), pero el mundo en que vive ese hombre medio hoy ha cambiado. La composición familiar ha cambiado. Ya no existe aquella familia para la cual el movimiento moderno creó prototipos que giraban alrededor de la cueva y que poco tenían que ver con la ciudad. Hay mucha gente mayor, en las ciudades de ahora, que necesita cobijarse. Pero no cobijarse de los elementos, sino en la convivencia. Otro asunto nuevo es el ocio, que se ha convertido en una condición de vida. No hay libros sobre arquitectura turística, porque se la considera -y no lo es- algo superfluo. Para entrar a la próxima década, la arquitectura debe plantearse reflexiones equivalentes a las que se planteó en los años treinta el movimiento moderno. Pero acordes con los problemas nuevos".

Para Miquel Espinet, director de la escuela de diseño EINA de Barcelona, la cercanía del próximo milenio será ganada por el carnaval ecléctico, ajeno a las fidelidades fanáticas. Pero a este carnaval el posmodernismo no será invitado: "Se ha muerto de cansancio. No interesa a casi nadie, excepto, tal vez, a la grandeur francesa, siempre versallesca. Pueden, sin embargo, perdurar ciertos aspectos historicistas que tienen gracia y que están en la memoria colectiva (no hablo de las formas dórica y jónica, sino, por ejemplo, de ciertos estucos, cierta ebanistería, cierto uso de la piedra para las fachadas o de las esculturas incorporadas a esquemas modernos). Más allá del movimiento moderno -pero fieles a su esencia- se puede concebir una plástica más compleja, un poco más alejada de aquel menos es más del que habló Mies van der Rohe. Se verá una tendencia a la libertad en la estructuración del orden geométrico de los espacios. El deconstructivismo se carga la geometría: sus edificios irónicos parece que se caen. En el Mediterráneo esta tendencia será más sensata, más sosegada: a la gente, aquí, no le gusta que los edificios amenacen con caerse. Pero sí podemos darnos el lujo de una geometría menos rígida, menos estructural: las paredes -digamos- no tienen por qué ser paralelas".

Según Javier Sáenz de Oiza, considerado uno de los pioneros de la arquitectura moderna en España, hay que mirar el futuro de la arquitectura en la barra de café de los nuevos materiales, las nuevas herramientas, los nuevos ademanes de la mano de obra: "La arquitectura es una disciplina que se está distanciando del resto de la teconología y de la industria. Es cada vez más cara desde el punto de vista de la construcción. Los coches son cada vez más baratos; las casas, no. La arquitectura tiene que encararse como una producción tecnológica del objeto casa que no haga desmerecer el producto. La gente usa la cocina a gas porque funciona y porque es funcionalmente más barata que la económica, aunque esta última sea más bonita, con su leña y su ceniza. La arquitectura necesita investigación subvencionada: si yo quiero hacer una casa experimental, tengo que costearla a mis expensas. Pero la gente está contenta. con las casas que tiene, con sus portiquitos y sus balaustres. La primera producción de un objeto es cara, pero su producción en serie lo abarata: el primer cesto de plástico es más caro que los últimos de mimbre, pero sin ese primero caro no existirían los otros, finalmente más baratos que los de mimbre. Éste es el camino por el que tiene que evolucionar la arquitectura. No podemos seguir trabajando con las pautas que en la Edad Media".

Narcisismo corporativo

Es finalmente Antonio González, jefe del servicio de Patrimonio Arquitectónico de la Diputación de Barcelona, quien se atreve a poner el dedo en la llaga del narcisismo corporativo. Para este francotirador, el material preferido de la arquitectura de los últimos tiempos es el marfil, que sólo sirve para construir torres herméticas en las alturas. Pero el futuro, cree, tiene que ser de este mundo: "Es necesario superar el divorcio entre los intereses reales de la población y los particulares de los arquitectos. En las revistas de arquitectura no se habla nunca del usuario (el que usa la casa o el que la ve). Se dice que la gran arquitectura está llena de usuarios enfadados, pero ese argumento no me sirve. El Renacimiento se acabó hace mucho, pero sobran los arquitectos que se creen Miguel Angel. Creo que ha sido una suerte simbólica que lloviera el día en que se inauguró el Estadio olímpico de Barcelona. Digo simbólica porque los problemas del estadio no son tan graves, pero las goteras han servido como indicio para que se cambie la concepción de la arquitectura pública. Se dice que ésta es una postura reaccionaria. Primero, no estoy en contra de la evolución en el arte, pero no es lo mismo construir una casa (compromiso entre dos personas) que un edificio público. Segundo: si ser reaccionario es estar en contra de la revista El Croquis, pues lo soy. Tercero, si el príncipe Carlos a lo mejor está de acuerdo conmigo, pues no me importa. En el futuro habrá que poner el acento en la calidad constructiva, más que en la creatividad. El arquitecto no tiene por qué sentirse en la obligación de inventar una forma nueva cada mañana cuando desayuna: las formas cambian cada dos o tres siglos".

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