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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Hata los 55

UNA IDEA que emiten ahora algunos cirujanos y médicos cardiólogos holandeses es la de que no deben efectuarse trasplantes de corazón a personas de más de 55 años. La Fundación de Enfermos Cardiacos de ese mismo país la ha rechazado. El problema que plantean, no sólo los médicos sino el Ministerio de Salud Pública holandés, es que la escasez de órganos para trasplantar puede hacer obligatorio elegir entre dos pacientes, condenando a muerte a uno de ellos. Pero, humanamente, no hay razón alguna para determinar la calidad de una vida sólo por la edad.Un caso semejante se planteó hace ya mucho tiempo en los centros hospitalarios británicos, donde se dejaba morir, sin hacer el esfuerzo superior por evitarlo, a personas mayores. Se alegaba que eran costosas para la sociedad, que es una idea que ronda también en los otros países occidentales, donde el envejecimiento de la población preocupa por su coste médico y su condición de clases pasivas, mientras al mismo tiempo se está arrojando del sector productivo a los mayores, con jubilaciones anticipadas. Y ello pese a que muchas veces añaden a su aptitud profesional una experiencia que los demás no tienen.

Ninguna ética se puede alegar para esta selección por una edad fija, ni siquiera la técnica de que a ciertas edades es más posible el rechazo de lo injertado o trasplantado. Esta norma constituyó una de las bases de un régimen que fue repudiado, combatido y vencido: el nazismo. La eugenesia de mantener una raza perfecta dentro de unas coordenadas trazadas por los ideólogos del régimen terminó en los campos de exterminio y en las mesas de vivisección.

No parece aceptable que ideas cercanas se trasladen a sociedades democráticas, ni siquiera con las normas antiguas de prelación en los casos de salvamento, a partir de que todas las declaraciones de las Naciones Unidas y la mayor parte de las constituciones nacionales señalan la igualdad de sexos, razas y edades. Y ninguna clasificación es posible. Se podría llevar a una junta cada caso para estimar quién es más válido para la sociedad, quién ha de gozar más de la vida que se le añade, quién tiene más personas bajo su dependencia; o, a la inversa, quién es un marginal, un indeseable, una persona de la que hay que deshacerse. Cierto que ya se sabe que un trasplante de corazón tiene más oportunidades de ser hecho a un rico que a un pobre, a un occidental que a un tercermundista; pero precisamente por ello es algo que se trata de abolir en todas las sociedades de derecho que siguen un orden que corresponde a la moral de posguerra, exaltada por la herencia de textos anteriores. La tentación de los Estados modernos de reducir los gastos públicos de medicina y pensiones está produciendo ya algunas anomalías más o menos clandestinas o disimuladas en los tratamientos y en algunas otras formas de la administración que van fijando, sin ley constitucional que lo apruebe, la edad de 55 años para limitar ciertos derechos. No se puede volver a un sentimiento de especie-raza-nacionalidad-grupo para convertir en privilegios los derechos públicos, que son de todos.

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