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Tribuna:LA EVOLUCIÓN DE LA TEORIA ECONÓMICA
Tribuna
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Una fantasia organizada

Partiendo de la base de que tal vez algún día los economistas consigan demostrar que el funcionamiento de la economía no podía ser muy distinto del que es en realidad y que responde a las pasiones del hombre, el autor considera que el entendimiento del estado actual y las perspectivas de la evolución de esta disciplina pasa por el entendimiento de la naturaleza de las revoluciones.

Tal vez suceda que algún día los físicos consigan demostrar que el funcionamiento del universo no podía ser muy distinto del que es en realidad. Tal vez algún día logren construir una teoría que demuestre que nuestro mundo es el único posible, que no puede concebirse una materia dotada de otras propiedades.Tal vez suceda que algún día los economistas consigan demostrar que el funcionamiento de la economía no podía ser muy distinto del que es en realidad. Tal vez algún día logren demostrar que la economía, en términos generales, responde a las pasiones del hombre, sólo que la dificultad estriba en saber acertar a cuáles pasiones debe asignárseles de ordinario el papel de domadores, y cuáles son, por el contrario, las pasiones verdaderamente salvajes que deben ser dominadas.

En el umbral de toda consideración científica del mundo aparece -como ya enseñaban los antiguos filósofos griegos- el asombro. Antes de explicar algo

"Hemos de reconocer que hay algo que exige explicación, y antes de contestar hemos de aprender a hacer preguntas.

Probablemente explicar-preguntar-contestar nos llevará lejos en la interpretación y significado de la economía. Esta trilogía es el combustible que alimenta el pensamiento del economista. Este permanente esfuerzo intelectual, realizado para mejor entender los fenómenos económicos, adquiere una especial importancia por la necesidad de situar en perspectiva la economía contemporánea.

Y Desenredar la inmensa maraña de valores y creencias, que sostiene y propaga la idea de lo económico, en la que estamos inmersos no sólo los economistas, sino el común de los mortales, no deja de ser una tarea tan ardua como compleja, y no exenta de peligrosas contradicciones.

En este sentido, opino que el intenso debate que reclama la economía se hace vitalmente necesario en la recta final hacia el doble siglo de las luces.

Considero que para atisbar la nueva tierra de la economía es preciso que surja la cabeza genial, que, emulando la tradición histórica, le dé un nuevo empuje, con renovadas ideas matrices, y que cincele palabra a palabra lo que en esta época de cambios y mutaciones a nivel mundial y en todas las direcciones se está produciendo como consecuencia del influjo de múltiples y contradictorias fuerzas que llevan hacia delante los cambios sociales, científicos, tecnológicos, morales, etcétera.

¿Pero dónde estamos?

No es casual que uno de los instrumentos más avanzados de la economía moderna, el análisis de las tablas input-output, se remonte al primer intento de análisis económico: el Tableau Ecconomique de los Fisiócratas (Quesnay) de hace más de 200 años. No hace falta ser ecónomo para captar el detalle de que llevamos usufructuando de otros tiempos casi todo lo que hoy hablamos, aprendemos y enseñamos.

Bien es verdad que se han producido impresionantes avances en el análisis formal de la economía. Estas formidables aportaciones responden al despliegue de las técnicas matemáticas. Se dan en este campo tanto notables contribuciones como contradicciones. Quiero decir que el moderno análisis matemático, por riguroso y elevado que sea, no puede corregir su punto débil fundamental, que es la exclusión de la estructura social y del entorno físico en los que ha de encuadrarse cualquier problema de gestión. Igualmente contribuye a propagar el peligro de que los conocimientos cada vez más sofisticados y parcelarios de los especialistas apunten hacia una sociedad donde la razón decae mientras que la inteligencia aumenta.

Respecto a la forma de abordar la realidad social con los modernos métodos de análisis económico, deseo resaltar que los economistas (como las demás gentes) comunican sus puntos de vista, que a través de su pensamiento resultan ciertos, aunque en ocasiones cuestionados.

Durante este proceso el economista trata a menudo de filtrar la realidad que le rodea mediante su propio prisma conceptual, de modo que refuerza sus creencias eligiendo de la realidad aquellos hechos, cifras y fenómenos que confirmen su perspectiva. Con frecuencia, esta interacción termina por convertirse simplemente en un esfuerzo para probar la validez de sus propios puntos de vista, lo que dificulta una sincera búsqueda de la verdad.

El investigador ha de asumir su propia finitud: los preconceptos del investigador condicionan siempre lo investigado. Es un hecho comprobado que si un experimentador tiene una hipótesis respecto a lo que espera encontrar obtendrá resultados que concuerdan con su hipótesis. No hay observador completamente vacío de hipótesis. No cabe distinguir entre ideas socialmente condicionadas e ideas libres de este u otros condicionamientos. Me inclino a pensar que toda idea está condicionada. Por tanto, no hay discurso ideológicamente neutro. Ninguna hermenéutica es neutral. Los alejandrinos Procio y San Agustín realizaron su particular lectura de Platón. Del mismo modo, Rosa de Luxemburg y Lenin la hicieron de Marx. Stuart Mill, Hayek y Friedinan leen a Adam Smith. De un modo más general, los instrumentos de interpretación de una cultura proceden de la cultura en la cual se encuentra inmerso el intérprete.

De todos modos, los interrogantes referentes a la clase de progreso que ocurre en la ciencia económica y a la naturaleza de los cambios principales en el desarrollo de la disciplina adquieren importancia no sólo para los estudiosos de la historia y la filosofía de la ciencia. También para los economistas. En Las revoluciones de la ciencia económica, sir John Hicks afirma: "La historia de la ciencia es un tema fascinante, es importante para la filosofía de la ciencia, pero su importancia para el científico práctico difiere de la importancia que tiene la historia de la economía para el economista práctico. Cuando el científico natural llega a la frontera del conocimiento y está listo para nuevas exploraciones es improbable que pueda beneficiarse mucho de una contemplación del camino seguido por sus antecesores para llegar al lugar donde él se encuentra ahora. Las ideas antiguas están totalmente elaboradas; las controversias antiguas están muertas Y enterradas...".

Nuestra posición en la ciencia económica es diferente; no podemos escapar en las mismas formas de nuestro propio pasado. Podemos pretender que escapamos, pero el pasado sigue persiguiéndonos. A los neoclásicos siguen los neomercantilistas; Keynes y sus contemporáneos evocan a Ricardo y Malthus; Marx y Marshall siguen vivos. Algunos de nosotros nos inclinamos a avergonzarnos ante este tradicionalismo, pero bien entendido no debe provocar problemas (*).

La revolución keynesiana

Parece que estamos a la espera de otra revolución, tal como acaeció poco después de 1936, "la revolución keynesiana". Pero no nos confundamos, este térinino ha llegado a ser de uso corriente entre los economistas, y se vio reforzado por la aparición de un libro muy estimulante -durante breve tiempo muyeomentado- de T. S. Kulin en 1962, La estructura de las revoluciones científicas. Por tanto, al término revolución puede aplicarse, y se ha aplicado ampliamente, a la historia de la economía política y el análisis económico.

Tal vez en esta etapa actual puede que, al igual que a principios de los años setenta, cuando se reforzó el interés por el concepto de una revolución en la ciencia económica, al surgir lo que se consideró ampliamente una especie de crisis fundamental o de situación revolucionaria en la economía. En consecuencia, el entendimiento del estado actual y las perspectivas de la disciplina involucra el entendimiento de la naturaleza de las revoluciones. Revolución que podría llegar a rescatar del fondo de la caja de Pandora el bien de la esperanza. El bien estaría representado por la abundancia y la esperanza por su distribución.

Ramón Casfida Béjar es economista y master en economía y dirección de empresas (ICADE). Es probable que muchos economistas rechacen el tradicionalismo de sir John Hicks.

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