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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

A sangre y fuego

EL PRESIDENTE Bush creyó, cuando ordenó a su ejército invadir Panamá en la madrugada del miércoles, que iba a encontrarse con una nueva Granada. Tres días después es posible que Estados Unidos se esté topando con algo más semejante a Vietnam que a la diminuta isla caribefla invadida por tropas norteamericanas en 1983. Aunque el cuerpo expedicionario es7 tadounidense terminará haciendo valer en un plazo más o menos inmediato la fuerza de su enorme superioridad militar, está cada vez más claro que la operación ha constituido un fracaso en lo que concierne a los principales objetivos propuestos, empezando por la captura del general Noriega.Todo indica que la situación ha escapado al control norteamericano. La resistencia militar organizada ha sido reducida, pero un gran número de tropas fieles a Noriega han escapado y pueden reorganizarse en forma de focos guerrilleros en cualquier lugar del intrincado territorio panameño. Frustradas por la no consecución inmediata de los objetivos previstos, las tropas estadounidenses han sucumbido al nerviosismo y disparan contra todo lo que se mueva, como ocurrió el jueves junto al hotel Marriot, incidente en el que perdió la vida el fotógrafo español Juantxu Rodríguez, colaborador de este diario.

La muerte de nuestro compañero no es un hecho aislado. Momentos antes de ser tiroteado por soldados norteamericanos, él y otros compañeros se habían identificado como periodistas. En otras refriegas, otros dos informadores resultaron heridos. Y se cuentan por decenas los civiles panameños muertos como consecuencia de la acción de limpieza indiscriminada de las unidades invasoras. Además de ser un atentado contra el derecho internacional, la operación contra la dictadura de Noriega es una chapuza que está dejando en evidencia las supuestas virtudes de un ejército que es Íncapaz de dar un golpe de mano sin pasar por encima de los cadáveres de muchos ciudadanos.

La invasión ha acabado con toda autoridad existente, pero no ha repuesto a ninguna en su lugar. El Gobierno instalado por Guillermo Endara -cuya legitimidad ganada en las urnas en mayo ha quedado definitivamente manchada al aceptar el poder de una potencia extranjera que invade su país- no controla la situación. En esas condiciones, el caos y el pillaje se adueñaron de la capital panameña sin que las tropas movieran un dedo. Una operación concebida como quirúrgica ha devenido en lucha abierta.

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Lo que 24.000 hombres perfectamente equipados y entrenados han sido incapaces de conseguir sobre el terreno en un país prácticamente reducido a la nada, el Gobierno norteamericano pretende lograrlo en el terreno diplomático. Hasta ahora sus esfuerzos han sido baldíos, y sólo el Reino Unido, Canadá y El Salfador han aplaudido la invasión. Las presiones sobre los países de la Comunidad Europeá y otras naciones occidentales están siendo enormes: la política de la CE, sobre todo en relación con los cambios que se están produciendo en Europa, incurriría en una gravísirna contradicción si ahora justificase la violencia exterior para derribar dictaduras. Es imposible alegrarse de la caída de Ceaucescu y mirar, al mismo tiempo, para otro lado en lo que se refiere a Panamá. La postura del Gobierno español ha sido rotunda en sus manifestaciones en contra de la invasión.

Al anunciar ante la televisión de EE UU que había dado orden a las tropas de atacar, George Bush dijo que era la decisión "más responsable" que podía tomar un presidente de EE UU. A estas alturas está claro que la Administración norteamericana ha actuado de una forma irresponsable. Y así, los últimos días del que será sin duda un año histórico nos devuelven por desgracia a un pasado del que creíamos a punto de escapar. Tome nota, señor Fukuyama, distinguido funcionario de la Casa Blanca.

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