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"Un gallego es quien gana el Nobel y cree que ha ganado el Cervantes"

La propuesta del galardón a Cela estuvo detenida durante años en la Academia sueca

Juan Cruz

El famoso chiste que dice que un gallego es aquel que baja una escalera y es capaz de simular que baja o sube, según quien lo mire, ya tiene sustituto. Lo ha inventado Juan Benito Argüelles, que fue secretario de Cela en los años sesenta y que el sábado pasado recibía en Oviedo, donde vive, tantas enhorabuenas como las que hubiera recibido el propio escritor premiado. El nuevo chiste es éste: "Un gallego es quien gana el Nobel y cree que ha ganado el Cervantes". El chascarrillo, que nace del cariño que Argüelles, que vivió junto a Cela la gestación del Diccionario secreto -a él corresponde la voz Labacolla, que reproduce el nombre del aeropuerto coruñés y a la vez significa lavacojones-, siente por Cela, resume también la difícil relación que el autor de La famifia de Pascual Duarte ha tenido con el mundo oficial de la literatura española.

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El gran secreto

El premio Nobel a Camilo José Cela era una aspiración larga mente acariciada por algunos de los jurados de la propia Academia que concede este codiciado galardón de 54 millones de pesetas. Hace dos años, en 1987, el ganador del Nobel de este año se quedó inmediatamente después de Joseph Brodsky, el novelista de origen soviético que ganó entonces. Pocos españoles creyeron la veracidad informativa: Cela ha quedado el segundo. Al año siguiente Cela no apareció entre los favoritos y tampoco se dijo en la prensa española que pudiera quedar entre los clasificados.Este año la historia fue levemente diferente. Si los lectores de los periódicos leen hoy, en cualquier sitio, que alguien lo sabía antes, que algún periodista académico, o incluso el propio Cela, sabía algo del asunto estarán leyendo un sobreentendido lamentable: nadie sabía nada.

En 1949 fue traducida Pascual Duarte al sueco. Ya entonces fue citado Cela como nobelable. Pero pasaron muchos años, hasta hace once, para que fuera citado en serio en el estadillo de la Academia Sueca. Mientras tanto, Cela fue traducido, controvertido, admirado y vituperado. La Academia sueca envió hace cuatro años a uno de sus jurados a este país para contactar con personalidades españolas que se correspondieran con el rigor que los suecos quieren imprimir a ese premio. Una de esas personalidades, cuya identidad no podemos revelar por su propia iniciativa, recibió la comunicación de uno de los responsables del comité de expertos que luego decide las candidaturas.

Propuesta

Esa personalidad española propuso el nombre de Cela. Con la documentación adecuada, ese nombre siguió su curso. En España, donde la figura de Cela siempre ha sido controvertida, la candidatura halló escollos graves. Según informaciones transmitidas a este periódico por periodistas suecos, esa actitud no ha variado demasiado después de la concesión del Nobel: fuentes cercanas a la Academia Sueca, o que pueden transmitir este mensaje, han recibido este informe: Cela fue censor, y además se ofreció como delator "de rojos" después de la guerra civil. Ambos hechos han sido precisados por el escritor, que los ha desmentido: fue lector de prensa tras la mencionada contienda, y de hecho algunos de los títulos que tuvo ante sus ojos reflejan el resto de lo que tuvo que controlar: la revista de los huérfanos de los ferroviarios y una publicación de monjas.Ayer Cela desistió de repetir una opinión vieja que tiene sobre el tema: "Qué majaderos son" Pero la insistencia en relacionar al autor de La familia de Pascual Duarte -creador de un lenguaje que trata de producir compasión ante la vida del desamparado, según la definición con la que la Academia Sueca subrayó la concesión del Nobel- no le resulta a Cela una novedad. "Allá ellos, yo qué voy a decir: yo he escrito. Y ahí está. No quiero volver a hablar de imbecilidades".

La propuesta española del Nobel a Cela, que fue suscrita desde el primer día por un alto número de jurados, se enfrentó pronto con cierta resistencia: Cela era un hombre reticente a la propia idea de la Academia, y de hecho había dicho, con respecto a su correspondiente española, que su misma existencia le producía aburrimiento. Los académicos suecos aceptaron, durante años, la propuesta, pero la aparcaron siempre.

La aparcaron siempre hasta hace tres años. En 1987 la pusieron en el último lugar de las votaciones. Dos años antes, la personalidad española que permanece en el anonimato y que asegura que recibió al jurado sueco que transmitió el mensaje tuvo una nota sobre su mesa: "Su candidato tendrá el Nobel. No pasará demasiado tiempo hasta que lo tenga. El nombre de su recomendado no se nos olvida nunca y seguro que se impondrá".

La asunción española de que Cela no merecía el Cervantes -la Academia española lo propuso durante ocho años más o menos seguidos, y de hecho lo ha propuesto de nuevo en junio, aunque no se ha divulgado hasta ahora- no produjo ningún retroceso en el Nobel, que seguía su curso, pero sí llenó de ira al autor de La familia de Pascual Duarte, aunque éste no lo dirá. La sorpresa que causó el Nobel -nadie se lo creía en las redacciones de los perióidicos- tiene su raíz en esa insistencia de dejar a Cela fuera de la nómina de los galardonados con el principal premio español. Por eso, el chiste de su ex secretario, que le conoce como si fuera su hijo, narra mejor que un libro la difícil relación que el nuevo Nobel tiene con su vieja aspiración de parecerse a Cervantes.

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