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Tribuna:LUDOLFO PARAMIO
Tribuna
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Un sentimiento plebeyo

Los vemos en nuestras playas y son motivo de nuestro más ácido sarcasmo: turistas gruesos en carnes, carentes de gusto, que no protestan ante la más infame y grasienta versión de nuestra comida, que consideran placer incomparable el cocerse primero para tostar después su blanca textura bajo nuestro sol insolente. Si beben demasiada cerveza y arman bulla son hooligans; si se comportan correctamente son tan sólo materia contable a efectos de la renta nacional y de la más privada rentabilidad de impresentables negocios hoteleros. Pues bien, son los nuestros. Nadie que haya salido fuera podrá creer a estas alturas que cuando nosotros viajamos damos la imagen de aristócratas refinados y cosmopolitas moviéndose con soltura en un mundo civilizado al que perteneceríamos ya de forma natural. No parecemos eso: no lo somos.Abarrotan las carreteras con sus coches de segunda mano, llenos hasta desbordar de los más baratos bienes de consumo, de hijos y demás familia. Son moros, y nos irritan sus diferencias culturales, su idioma incomprensible, su vestimenta, su costumbre de viajar juntos en caravana que dificulta el tráfico e impide apurar las posibilidades de nuestros coches importados o de última generación. Pues bueno, son como nosotros, o si se prefiere, como nuestros padres, los que se fueron a Alemania (o a hacer la América) para que hoy ya podamos sentimos modernos y europeos. Cuando les dedicamos malos chistes o nuestros peores deseos estamos renegando de nuestro propio pasado, lo que puede ser inevitable, pero no refleja, desde luego, mucha lucidez.Nuestro compañero tonto del colegio ocupa un cargo público, se viste con camisa a rayas y chaqueta a cuadros, y no sólo se siente elegante, sino que está convencido de encarnar el bien común y la racionalidad colectiva, y habla con el consiguiente sentimiento de responsabilidad histórica de temas sobre los que ignora los rudimentos. Pensamos: es un perfecto imbécil, y por eso se ha dedicado a la política. No es correcto. Si un tonto ocupa un cargo público será porque los listos consideraron más seguro dedicarse al beneficio privado; luego no eran listos, sino idiotas, en el más etimológico sentido del término. Ahora que no se quejen.

Hay mucha corrupción, dice el filósofo, y lo explica en virtud de que hoy la política está en manos de plebeyos, que por haber lampado mucho no han sabido resistir la tentación del enriquecimiento fácil. Él -aclara- nunca ha sentido tal tentación porque era rico por su casa. En ésas estamos hoy: la aristocracia de la inteligencia se remite a una posición social razonablemente privilegiada para renegar de los vicios de una masa plebeya que no sabría resistir la atracción del dinero. De la aristocracia de la inteligencia a la aristocracia a secas resulta haber sólo un paso, y un paso muy fácil de dar: quien ha nacido pobre no puede ser honrado ni lúcido, pues éstos son rasgos del privilegiado de nacimiento. A mí esta canción me suena, y no a California sound precisamente, sino a una música mucho más antigua.

Admito que es un tema reciamente orteguiano, pero no puedo soportar el elitismo, intelectual o social, y su desprecio de la masa plebeya. Tras años de serias dudas, ya he resuelto que lo que más detesto en este mundo no es la forma de cantar de Julio Iglesias, sino el sentimiento de buena conciencia que lleva (nos lleva) con irritante facilidad a buscar a alguien frente al que poder afirmar una hipotética superioridad. Me molestan los yuppies, pero no a causa de sus modales horteras, ni de sus, evidentes limitaciones culturales, sino por su intolerable creencia en que ellos son los listos y los demás un hatajo de pringados (léase pringaos).

En los años de la dictadura apareció un chiste (no recuerdo si del Perich o de Chumy, y bien que lo siento) que decía: todos somos iguales menos nuestros superiores, que son inferiores. No es universalmente válido el aforismo, pero convenientemente reformulado puede resumir el principio básico de la democracia: todos somos iguales menos quienes se ven a sí mismos como superiores. Ellos son moralmente inferiores, ya prediquen su superioridad en nombre de la riqueza y el triunfo social o de la inteligencia y la sensibilidad.

Hay que definirse: quien se quiera imaginar miembro de una selecta minoría, de una aristocracia social o intelectual, quien crea que unas masas ignorantes, proclives al engaño, no pueden ser responsables de la elección de los gobernantes, que lo diga claramente. Al fin y al cabo, en el origen del pensamiento occidental están algunas de las cabezas más radicalmente antidemocráticas de la historia de la filosofía, y siguen mereciendo el respeto de quienes no jugamos a ese juego. Pero que no pretendan engañarnos diciendo que debemos formar una mayoría de gente fina para poner en su sitio a los plebeyos. Mejor reconocernos como lo que somos, plebeyos, y mantener ese bajo modo de pensar que es el modo de pensar de los de abajo, como dijo el otro.

Ludolfo Paramio es profesor universitario y director de la Fundación Pablo Iglesias.

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