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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Solución libanesa?

MICHEL AOUN, residente del Gobierno cristiano de Líbano, ha declarado que, por lo que a él respecta, la guerra civil de este país ha terminado. Pondría con ello fin a interminables meses durante los cuales, erigido en defensor de una pureza constitucional y de un nacionalismo más que trasnochados, se dedicó a bombardear indiscriminadamente posiciones ocupadas por los partidarios del primer ministro musulmán, Selim Hoss, amparados a su vez por el Ejército sirio. Este brote de violencia final era el fruto último de la sublimación de la esquizofrenia nacional que arranca de un pacto por el que, en 1943, se distribuía el poder político conforme a módulos confesionales rígidos que, evidentemente, no tenían en cuenta la probabilidad de alteraciones demográficas profundas.¿En qué consiste resolver el problema libanés? Simplemente en acabar con 14 años de guerra civil mediante la reordenación de la distribución del poder -atendiendo a las ambiciones y posibilidades de cada grupo político- y la limitación simultánea de las aspiraciones hegemónicas de las potencias y grupos extranjeros que intervienen en el país. Durante más de una década, Siria, la OLP, Israel y los fundamentalistas islámicos han dirimido parte de sus rencillas utilizando a Líbano como campo de batalla.

La elección, el pasado 5 de noviembre, del diputado cristiano maronita René Moawad como presidente de la República parece abrir la puerta a la paz. El protagonismo le corresponde, en buena medida, a la Liga Árabe, cuya troika mediadora, compuesta por Arabia Saudí, Argelia y Marruecos, consiguió reunir el mes pasado, en la ciudad saudí de Taif, al antiguo y autoprorrogado Parlamento libanés. Éste acordó reestructurar la distribución del poder político, cambiando las proporciones por las que se regía, pero manteniendo la tradicional adscripción religiosa de los principales cargos: maronita, el presidente de la República; musulmán suní, el primer ministro, y musulmán shií, el presidente del Parlamento. Tampoco se incluyó en los acuerdos una exigencia de retirada de las tropas sirias. Esto, unido a que Michel Aciun perdería automáticamente su ministerio, hizo que las milicias cristianas se opusieran a los acuerdos y amenazaran de muerte a quienes los habían adoptado.

Todo dependía de que el Parlamento pudiera reunirse en territorio libanés, ratificar los acuerdos de Taif y elegir a un nuevo presidente de la República antes del pasado 7 de noviembre. Una reunión en París de los diputados que habían huido a Europa para salvar sus vidas les convenció de que debían volver para enfrentarse con su responsabilidad histórica; el día 5, el Parlamento libanés se reunió formalmente en la base militar de Qulayat bajo protección siria y eligió presidente a Moawad. Michel Aoun rechazó la elección como ¡legal y se manifestó decidido a continuar en solitario una lucha totalmente estéril.

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El presidente Moawad, sin embargo, un pragmático inteligente, buen conocedor de la realidad libanesa y de sus propias limitaciones, se puso a trabajar y pronto ofreció una fórmula de gobierno provisional de coalición que podría ser el principio de la solución a los problemas del país. Con ello ha desplazado a Aoun de sus posiciones nacionalistas, ocupándolas él y dejando a su enemigo sin argumentos. De ahí que el general Aoun, primer ministro cristiano, se haya visto abocado a declarar a los pocos días que la lucha se ha acabado, aun cuando sigue oponiéndose al presidente, mientras éste no consiga un compromiso sirio más firme y más inmediato de que su Ejército se marchará de Líbano. Un compromiso que ningún libanés tiene fuerza suficiente para obtener, como no la tiene para asegurarse de que Israel abandona sus posiciones estratégicas en el sur del país. Una vez más corresponde a la comunidad occidental exigir a Siria y a Israel que permitan a Líbano la recuperación de la paz.

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