Nosotros
El avión despegó del aeropuerto Kennedy, de Nueva York, con cuatro horas de retraso. La culpa no era de los americanos, se nos dijo, sino de Iberia, que no pudo traer el aparato puntualmente.Luego aterrizó en Madrid. Los equipajes que tenían que salir por una cinta aparecieron por la contraria, y los viajeros arrastraban sus carromatos de níquel con chirridos de indignación. Pero los empleadps hablaban a gritos y uno escupió en el suelo y pisó su propia suciedad con arte de taconeo.
La maleta, de tamaño medio, no cabía en el portaequipajes, ocupado por dos bombonas de butano. El táxista maldijo. "¿Y ahora qué hacemos?", se preguntó. De mala gana sacó un pedazo de cuerda y sujetó la tapa del maletero. Volvió a maldecir. Se puso en marcha.
Al rato preguntó qué tal se vive en América. "Nueva York es una ciudad sin ley", dijo. El tráfico se espesaba. El taxista empezó a saltarse las normas de circulación. Pero insistía: "¿Viven mal allí? ¿Es cierto que se matan por las calles y comen mucha mierda?".
En el primer puente se divisaba a un obrero suspendido de un andamio endeble, sin casco y sin cinturón que le sujetara al pretil. El taxista comentó: "Si se cae, se mata, y si no se mata, lo atropellará un coche detrás de otro".
Luego vimos una camioneta parada en el arcén, con la carga sin atar, abandonada y sin señales de ningún tipo.. Los automovilistas la sorteaban en el último momento, pues el arcén español -ni que decir tiene- es otra banda de alta velocidad.
Por fin el taxista se puso amable y amablemente anunció. "En cuanto le deje a usted, me voy al bar y me como el bocadillo de embutido con habas, una cerveza o dos y el carajillo".
Después volvió la cabeza. Sonreía. Miraba con curiosidad: "Pero dígame la verdad: ¿quién vive mejor, los americanos o nosotros?".
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