Los laboristas piden la dimisión de Margaret Thatcher
La grave crisis de Gobierno suscitada por el agotamiento de la paciencia del ministro de Hacienda británico, Nigel Lawson, ha puesto a Margaret Thatcher contra las cuerdas. A los lógicos llamamientos de la oposición para que la primera ministra dimita por su falta de competencia y tacto se ha unido un amplio coro de voces conservadoras, amargamente críticas en el mejor de los casos ("Thatcher se ha equivocado") ,y airadamente exaltadas en el peor ("Tiene que dimitir"). Un antiguo alto responsable del Partido Conservador ha calificado la situación como "un Chernobil político".
Thatcher mantuvo ayer los compromisos contraídos en un intento de transmitir sensación de rutinaria normalidad. En el acto inaugural de un centro de negocios en Londres pareció estar relajada, y aprovechó la oportunidad para elogiar las capacidades de los nuevos ministros. No lejos de allí, en Westminster, los corrillos políticos eran un hervidero de críticas contra la dama de hierro, de la que muchos creen que ha ido demasiado lejos."Thatcher ha prestado grandes servicios al partido y al país", decía sir Anthony Meyer, un parlamentario conservador. "Ha llegado el momento de que preste el mayor de ellos y dimita". Marcus Fox, otro destacado parlamentario, manifiestaba que los últimos acontecimientos han sido un desbarajuste y una tragedia, y lo peor de todo es que "se podían haber evitado". Para sir Peter Hordern. estaba claro que Thatcher se ha equivocado, y trató de poner buena cara al mal tiempo diciendo que la crisis ya ha pasado y que ahora hay que concentrarse en los problemas del futuro.
Una manera de ser
Los políticos conservadores y los analista coinciden en estimar que la presente crisis se enraiza en el modo de ser y de gobernar de Thatcher, un lastre que el nuevo presidente del partido, Kenneth Baker, había intentado rebajar con la palabra mágica, tan aireada en el pasado congreso, de .equipo". Sus esfuerzos han sido barridos de un plumazo: no hay más equipo que lo que Thatcher dice.Thatcher no escucha. Un parlamentario conservador decía no hace mucho que cuando hablaba con Thatcher veía cómo ella sólo se escuchaba a sí misma.
En el Gabinete ocurre algo parecido. Thatcher va armada con las directrices que le sugieren sus consejeros privados y las antepone a las ofrecidas por los ministros. A quienes no se pliegan a sus designios les quedan pocas alternativas.
La autonomía y el proeuropeísmo de sir Geoffrey Howe creaba desconfianza en Thatcher, y el pasado verano lo degradó de secretario del Foreign. Office a viceprimer ministro. Con Douglas Hurd las relaciones no siempre han sido fluidas, y hace tres meses lo humilló al insinuarse su desalojo de Interior para hacer un hueco a Howe en uno de los tres grandes ministerios. El tercero de los pesos pesados del Gabinete, Nigel Lawson, un hombre de fervientes convicciones thatcherianas, llevaba meses viendo socavada su posición por un sir Alan Walters que aconsejaba a Thatcher en política económica y se jactaba de que sus puntos de vista eran los de la primera ministra.
Señales de alarma
Walters había criticado desde Washington, donde trabajaba para el Banco Mundial, decisiones tomadas por Lawson, pero fue su vuelta junto a Thatcher, en mayo, la que encendió las señales de alarma.Walters no actuó como un consejero discreto, y dijo que sus críticas al Sistema Monetario Europeo eran compartidas por Thatcher, quien en la cumbre de Madrid aceptara, con condiciones, la plena integración de la libra en el Sistema Monetario Europeo (SME) defendida por Howe y Lawson.
Los ministros se sentían engañados, y los parlamentarios conservadores empezaron a preocuparse por el tono de la disputa. Sus peticiones a Thatcher de que se desprendiera de Walters no dieron resultado.
Son esos parlamentarios los que ahora reprochan a la primera ministra que el empecinamiento de anteponer un simple consejero que sólo trabaja medio año en Londres a un ministro respetado ha producido una crisis política con grave riesgo de acentuar otra económica. Michael Dobbs, que tuvo cargos de responsabilidad en la maquinaria del Partido Conservador, considera que esta crisis es "un Chernobil político porque sus consecuencias estarán ahí durante mucho tiempo". Thatcher conserva la potestad en el partido, pero ha perdido mucha autoridad.
La dama de hierro ha salido muy mellada del enfrentamiento, pero aún mantiene a conservadores en el Gobierno. Los tories siempre han sido muy capaces de agruparse en tiempos de crisis para defenderse, y confían en que para cuando lleguen las elecciones todo haya sido olvidado. La clave, en ese caso, volverá a estar en la situación de la economía.
Mientras, seguirá planeando sobre el Gabinete y sobre la propia Margaret Thatcher el espectro de Europa. Con independencia de la crisis bélica con Argentina sobre las Malvinas, sólo ha habido otra crisis política que pueda compararse con la actual, la del asunto de los helicópteros Westland, en enero de 1986, momento en el que Thatcher pensó en dimitir.
Entonces optó por una solución no europea y uno de los protagonistas de aquel descalabro, Leon Brittan, hoy vicepresidente de la Comisión Europea, ha saltado a la palestra para urgir la entrada de la libra en el Sistema Monetario Europeo y advertir que la actual crisis es más trascedente que la de entonces.
Leon Brittan ha empleado palabras diplomáticas para decir que Londres está ofreciendo un espectáculo bochornoso y apuntar que no hay razones serias para que el Reino Unido siga fuera de ese mecanismo de intercambio, que la City, como Lawson, considera imprescindible para llevar a cabo una política económica positiva, requisito imprescindible para ganar las elecciones generales que deben celebrarse en 1992.
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