Los vecinos de Pisa atribuyen el cierre de la torre inclinada a razones políticas
No existe todavía un plan de restauración del monumento distintivo de la ciudad
El último billete de 4.000 liras (400 pesetas) para subir los 293 peldaños de mármol de la antiquísima torre de Pisa se vendió ayer a las dos de la tarde. El agraciado, un joven italiano llamado Paolo Vescovi, conserva el billete como un trofeo, ya que se ha convertido en " objeto de colección. Los pisanos exponen sus sospechas de que el cierre se deba a razones de imagen política, sobre todo por lo apresurado de la decisión, que se toma cuando aún no hay aprobado un proyecto concreto de restauración de las estructuras de la torre.
A las 15. 10, la RAI, en su programa de Raffaella Carrá, ante la presencia del ministro de Obras Públicas, Giovanni Prandini, retransmitió en directo el polémico momento del cierre de la torre a los visitantes que ayer hicieron un verdadero desfile con horas de espera para poder subir por última vez a lo alto del campanazzo. La llave de la puerta verde de la entrada a la torre fue entregada al alcalde de la ciudad, Giacomino Granchi, quien polemizó con el ministro Prandini a través de la televisión al no compartir su decisión. Y lanzó un reto: "Si dentro de tres meses no hemos visto que el Gobierno se mueve de verdad con un proyecto de reestructuración de la torre, la volveré a abrir pase lo que pase".El temor de los pisanos es que, frente a Florencia y Siena, ciudades rivales en turismo, ellos podían ofrecer al mundo el tesoro único de la torre más inclinada que, se conoce, y ahora el turismo, fuente principal de su economía, puede eclipsarse con daño gravísimo para la ciudad, porque Pisa, centrada en su torre, se despreocupó de los otros monumentos de la ciudad.
Ahora se insiste en que, incluso desde lejos, la vista de la torre es bonita igualmente. Pero evidentemente ya no es lo mismo. La fascinación de subir los casi 300 peldaños inclinados para poder contemplar desde lo alto la maravilla del conjunto de la plaza llamada de los Milagros y toda la fantástica ciudad medieval, ésa ya nadie se la podrá gustar en mucho tiempo. ¿Cuánto? El ministro dijo que los que hablan de 10 años exageran, que él espera que dentro de tres años pueda volver a hablarse de abrir la torre. Pero nadie lo cree.
Un pisano al que el operador de la televisión italiana pregunto: "¿Cree usted que la torre se va a caer?" respondió con humor amargo toscano: "Le deseo que usted no se muera antes de que se caiga, porque ella nos enterrará a todos". Y añadió: "Todo lo demás es cuento y política".
Guerra dura
En la polémica sobre el cierre de la torre ha ganado la batalla el ministro de Obras Públicas, Giovanni Prandine. Pero ha sido una guerra dura, una especie de pulso entre diversos centros de competencia, entre ellos el Ministerio de Bienes Culturales, la comisión responsable de todas las construcciones de la plaza donde está la torre, el alcalde de la ciudad, los historiadores de arte, los técnicos y la opinión pública nacional e internacional.
La última palabra la ha pronunciado una comisión ministerial del ministerio de Obras Públicas frente a la cual, aun los que estaban en desacuerdo, no han podido objetar nada. Pero muchos sospechan que se trate más de una operación de "imagen política" que de una verdadera emergencia y se critica al mismo tiempo que, antes de haber dado un paso tan grave, no se haya consultado también a técnicos internacionales.
Sobre todo que no se ha esperado, para cerrar la torre, como dijo ayer el alcalde de Pisa, a que se empezasen las obras de restauración de las diversas estructuras, cosa que podría aún aplazarse durante muchos meses, ya que en realidad aún no existe un plan concreto para llevar a cabo dicha reestructuración. Por su parte, el historiador Enzo Carli, autor del libro La catedral de Pisa, declaró ayer con ironía al diario La Stampa que lo que él espera y desea es que la torre "se restaure y consolide sin alterarla". Y añadió: "No me hubiese molestado que en la famosa comisión que ha decidido el cierre hubiese estado un historiador de arte como perro guardián".
Símbolo del país de la inestabilidad estable
Para los habitantes de Pisa, la ciudad toscana de origen etrusco, colonia latina ya en el 179 antes de Cristo, floreciente centro marinero y mercantil de pieles, ayer fue un día de luto, al haberse visto la ciudad obligada, por orden del ministro de Obras Públicas, el democristiano Giovanni Prandini, a cerrar su gloriosa, mítica y misteriosa torre inclinada -joya inigualable de arquitectura-, a los miles de visitantes que cada día se encaramaban a lo alto de sus 56 metros de altura para palpar con la mano el milagro frágil de aquella increíble inclinación.Un luto que quedó sellado tangiblemente con el repiqueteo de las campanas de todas las iglesias de la ciudad, que sonaron a muerto cuando minutos después de las tres de la tarde, ante el alcalde Giacomino Granchi, se cerró con llave la puerta de la torre hasta no se sabe,cuándo, mientras las televisiones de medio mundo inmortalizaban la escena de dolor.
Y es que la torre de Pisa, como ha escrito días atrás el periódico norteamericano The Washington Post solidarizándose con el alcalde de la ciudad, que se opuso hasta el último momento a su cierre, es como un símbolo de una Italia amasada de arte, rica de misterios y vitalidad y al mismo tiempo frágil, supersticiosa y arcaica.
El milagro de esa torre, que lleva inclinándose, pero sin caerse, segundo a segundo desde hace ocho siglos, es la imagen mejor de este pueblo siempre en vilo entre la modernidad, el desarrollo económico y los miedos arcaicos y ancestrales a sus infinitos invasores de ayer.
Siempre vencedora
Todos saben y creen a pies juntillas que la torre, dulce símbolo fálico de una inestabilidad al final siempre vencedora, no puede caerse sin que ello significara una especie de desplome simbólico del país de la inestabilidad estable.
De ahí el que no sólo los pisanos, que pierden con el cierre de la torre la ubre mejor de sus recursos de una floreciente economía turística, sino también todos los italianos, hayan vivido los meses pasados, y concretamente la jornada de luto de ayer, más que como una fatalidad inevitable, como una pequeña y ruin batalla de contenido político para hacerse con la gestión de una tajada de alrededor de 1.500 millones de pesetas que al parecer se van a dedicar no se sabe si a reforzar o a cosquillear inútilmente los cimientos misteriores de esa torre.
Una torre que al parecer fue colocada allí hace siglos teniendo en cuenta un juego de misterio de los astros, y concretamente bajo un signo fuerte del zodiaco, el de Aries, que vigila sobre una ciudad que siempre había sobrepuesto a su complejo de inferioridad frente a sus rivales de Florencia, Luca, Génova y Siena la gloria de su torre levantaba en la plaza de los Milagros como un desafío eterno y permanente a todo.
A la opinión pública, que ha visto con malos ojos la decisión gubernamental, lo que más le ha molestado es que alguien se haya atrevido a poner en tela de juicio esa especie de sacralidad viva de la Torre Inclinada. Nadie quiere que sea tocada porque nadie duda de que nada la puede echar abajo.
Miles de pesares
A nadie le interesa saber por qué no se ha caído nunca, como nadie quiere saber por qué los dioses mantienen a este país en pie a pesar de sus miles de pesares, de sus mafias, de sus corrupciones, de sus políticos ineficientes e incombustibles. Es como poner en duda que la sangre de San Gennaro, en la ciudad de Nápoles, es sangre verdadera y milagrosa, porque hay cosas en este país que son intocables e indiscutibles.
Por eso cualquier sospecha de manipulación, de mezquina explotación, como la hecha ayer tarde por la cantante y presentadora Raffaella Carrá, que se empeñó en dar en directo en su programa de televisión, como si se tratase de una alegre corrida de toros, el triste cierre de la torre mientras en Pisa tañían a luto las campanas de sus iglesias, fue recibido como un insulto nacional.
Babelia
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