_
_
_
_
40º FESTIVAL DE BERLIN

Películas de relleno, con absurdos guiones, ocupan el ecuador de la Berlinale

Ni siquiera la, sobre el papel, atractiva película Everybody wins -escrita por Arthur Miller, dirigida por Karel Reisz e interpretada por Debra Winger y Nick Nolte- logró romper, pues es una obra mediocre, el tedio que, tras el mazazo ruso, de La patrulla, invadió ayer y anteayer a la Berlinale. Pero en estas producciones dedicadas a la parte rutinaria de la selección pueden deducirse algunos indicios de hacia dónde se orienta la producción cinematográfica.

Tales indicios, a tenor del quiero y no puedo de estas películas de relleno, invitan a un relativo optimismo: el cine de ahora busca aires de libertad, aunque no siempre los encuentre.Coming out es un filme de Alemania Oriental. Fue realizado en enero de 1989, pero en él ya se presiente el gozoso noviembre que le siguió. Cuenta, con simplonería más que con simplicidad, una tristona historia de amor entre homosexuales berlineses del otro lado del muro, cuando éste existía. Dice uno de ellos: "Hace 40 años los judíos eran considerados aquí como la peste; ahora la peste somos nosotros". Una dura frase, dicha en la Alemania estaliniana, pero por desgracia dicha en una blanda película de estilo apolillado e incluso prehistórico.

Pero no solamente hay polillas en el cine de Europa oriental. En París, por ejemplo, y para mayor desgracia con aires vanguardistas, también las hay. Prueba de ello es La venganza de una mujer, parto prematuro del joven Jacques Doillon, que evidentemente padece un empacho de cinemateca tan grande que bordea el cólico. Da un poco de grima ver a las preciosas Isabelle Huppert y Beatrice Dalle parlotear como cotorras sobre sus sufrimientos sin que tales sufrimientos se vean por ningún lado.

Muchos jóvenes cineastas franceses parecen haber olvidado las diatribas que el maestro de maestros Jean Renoir dedicó a los graves peligros que para el cine tiene el intelectualismo. Y una y otra vez nos abruman con sermores pseudointelectuales (por ejemplo, frase que Doillon pone en boca de Huppert: "Lo único que no muere es la muerte", y se quedó tan contento de sí mismo) que unas veces se parecen a Godard, otras a Truffautt, otras a Eustache, otras a Rivette y otras a Rohmer. Pues bien, Doillon da un ejemplo de avaricia y se parece a todos, es decir a nadie, o más exactamente a la nada. Otra frase que Doillon pone en boca de Huppert: ."No me gusta la historia que me estás contando". Es éste el único instante veraz de los dos siglos y medio que dura la película.

Angelitos

Los ángeles es una película suiza en coproducción con España que, como excepción, merece contarse. Una poetisa norteamericana residente en Barcelona muere. Un guapo hijo suyo viaja desde Nueva York para enterrarla y hacerse cargo de su casa. La casa está guardada por un listo y feroz gitanillo de 10 años que es jefe de una banda de harapientos niños de hediondo burdel del Barrio Chino regentado por una bailaora flamenca. En dicho burdel hay una prostituta negra que en su tribu fue princesa y a la que casualmente el joven neoyorquino había visto antes en sueños. Surge, volcánico, el amor interracial. Pero tarda una barbaridad en consumarse. No se sabe bien si porque la negra está enferma de gonorrea o porque el gringo no es un macho autoritario. Por fin, ella se decide, lo viola y ambos entrelazados, en vez de decirse cariños, se dan una lección recíproca de insólita geografía, pues en cada empujón de sus entrepiernas nombran a un país africano, y abajo en la sala, el personal berlinés comienza a troncharse de risa.A todo esto resulta que el gitanillo está también enamorado de la negra y decide vengarse. Reúne a su pandilla y en multitud apalean cruelmente al fornicador geógrafo. Mientras tanto, resulta que ha salido de la cárcel un hermano del neoyorquino, que se presenta en Barcelona, mata al gitanillo y huye. Entonces, una vez muerto su jefe, la banda de angelitos catalanes rapta a la princesa negra y cuando el enamorado gringo pretende dar una nueva lección de geografía africana a su amada, los harapientos niños no se lo permiten y los berlineses se quedan sin saber cual es la capital de Tanzania.

La caricatura que antecede del filme es cruel, pero se la merece. Es una película que busca libertad y crea servidumbre, porque convierte al espectador en una caricatura de sí mismo. Lo mismo, pero peor, ocurre con el filme británico Silent screan, que no se puede contar, porque no hay entendederas que lo entiendan.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_