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Centroamérica vuelve a estallar

Antonio Caño

Una ola de inestabilidad que se extiende desde Panamá hasta Guatemala convierte hoy a Centroamérica en la región más explosiva del mundo. Cuando la humanidad celebra el fin de la guerra fría y festeja la solución de algunos conflictos regionales, la crisis enqustada en Centroamérica adquiere formas más belicosas que nunca y amenaza con una internacionalización de la guerra.El recrudecimiento del conflicto salvadoreño y la ruptura de relaciones entre El Salvador y Nicaragua son los detonantes de una crisis compleja, en la que, directa e indirectamente, concurren varios elementos.

Citemos los más importantes: las elecciones del próximo mes de febrero en Nicaragua (con cierta posibilidad de victoria de la oposición); el aislamiento de Cuba dentro del campo socialista; el conflicto entre Estados Unidos y el general Manuel Antonio Noriega; el ascenso de la extrema derecha al poder en El Salvador; la debilidad de los Gobiernos democráticos frente al poder de sus ejércitos nacionales; el ocaso de Óscar Arias, y un notable deisinterés y falta de información por parte de Estados Unidos por los acontecimientos centroamericanos.

Paz imposible

Entrelazar correctamente cada uno de esos fenómenos para explicar la crisis centroamericana resulta muy dificultoso -tal vez se pueda flicluso mencionar alguno más-, pero lo que sí es seguro es que todo conspira en la actualidad para que en Centroamérica la paz. sea imposible.

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El proceso de paz de Esquipulas ha saltado por los aires. Nadie cree en estos momentos que el presidente de El Salvador, Alfredo Cristiani, acuda a la cumbre de Nicaragua y, aunque lo hiciese, sería un milagro sacar de allí resultados positivos.

Confiar en la paz entre los guerrilleros que lanzaron la ofensiva sobre San Salvador y los soldados que despedazaron los cadáveres; de sus enemigos es ilusorio. Creer en la reconversión democrática de un ejército de cuyas filas salen los asesinos de seis ilustres jesuitas es pura inocencia.

Nadie apuesta verdaderamente por la paz en Centroamérica. Para Nicaragua, la violencia y la guerra son las mejores pruebas de que la región no sólo está falta de democracia, como dicen Estados Unidos y Europa -no ha podido ocurrir nada mejor que la batalla de San Salvador para rebajar la presión internacional sobre las elecciones nicaragüenses- Para la extrema derecha salvadoreña, la violencia es la única forma que conoce de mantenerse en el Gobierno.

Para los ejércitos centroamericanos, la inestabilidad es el mejor sistema para retener el poder que detentan. Para Fidel Castro, la normalización y pacificación de Centroamérica sólo sería una prueba más del fracaso de sus tesis. Para el general Noriega, cuyas posibilidades de influir en el desarrollo de los acontecimientos en El Salvador no se deben menospreciar, es bueno todo aquello que perjudique a EE UU. Lo que queda de estabilidad en la región es un presidente en Guatemala que acaba sus días de mandato con una patética sensación de subordinación al ejército. Queda también, en Honduras, un sistema democrático donde el presidente es sólo el tercer poder, después de las fuerzas armadas y la Embajada de Estados Unidos. Y queda, por último, el final de Oscar Arias: el hombre que más ha hecho por la paz en Centroamérica tiene que soportar ahora las críticas dentro de su propio país y los desaires u utilización de sus colegas centroamericanos.

Tal vez la única fuerza capaz de reacomodar en un sentido positivo esta situación pueda ser Estados Unidos. Pero el presidente George Bush, que vivió de cerca los fracasos de su antecesor en Centroamérica, ha procurado desde un principio despegarse lo más posible de ese peligroso foco de conflicto. La ruptura de Esquipulas equivale hoy a una seria posibilidad de guerra generalizada, que puede empezar por una pequeña llama.

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