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Tribuna:LAS REPERCUSIONES DEL DÉFICIT EXTERIORGonzalo Sáenz de Buruaga es director del Servicio de Estudios del Banco Exterior de España.
Tribuna
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La insoportable levedad de la economía española

El déficit comercial camina hacia los 3,3 billones de pesetas este año, y el de la balanza por cuenta corriente puede alcanzar los 11.000 millones de dólares. Como en otras épocas de la historia económica de España, el desequilibrio exterior puede volver a ser, según el autor, no por insoportable menos real.

El fenómeno actual que se presenta en nuestro comercio exterior no es coyuntural, tal como delatan con precisión los índices de tendencia de la competitividad de la exportación española, que se están desmoronando desde 1983. Los resultados del comercio exterior de España en septiembre han vuelto a poner un grado más de fiebre en las perspectivas problemáticas de nuestra balanza de pagos por cuenta corriente.El déficit comercial, después de transcurridas las tres cuartas partes de 1989, supera los 2,5 billones de pesetas; las tasas de cobertura -porcentaje de importaciones que se cubre con exportaciones- retroceden insistentemente desde que entramos en la CE(80,9% en 1985, 77,7% en 1986, 69,6% en 1987, 67,2% en septiembre de 1988 y 59,8% en septiembre de 1989); las exportaciones deben estar creciendo a una tasa real que no llega al 5% mientras las importaciones nos anegan a casi el 20%.

En realidad, desde el momento en que España entró en el club comunitario, eran previsibles las asimetrías de los flujos comerciales con el exterior: las importaciones iban a crecer mucho más enérgicamente que las exportaciones, si bien éstas podrían beneficiarse de algunos efectos de creación de comercio inherentes a todo proceso de integración.

Colchón tradicional

Menos previsible era que, rápidamente, se está desinflando el tradicional colchón que enjugaba el déficit comercial vía servicios (turismo principalmente) y transferencias.

Este colchón ha funcionado hasta 1987, pero desde el año pasado se han multiplicado las señales de alerta, cuyo indicador más preciso es el saldo en la balanza por cuenta corriente en porcentaje del PIB. Este saldo, que había sido positivo en 1984 (1,4%), y particularmente en 1986 (1,7%), bajó a un escueto 9,3% en 1987 y ha cambiado de signo en 1988 (-1,1%). La OCDE preveía en la primavera pasada que en 1989 descendería a -2,1%, mientras el Banco de España, con información del primer semestre de este año, lo cifraba en - 3,1 %, lo que representa un déficit por cuenta corriente de 11.000 millones de dólares.

En realidad, el Banco de Espada efectuó ya una admonición pesimista en su último informe anual: la insuficiencia del ahorro nacional para financiar el crecimiento de la formación bruta de capital obligará en 1989 a una apelación importante al resto del mundo, cifrada, en términos de déficit por cuenta corriente, por encima del 2,0% del PIB (entre 8.900 y 9.000 millones de dólares).

Ese pesimismo se ha ido acentuando en los últimos meses y ya la perspectiva de un déficit corriente como porcentaje del PIB del 5% no es, por insoportable, menos real. De momento, la Comisión Europea, en su informe anual presentado en Bruselas el 18 de octubre, prevé para la España de 1990 un déficit corriente, seguramente cortés y diplomático, de -4,0%, lo que supondría más de 14.000 millones de dólares. También el Fondo Monetario Internacional vigila con ansiedad ese inquietante déficit: tal porcentaje sería el mayor del mundo industrializado, con la excepción de Australia, aunque este país está saliendo del desequilibrio exterior, mientras España se abisma en él.

Línea Maginot

Las preocupaciones de la CEE y del FMI por el desequilibrio exterior español pueden destruir la línea Maginot de nuestras cuentas con el exterior: los 46.000 millones de dólares de reservas y las considerables inversiones extranjeras no especulativas, es decir, no excitadas por los altos tipos de interés y, por consiguiente, estables. Se supone que si es el ahorro externo el que apuntala nuestra inversión productiva, fortaleciendo la competitividad nacional, la mejora de nuestras exportaciones estará ya preparada para reducir el desequilibrio comercial.

Ahora bien, ¿hay indicios, y no sólo deseos, de que eso vaya a suceder? Me temo que no: las evaluaciones sobre la competitividad española son bastante descorazonadoras, y ante esa realidad, la potenciación o mejora de las medidas de fomento exportador no van a ser muy eficaces.

El índice de tendencia de la competitividad (ITC) con 16 países de la OCDE, que elabora la Secretaría de Estado de Comercio (en base a los índices de precios al consumo de dichos países y de España, las cotizaciones de sus monedas respecto a la peseta, ponderado por el comercio de España con dichos países y el de estos últimos con el resto del mundo), arroja, incluso desde antes de entrar en la CEE, datos insistentemente preocupantes.

Tomando como año base el de 1980, este índice subió enérgicamente en los tres primeros años de la década, hasta un máximo de 116,5 en 1983. A partir de entonces, el índice de tendencia de competitividad de la exportación española no ha hecho más que bajar, lo que se ha hecho más evidente desde la entrada en la Comunidad, en que las. pérdidas de competitividad exportadora han sido algunos años del 3%, e incluso 5%, con respecto al año anterior.

El último índice anual, el de 1988, se encontraba sólo ligeramente por encima del punto de partida en 1980, ya que su valor era de 100,6. Incluso el ITC de diciembre de 1988 había disminuido un 4,6% en relación con diciembre de 1988.

A lo largo de 1989, el índice de competitividad ha seguido bajando: la última cifra, correspondiente a agosto, es de 94,1, es decir, unos seis puntos menos que al comienzo de la serie en 1980, y 6,6% menos que en el mismo mes de 1988.

Todos estos datos están recalcando el desmoronamiento de la exportación española, en un tiempo en que, irónicamente, muchas instancias públicas y privadas creen vivir en el mejor de los mundos posibles. Como otras veces en las décadas recientes, el sector exterior y su competitividad se configuran como condicionantes decisivos para el desarrollo sostenido de la economía española. De momento, ésta mantiene un perfil inconstante, de poco peso, zaherido por los aires -unas veces bonancibles y otras huracanados- de la coyuntura internacional.

La solución no va a estar solamente en complementar la excesivamente usada política monetaria con la política fiscal, tanto vía ingresos como gastos, sino -tal como ha recomendado la CE- atender mucho más a las políticas estructurales: todavía, a pesar del esfuerzo de equipamiento de los últimos años, el aparato productivo español es mediocre, o por lo menos fallan sus resultados comerciales en la arena internacional.

Reestructuración

Todavía los programas de reestructuración, después de la quirurgia de la destrucción de empleos, no han sentado unas bases industriales sólidas. Todavía la moda de las fusiones y adquisiciones no han superado los posibles beneficios financieros a corto plazo, apuntando hacia estructuras empresariales a escala europea y a largo plazo.

Del esfuerzo de estos años, medidos fielmente por la competitividad exportadora y el superávit de la balanza por cuenta corriente, depende que la imagen de la economía española, de cara al mercado interior europeo y a la nueva visión internacional del trabajo, sea algo más soportable que su levedad actual.

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