La oferta navideña de Disney

Oliver y su pandilla es la última oferta de la empresa Disney en el campo del largometraje de animación y nos llega en Navidad debido a una tradición comercial irrompible. Conviene subrayar, desde el principio, la estricta fidelidad de esta película a la férrea iconografía impuesta por el fundador de la casa, y, asimismo, a las narraciones literarias más tradicionales como lo prueba la elección de Oliver Twist como base narrativa de este filme.¿Tienen sentido, en nuestros días, tales formulaciones estéticas? La respuesta afirmativa, concretada en esta producción que ahora se estrena, parece indicar que los seguidores de Disney respetan, ante todo, la memoria del maestro y, también, atienden a una demanda popular dirigida mayoritariamente en este sentido fijado para siempre y que, quizás, no toleraría desviaciones importantes en relación con el modelo fundamental. La innovación tecnológica en este campo ha sido espectacular en los últimos años, pero las narraciones han evolucionado con mucha mayor lentitud. La vieja productora americana obedece a reglas inflexibles y a sistemas expresivos muy anticuados, que excluyen, casi por completo, la renovación y el cambio. volver a adaptar a Dickens revela asimismo una actitud conservadora y, además, una desconfianza clara hacia las posibilidades de relatos infantiles más cercanos a nuestra sensibilidad. Dickens, visto desde otra perspectiva, es un autor de una enorme vigencia y sus obras, pese a su longevidad, aún son capaces de vivificar un proyecto muy distinto al original, pero resulta claro que en este caso ha sido seleccionado por los productores no tanto por sus méritos literarios, sino por ofrecerles un marco narrativo sentimentaloide que ha sabido sobrevivir al paso de los años.

Música 'rock'

Oliver y su pandilla tiene un acabado técnico excepcional, como era de esperar, más creativo en la banda sonora, con música rock, que en la misma construcción de las imágenes, en las que se trasvasa con inteligencia el universo, del autor inglés a un planeta imaginario, de apariencias neoyorquinas, auténticamente zoomórfico, en el que sólo las pasiones, las filias y las fobias, son humanas, mientras las apariencias corporales y gestuales responden a una tipología plástica híbrida, dentro de los cánones consabidos de la empresa, entre lo humanoide y lo animalesco, continuando una línea gráfica que nace en los cortos de la primera época y se afianza en la mítica Blancanieves.Los técnicos de la productora Disney han recuperado con esta obra su legendaria capacidad creativa, sin temor a los ordenadores, aunque tampoco olviden las actividades manuales más artesanales porque siguen siendo necesarias.

Si dejamos los problemas estéticos y narrativos y nos centramos en la animación, es justo destacar su perfección técnica, tan rara en nuestros tiempos, en los que el esquema imperante es un movimiento simple, restringido a algunos elementos, de forma pobre y apresurada. En Oliver y su pandilla, como en los restantes largometrajes de la misma empresa, encontramos una riquísima dinámica de formas, líneas y colores que colmarán las aspiraciones de los disneyanos entusiastas, sin perder de vista su carácter de prólogo, en relación con otras posibilidades diferentes del procedimiento. ¿Será posible que esta misma empresa -la más poderosa del mundo, sin la menor duda- se atreva a avanzar, algún día, por territorios desconocidos, arriesgándose a abandonar estas zonas familiares del dibujo animado? Con la práctica dominante, se evitan los problemas, acudiendo a fórmulas ya probadas, pero las producciones se mueven siempre en el mismo ambiente y se pierden enormes posibilidades inéditas.