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INVASIÓN EN PANAMÁ

Noriega se entregó a las tropas de EE UU vestido de general

Antonio Caño

Manuel Antonio Noriega pidió su uniforme de general del Ejército momentos antes de abandonar -puede que para siempre- la capital de Panamá. Envuelto en él -su último signo de dignidad-, salió de la nunciatura con paso inseguro en medio de la oscuridad a las 20.50 del miércoles 3 de enero (2.50 del jueves, hora peninsular). A esa hora, el dictador se convirtió en reo; a esa hora, el mito que ha obsesionado al mundo pasó a ser un pobre hombre derrotado.

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Noriega sólo hizo dos llamadas por teléfono antes de cruzar la puerta que le alejaba definitivamente del poder y de la opulencia: una -que duró 10 minutos-, a su amor de muchos años, Vicky Amado, que fue autorizada a comunicarse con él por los soldados norteamericanos que la tienen detenida; la otra, a su esposa, Felicidad Siero, que permanece refugiada, junto a sus tres hijas, en la Embajada de Cuba.Su último confidente, el nuncio Sebastián Laboa, estaba a su lado cuando los soldados norteamericanos le cachearen a la puerta de la nunciatura y también cuando le unieron con esposas las manos, que le temblaban. [Horas más tarde, declararía en Miami que se entregó porque el nuevo Gobierno panameño había decidido retirar la inmunidad diplomática a la nunciatura apostólica si continuaba refugiado en ella, informa Albert Montagut].

El coronel Nivaldo Madriñán, uno de sus pocos compañeros fieles, se cuadró ante Noriega en la sede diplomática antes de darle el último abrazo. El cacheo de los soldados fue en vano, porque el propio Laboa se había encargado de que el general entregase antes las armas. Una a una, día tras día, Laboa había ido dando a los norteamericanos las armas con las que Noriega entró en la nunciatura el pasado día 24.

Equipos especiales

Noriega asistió a misa antes de dejar la nunciatura

El nuncio había conseguido que, para no humillar innecesariamente al que durante años se convino en llamar hombre fuerte, su entrega a los norteamericanos no pudiese ser captada por las cámaras de la televisión, pese a que éstas estaban provistas de equipos especiales para la oscuridad.Las tropas norteamericanas acompañaron la salida de Noriefa con el estallido de flashes especiales que deslumbraron los objetivos de los camarógrafos e impidieron toda imagen nítida.

La persistencia de Laboa consiguió también que, antes de abandonar la nunciatura, el general escuchase en compañía de todos los demás huéspedes especiales de la sede apostólica una misa oficiada por el propio nuncio y por el padre Villanueva. No se confesó ni comulgó, pero siguió atentamente la ceremonia.

En su homilía, probablemente ante la feligresía más extraña que nunca haya tenido (además de Noriega, el capitán Gaitán, el coronel Madriñán, dos funcionarios civiles del depuesto régimen panameño y los cuatro etarras allí refugiados y la esposa de uno de ellos), Laboa habló sobre el derecho a la esperanza.

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