Segunda parte buena

El grupo I. S. P. abrió la primera de las dos jornadas que este festival dedica al jazz madrileño en un centro cultural. José Luis Silvestre, Deekler, es el alma de este grupo que en 1984 grabó un disco en el que había ideas y capacidad de ejecutarlas. Deckler perteneció a la última formación del contrabajista Dave Thomas y allí sorprendía como guitarrista de singular personalidad, pero capaz de integrarse en el discurso musical de otros. En el concierto del viernes se trataba de hacer su propia música, que hoy parece madurada en él, pero no en el resto de la banda. Gran parte del temario procedía del disco de hace cinco años, y lo que allí aparecía fresco y nuevo, anteayer sonó desajustado y hasta desasistido, pues pudo llegar a parecer que toda la música procedía del líder. En Deckler hay un motor musical que no sería bueno, para nuestra escena, que se parara.Después de la gran masa sonora de I. S. P. -y en algunos solos las líneas se hacían bien delgadas-, la comparecencia de Zyklus, un trío sin piano, tenía los riesgos de una austeridad peligrosa. No fue así y esta banda dio un magnífico concierto, seguido impecable y entusiásticamente por el público que llenaba la sala. Zyklus practica urka música que no es precisamente hija de la simpleza, pero el trabajo, la integración de un grupo y la claridad de los planteamientos provocaron un concierto absolutamente digno de este festival intemacional.

Inteligencia musical

En Zyklus existe verdaderamente un grupo: los tres componen y cada uno de ellos nunca deja de ser un tercio de lo que se expresa. Wade Matthews, una vida a caballo entre Nueva York y España, es un músico y también una inteligencia musical. Podría haber sido el líder, pero ha sido el primero en reconocer la valía de sus compañeros. En este concierto, Matthews estuvo especialmente afortunado en el saxo tenor y sigue pareciendo que en el soprano tiene problemas de afinación (¿o son las malditas cañas?).Baldo Martínez, que fuera titular de Clunia, no ha dejado de mejorar en su instrumento y hace años que no tiene que mirar el mástil de su contrabajo. Su continua intervención es una constante garantía de la dignidad sonora de¡ grupo.

Pedro López puede ser el batería más singular de nuestra escena. Consigue con unos golpes, acentos y sugerencias que se haga fuerte toda la presencia del ritmo desde el otro lado, desde lo que Monk llamaba "llenar los agujeros".

Su solo en los címbalos, impecable, pudo producirse gracias a la excelente sonorización del concierto. Su música parece un discurso acerca de la ciudad, pero hecho por alguien que lleva ya un tiempo pensándolo en el campo.