El fantasma de Chernobil
EL INCENDIO originado el pasado jueves en la zona de turbinas de la central nuclear de Vandellòs 1, en Tarragona, ha sido calificado, incluso por el director de esta central, como el accidente más grave de los ocurridos en España en el sector de la energía nuclear. A pesar de las deficientes medidas de seguridad, se evitó la catástrofe, pero ello no permite olvidar que otro Chernobil es posible. El incendio, de no haber sido dominado, podría haber afectado a las planchas de grafito que alimentan el reactor y haber provocado un tipo de accidente nuclear del que ya se tiene una dramática experiencia por lo sucedido en la central soviética.Precisamente, el riesgo de un segundo Chernobil se ha debido, más que al incendio en sí, con ser extrema la peligrosidad del lugar en que se produjo, a la falta de un adecuado y completo sistema de extinción, medida que, junto con otras cuatro, el Consejo de Seguridad Nuclear había exigido poner en práctica a los responsables de Vandellòs 1 a raíz de la catástrofe de Chernobil. Que tres años y medio después de aquel accidente, cuyos terribles efectos sobre la salud y la vida humanas y el entorno natural todavía perduran, esta medida siga incumplida constituye al menos una manifiesta muestra de irresponsabilidad que no aminora el hecho de que, según se ha apresurado a declarar la dirección de la central, se encuentre en fase de ejecución. Pero conducta tan imprudente no sólo es imputable a la dirección de la central. Tampoco se libra de ella, y en mayor grado todavía, el Consejo de Seguridad Nuclear, cuya misión fundamental es precisamente la de velar por el estricto cumplimiento de las medidas tendentes a evitar el desencadenamiento de los accidentes nucleares.
Uno de los argumentos clásicos de los partidarios del uso civil de la energía nuclear ha sido el de la práctica imposibilidad de que se produzcan accidentes. La historia de la industria nuclear muestra meridianamente que la seguridad total es una falacia, y que el error o la negligencia humanos también acechan en un terreno de tan grave peligro para la humanidad como el nuclear. Sin embargo, tras la sacudida de Chernobil, la opinión pública mundial ha puesto la seguridad por encima de cualquier otra consideración en la controvertida cuestión del uso de la energía nuclear. Lo cual exige un mayor control social de esta arriesgada actividad tecnológica, así como una dirección clara por parte de los poderes públicos. Sin embargo, en lo sucedido en Vandellòs 1 han aparecido demasiados indicios de que el fantasma de Chernobil no ha sido definitivamente ahuyentado. A la gravedad del accidente se han unido los fallos de los planes de emergencia y la total oscuridad informativa de la dirección de la central para con los responsables públicos. Si estas circunstancias persisten parecería de elemental prudencia política cerrar definitivamente una central nuclear que comporta tan graves peligros.
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