Emma Suarez
En el último festival de Valladolid este filme dividió los gustos de los espectadores: a unos les repelió, a otros les gustó. Cada cual tenía sus razones, sin duda fundadas. Pero mirada friamente -cosa no fácil en un filme que pretende ser más que caliente febril- La blanca paloma es un arriesgadísimo proyecto de tragedia total, que arranca (con algunas marrullerías ópticas, defectos en la construcción de las secuencias e imprecisiones evidentes en la definición de personajes y sucesos) de forma inquietante, pero que se deteriora poco a poco y en la recta final naufraga por completo.Miñón y Matji ponen mucho coraje en la concepción de la historia. Pero esta se le escapa de las manos, como un agua turbia, al primero. Y ahí surge el misterio: el filme, decepcionante en cuanto tal -una feroz Malquerida sin tapaderas, pero dramáticamente con los pies de barro- pese a tambalearse camina. Y camina porque entran en juego sus intérpretes -Rabal, Banderas y Emma Suárez- que allí, en el mórbido clima infraurbano elaborado por Miñón y Perecaula, sostienen lo insostenible.
La blanca paloma
Dirección: Juan Miñón. Guión: Manuel Matji y Juan Miñon. Fotografía: Jaume Perecaula. España, 1989. Intérpretes: Emma Suárez, Antonio Banderas, Francisco Rabal, Mercedes Sampietro. Estreno: cine Madrid.
Rabal lo hace sin esfuerzo, con el poder de su simple presencia y su nada simple maestría. Banderas con la solvencia de un actor que, aunque todavía está en periodo de formación e irá mucho más lejos de donde está, es ya capaz de dar alta precisión a un impreciso personaje, con arte y sin artimañas, lo que le valió en Valladolid con justicia el premio al mejor actor.
Toda una actriz
Y finalmente Emma Suarez, porque actúa con armas de tan desarmante verdad, que se presiente, viéndole construir este su casi imposible personaje, una actriz de talento y posibilidades expresivas infrecuentes, ya que combina el hermetismo con la expansividad y sabe usar como una veterana, pese estar en sus comienzos, una alegre mirada sonriente como vehículo transmisor de dolor y de tristeza.De otra manera, Emma Suárez sabe decir una cosa con la contraria, posee el don de lo indirecto y lo ambiguo, pone alma en la banal mecánica de un mal movimiento, otorga fuerza erótica subterránea a algunas zafias evidencias que ha de afrontar y, sobre todo, mira a la cámara, es decir, a la mirada del espectador, dejándola inmovil, deslumbrada. Se presiente toda una actriz en esta mujer joven, capaz de dar misterio a lo archisabido y lustre a las mugres que representa.
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