Nace el 'minimalismo' moral
El filósofo Aranguren establece un diagnóstico sobre la desmoralización de la sociedad española
, El ciclo Moral española de la democracia actual será abierto al público. Es la primera vez que Aranguren, de 80 años, veterano conferenciante, viejo profesor y faro ético de varias generaciones de españoles, ocupa esa tribuna. Hablará mañana. Los días sucesivos de sus intervenciones son el -próximo jueves, 8 de marzo, el martes y 13 siguiente y el viernes 16.
En una entrevista realizada el pasado viernes, mientras el presidente Felipe González mostraba su propio diagnóstico de la ética política española, el profesor Aranguren desglosó algunas de las ideas que va a exponer en su ciclo. También se refirió a dos conceptos que han sido puestos en circulación por el propio presidente del Gobierno -"rearme moral"- y por el personaje de la vida pública cuya actuación ética más se ha discutido, el vicepresidente Alfonso Guerra, que, recientemente introdujo en el debate moral el término "catarsis".
Pregunta. ¿Qué es hoy tener moral?
Respuesta. Tener moral hoy es dos cosas distintas: tener unos principios morales a los que se ajusta la conducta, aunque a veces eso no ocurre, por debilidad, fragilidad, culpabilidad plena, etcétera. Pero otra acepción que me gusta mucho aducir es la de la moral en el sentido deportivo: tener una moral alta, estar desmoralizado. Esta segunda acepción no tiene relación con los principios morales, sino con la fuerza moral que es necesaria para la acción en cualquier sentido en que ésta se efectúe.
P. ¿Qué moral tiene hoy la sociedad española?
R. La moral de la sociedad española se mueve hoy entre el desencanto y la desmoralización. Es menester una atracción del fin o de la tarea morales, una ilusión, y a eso es a lo que cabría llamar encantamiento. El desencanto no es todavía la desmoralización, sino la apelación a la realidad, a la prosa de la vida, a la tarea cotidiana y posible.
P. ¿Ha producido desconfianza el desencanto? ¿Es ésta. una sociedad desconfiada?
R. No sé si la española es una sociedad particularmente desconfiada. Hay gentes que desconfían y hay gentes que no, pero, en general, yo no me atrevería a definir el estado anímico de los españoles como desconfiado; el español es desencantado primero, desmoralizado después, sí, pero no es particularmente desconfiado.
P. ¿Qué ha producido esta sensación de deterioro moral que se está produciendo?
R. La vivencia y la convicción de una falta de alternativas, de que no hay nada que hacer de que todo se decide más allá de nuestra voluntad.
P. ¿No puede haber ocurrido que la gente se siente más cómoda no interviniendo, de modo que se puede aplicar a disfrutar la cólera del español sentado?
R. Yo creo que no, que la gente ha llegado a la conclusión de que no ha de intervenir porque la suerte está echada de antemano. Claro que hay que atajar la desmoralización, que es el resultado de que la gente pierda la fuerza moral y proclame la máxima alea jacta est.
P. ¿No hay salida para esa desmoralización?
R. Es difícil. La gente no ve alternativas, y aunque a título individual se puede luchar, sin duda, contra esa sensación de muro que se ha levantado contra la voluntad de participar, a nivel colectivo es complicado ver una salida, porque en la sociedad española se ha instalado una especie de minimalismo moral, de renuncia a las exigencias de la moral.
P. ¿En qué piensa usted cuando habla de minimalismo moral?
R. Estoy pensando sobre todo, claro, en el plano de la moralidad pública o política con la cual debemos sentirnos concernidos todos los españoles. Ahora se han sustituido los valores propiamente morales por los valores trivialmente estéticos. El parecer importa mucho más que el ser, y así se traslada la valoración de la intimidad a la apariencia, a la imagen.
P. Parece que su fe en el cambio, en la posibilidad de superar el marasmo, se ha esfumado en su caso personal.
R. Yo soy una persona más bien solitaria. Tengo con los demás una relación puntual, porque no vivo de ellos. Por tanto veo estas cosas como un observador, sin que me afecten en lo .Más hondo de mí mismo. Ésas al menos son las ilusiones que me hago, pero al actuar así creo estar llevando a cabo la que creo que ha de ser la tarea del intelectual: la de criticar a la sociedad y al Estado criticándose a sí mismo. Ese distanciamiento, que me permite ser juez y parte, es acaso también el que me aleja de la fe en el cambio.
La culpa del otro
P. ¿En la desmoralización de la sociedad española no interviene también cierta mimosería social, esa capacidad de esconderse diciendo que los culpables son los otros?
R. La sociedad española, como toda sociedad, siente descargada su propia conciencia moral cuando puede atribuir los males al otro. En definitiva, como he dicho a veces, el Gobierno es el espejo de la sociedad, pero la sociedad se siente muy aliviada si puede liberarse de la falta moral, atribuyéndola a otros y muy concreta y específicamente al Gobierno. Echar la culpa al Gobierno es una constante de la sociedad que se resiste a reconocer que el Gobierno, sobre todo en un régimen democrático, es su espejo.
P. ¿Qué ha pasado para que estemos hablando tan sombríamente?
R. Lo que ha ocurrido desde la transición en la moral española lo he vivido como un símbolo de la falta de exigencia ética de nuestra sociedad, pero a la vez como el recurso a una ética que no es tanto una moral de la mismidad personal, sino del decoro de lo qué dirán los demás. Es en ese sentido en el que, a preguntas de los periodistas de Palma de Mallorca, respondí que en efecto, a mi juicio, Alfonso Guerra debería haber presentado la dimisión. No entro en la responsabilidad personal suya con respecto a los negocios de su hermano y a su posible facilitación desde el partido de un despacho público oficial, sino a la imagen que, se ajusta o no, esta fraternidad ha proyectado sobre los españoles. Con esto enlazamos con la tercera de las conferencias que he de dar: la moral socialmente vigente hoy lo es, según el título que he escogido, de la imagen, del parecer, del escaparate.
P. El presidente del Gobierno, Felipe González, lanzó la idea del "rearme moral" como forma para devolver a los españoles la fe perdida...
R. Ésa es una expresión desafortunada. Estuvo en boga hace 30 o 40 años, pero es una expresión demasiado belicosa, demasiado armamentista; quizá e nuestra entrada en la OTAN la que ha habituado a los políticos a este tipo de expresiones. Si ante he hablado de desmoralización, esto significa que necesitamos una remoralización, pero sin hacer ingresar en ella el armamentismo. Es, si se quiere, sólo una cuestión de palabras. Pero es también, nada menos, una cuestión de palabras.
P. Y el vicepresidente se ha referido a la "catarsis" como fórmula para que limpiemos todo y volvamos al principio...
R. Sí, para devolvernos la moral... Tampoco me gusta la introducción de esa palabra en una realidad tan poco ascética como la de la actual sociedad española. Me parece una exageración si nos atenemos a la ética del decoro, de la dignidad, del qué dirán. Basta con que la imagen que política y socialmente presentemos sea decorosa.
P. ¿Habría una definición para el desencanto?
R. Yo diría que ni siquiera hablamos de desencanto, sino de desmoralización, que es la distancia entre lo soñado y lo real, la distancia entre lo moral y lo que deja de serlo.
P. ¿Qué dice usted cuando habla de la moral de la apariencia?
R. Es normal que, al vivir en un clima de minimalismo moral, hayamos sustituido los valores morales por los puramente estéticos: la jet society, el culto al cuerpo por ei cuerpo. Se evidencia el cuerpo, se oculta el alma, la sociedad española ha optado por la apariencia.
P. ¿El deterioro de que hablamos le conduce a usted a algún tipo de repugnancia moral?
R. Más que de repugnancia se trata de una depresión moral; todos nos sentimos moralmente deprimidos, pero una depresión no se juzga con repugnancia, sino con preocupación.
P. ¿Cómo se siente usted siendo considerado punto de referencia ético en la sociedad española actual?
R. Creo que soy un punto de referencia ético, pero no es ningún mérito mío; soy un intelectual que no ha sentido jamás en su vida la menor apetencia política, eso que antes se llamaba la erótica del poder. Consiguientemente, tengo las manos y, lo que es más importante, la mente libres para manifestarme de acuerdo con mi propio punto de vista.
P. ¿Qué hemos perdido desde la transición?
R. Hemos perdido las ilusiones, aquel espiritu de "contra Franco vivíamos mejor", y nos vemos sumidos en una realidad muy externa, condicionada, que, con razón, no nos gusta nada.
P. ¿Y la esperanza?
R. La esperanza es lo último que se pierde.
Babelia
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