El 'caso Barry' supone un duro golpe a la credibilidad del Partido Demócrata de Estados Unidos
La comparecencia el viernes del alcalde Marion Barry acusado de posesión voluntaria de drogas ante una juez federal no sólo ha constituido una de las bombas políticas más sonadas de los últimos tiempos en Washington; de golpe ha hecho añicos el prestigio de uno de los líderes negros más fulgurantes del país, ha afectado la credibilidad política del Partido Demócrata y ha vuelto a sembrar las dudas sobre la autonomía municipal de la capital federal, gobernada hasta 1974 por un Ayuntamiento de designación presidencial.
Al mismo tiempo, sus consecuencias podrían afectar el desarrollo de la próxima campaña presidencial si Barry opta por dimitir, como le aconsejan sus más cercanos colaboradores, y si Jesse Jackson, que quedó en un disputado segundo puesto en la carrera para conseguir la nominación demócrata en 1988, decide presentar su candidatura a la alcaldía de la capital norteamericana el próximo noviembre."Estoy como al borde de un precipicio y me siento atraído hacia él", confesaba Barry a un amigo poco después de abandonar el tribunal federal del distrito de Columbia, donde fue acusado el viernes de posesión voluntaria de crack, el mortífero derivado de la cocaína que produce decenas de miles de muertes al año entre los jóvenes norteamericanos.
La confesión reflejaba la amargura de un hombre, hijo de una sirvienta, que, después de representar la personificación del sueño americano, de haber llegado gracias a su tesón y a su trabajo a uno de los puestos políticos más representantivos del país, se veía humillado y sometido al mismo tratamiento que cualquier delincuente común.
"Me has traicionado, me has traicionado", repetía machaconamente el alcalde a la espectacular modelo Rasheeda Moore, una antigua amante de Barry convertida en cómplice de las autoridades, cuando los agentes del FBI irrumpieron en la habitación 727 del hotel Vista International de Washington para detener al político, después de haberle filmado clandestinamente comprando una dosis de crack a una pretendida amiga de la modelo, que resultó ser una agente federal.
Después, el todopoderoso Barry, el hombre que hace sólo una semana se consideraba "invencible" como alcalde, fue sometido al desagradable proceso que la ley sigue con todos los detenidos. Trasladado a la sede del FBI, situada a sólo unas manzanas de la Casa Blanca, Barry fue fichado, fotografiado y sus huellas dactilares impresas. Después se le practicaron los correspondientes análisis de sangre y de orina, que, según anunció ayer el fiscal federal, dieron positivo.
El mito Barry había caído, y en su caída había arrastrado la frustración y la ira contenida de una gran parte de la población negra de Washington, principalmente de los jóvenes, que hasta ahora le consideraban como modelo que imitar. "¿Qué podemos hacer ahora?", se lamentaba Anthony Witcher, un joven negro de 12 años a cuya escuela había acudido Barry el mes pasado para advertir sobre el peligro de consumir estupefacientes.
La mayor indignación procede precisamente de la población de color de una ciudad como Washington, que se siente traicionada por su ídolo. El año pasado hizo honor a su triste calificativo de "capital del crimen" de Estados Unidos con 438 asesinatos, de los cuales más del 60% fueron relacionados con la droga.
La indignación es comprensible si se considera que Marion Barry, el hombre que fue detenido cuando fumaba una dosis de crack, terminaba sus visitas a las escuelas del distrito de Columbia con el siguiente pareado: "Up with hope, down with dope" (arriba la esperanza, abajo las drogas).
Es esa esperanza la que Barry ha matado en la mente de muchos niños negros de Washington que, como Anthony Witcher, le habían convertido en su ídolo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.