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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los dividendos de la paz

EN EL mensaje dirigido por el presidente norteamericano, George Bush, a su país sobre el estado de la nación hace balance de lo ocurrido en el cambiante mundo actual a la vez que propone nuevos progresos en la retirada de los establecimientos militares de las dos superpotencias, EE UU y, la URSS, en Europa. Al cabo de un año de la toma de posesión del mandatario norteamericano, el mundo se parece muy poco a aquel que podía contemplar en el inicio de su etapa presidencial, sin que la intervención de Estados Unidos haya sido especialmente significativa en esa mutación. Frente al futuro, sin embargo, el protagonismo de Washington en la recreación de un nuevo equilibrio internacional debería ser decisivo.En las declaraciones del presidente Bush en las últimas semanas se manifiesta una gran preocupación por la inestabilidad del imperio soviético y los problemas que ello pueda causarle a Mijail Gorbachov. De ahí que la propuesta de Bush de acelerar el plan de retirada militar puede entenderse como una mano tendida a Moscú. El presidente norteamericano ha propuesto en concreto reducir a un máximo de 195.000 hombres los contingentes militares respectivos de Estados Unidos y la Unión Soviética en la Europa continental.

La Unión Soviética de Gorbachov difícilmente puede negarse hoy a las peticiones húngaras, polacas, checoslovacas, y mañana rumanas, de replegarse a sus fronteras. A lo sumo puede aspirar a dilatar ese proceso para hacerlo coincidir con concesiones similares por parte norteamericana. A la vista de ello, Bush está ofreciendo algo a cambio de lo que obtendría de todas formas sin contrapartida. También es cierto, sin embargo, que, en un contexto de retirada soviética, las fuerzas que en Estados Unidos piden el alivio presupuestario que significaría el repliegue norteamericano irán cobrando mayor fuerza.

Por tanto, Bush estaría satisfaciendo dos intereses a la vez: el primero, tapar la retirada inevitable de la URSS -de ahí la mano tendida-, y el segundo, empezar a cobrar lo que se ha dado en llamar en Estados Unidos los dividendos de la paz.

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La construcción del mundo que nos llega, que habrá de sufrir en los noventa -como ha dicho sir Ralf Dahrendorf- enormes asechanzas antidemocráticas, no sólo de los comunismos residuales sino de las propias masas escasamente educadas en la democracia, ha de exigir, sin embargo, mucho más que esa modesta ayuda. Es preciso que los dividendos de la paz los pueda cobrar también Moscú para que haya alguna garantía de que los cambios en el Este van a contribuir a crear un nuevo contexto más justo y estable de las relaciones internacionales.

Hasta la fecha, con todo, son escasos los indicios de que haya una suficiente comprensión de ese problema en Washington. Más bien al contrario, parecen ciertas las tentaciones de aprovechar el posible desmoronamiento de la potencia soviética, atacada en su interior por una profusa taifa de nacionalismos, para reclamar con mayor fuerza la presunta esfera de influencia norteamericana en el mundo. Panamá podría ser la muestra.

No significa ello que a la Unión Soviética le perjudique directamente lo que en estos momentos pueda hacer Washington en América Central, porque otras preocupaciones asaltan a Gorbachov, como el mantenimiento mismo de las actuales fronteras soviéticas; mucho peor, sin embargo, es el hecho de que es el mundo entero el que ha de preocuparse porque el equilibrio mundial pueda apoyarse en el futuro en una sola pata estratégica. Naturalmente, existe Europa, se dirá, y son preferibles dos patas democráticas a dos o tres patas si una de ellas es marxista totalitaria. A eso hay que responder que Europa es sólo un proyecto, y que las patas de un equilibrio mundial tienen mucha más relación con la geoestrategia -y con los márgenes de libertad que resten por ello a los terceros países- que con las ideologías.

Los Estados Unidos de George Bush tienen la enorme responsabilidad de contribuir a que la democratización del Este llegue también a Moscú, preservando incluso en lo posible la integridad de su antiguo adversario. Y a este respecto, habrá de rechazar las tentaciones de volver a la Europa del Este contra la URSS, tendrá que entender que la política de las cañoneras no puede pertenecer a ese mundo del futuro y deberá cooperar en pie de igualdad con Moscú, aunque esa igualdad sea cada día menos real. Los dividendos de la paz llegan a todos o no llegarán a nadie.

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