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34º FESTIVAL DE VALLADOLID

Fugaz y memorable aparición de Marlon Brando en un filme contra el 'apartheid'

Una árida estación blanca es una nueva película norteamericana contra el régimen surafricano del apartheid. Es un relato radical que, aunque cae en algún convencionalismo de cine de género, tiene interés. Pero este interés se convierte en fascinación durante los 10 minutos en que Marlon Brando reaparece en la pantalla después de años de retiro.

El genio de Brando, que interpreta a un personaje secundario, hace que la película adquiera una enorme fuerza cuando el actor aparece en la pantalla.Dirige la película una mujer muy joven y bella, de raza negra y origen caribeño, cuyo nombre (ahora desconocido, pero por poco tiempo) es Euzhan Palcy. Sus protagonistas son Donald Shutherland, Janet Suzman y Susan Sarandon, hasta que Marlon Brando, mediada la película, aparece y borra de la pantalla todo lo que no sea él.

Muy envejecido y con una obesidad tan desmesurada que casi le impide andar -sólo da dos o tres pasos ayudado por una muleta-, el legendario actor norteamericano se limita a poner el rostro frente a la cámara y hablar. Le basta con esto para hacerse dueño casi despótico de la imagen.

Son las suyas dos pequeñas escenas de transición, pero sus portentosas dotes expresivas las convierten en lo mejor de la película, y de paso, en el mejor cine que se ha visto hasta ahora en la sección oficial de la Seminci.

Dominio de los matices

Este monstruo de inteligencia fotogénica interpreta a un abogado defensor de negros en el infierno racista del apartheid. Casi se limita a mantenerse de manera aparentemente pasiva ante la cámara. Pero detrás de su abultada presencia hay tanto dominio de los matices, una ironía tan penetrante y una capacidad para crear estímulos de la tensión del espectador que una vez desaparecido de la pantalla Brando sigue presente en ella, pues la imaginación del espectador continúa viéndole, y su personaje sobrevive a su salida de la imagen.Es la marca de un genio del cine, la demostración irrefutable de que Brando sigue desarrollando -con gran inteligencia, pues la modifica en función de su deterioro risico evidente- una manera de actuar que no tiene equivalencia alguna en la historia del cine y que morirá con él.

Por esta causa, sabe a poco la fugaz reaparición del actor, que por suerte es el comienzo de una nueva y probablemente última etapa -por los síntomas, riquísima- de su fascinante y arrítmica carrera.

Y mientras tanto, siguen viéndose en la pantalla del teatro Calderón películas interesantes, como Cinco días en junio, del músico francés Michel Legrand; El último viaje de Waller, del alemán Christian Wagner, y otros filmes de los que nos ocuparemos con más detalle en crónicas posteriores.

El excelente nivel medio de la selección oficial de la Semana de Cine de Valladolid ha tropezado hasta ahora únicamente en el prmencioso y trivial filme austriaco Caracas, dirigido por Michael Schottenberg, que cuenta una retorcida historia de pasiones y crímenes con evidente desajuste entre la anécdota y la imagen, lo que la convierte en una obra mediocre.

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