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FIESTAS DE ÁVILA

El público no pica

El Soro desarrolló en su primer enemigo, un animal enmalvado y propicio para perfumar el ambiente con aromas artísticos, su clásica faena de zaragatas y ratimagos, que tantos triunfos le supone. Pero el público abulense no picó y se mantuvo inalterable en los tendidos, inasequible al desaliento triunfalista que proponía el diestro desde abajo. Cuando el valenciano engorrinó la sarta de mantacinas con un sablazo en la pezuña, gran parte del cotarro le abroncó.Lo cierto es que ninguno de los coletudos, por distintas razones, parecía dispuesto a iluminarla tarde dando la lidia que merecían tan pajunos, nobles y colaboradores enemigos. Sin embargo, ocurrió el milagro en el quinto, cuya bondad alcanzaba cotas increíbles. Hasta el punto de que El Soro se hizo aceedor a noticia de primera página taurina y, ante el fracaso anterior, intentó torear como mandan los cánones.

Puerto / Morenito, Soro, Rey

Toros de Puerto de San Lorenzo, desiguales de presentación, nobles y flojos. Morenito de Maracay: silencio; ovación. El Soro: división; oreja. Emilio Rey: silencio; ovación. Plaza de Ávila. Festejo de la fiesta de Santa Teresa 15 de octubre.

Distinto es que lo consiguiera siempre, pero entre la mansalva de pases le salieron redondos largos y mandones, algunos naturales aceptables e incluso dio cinco pases seguidos sin mover los pies. Previamente realizó la suerte de banderillas encunándose, sin perder la vistosidad de sus molinillos. Todo también muy distinto al ventajismo circense que utilizó en el segundo.

Aunque en esta ocasión lo engorrinó con el verduguillo, que utilizó cinco veces, el presidente ante tamaña noticia sorista practicó la elegancia social del regalo y le otorgó una oreja. Y, por el mismo precio, confundió enmalvada nobleza con casta y concedió la vuelta al ruedo al toro.

Morenito de Maracay lidió con superficialidad sandunguera a sus enemigos. Gustó más en el cuarto, cuando se acercó a la ortodoxia, aunque el animal se acamaba de continuo y le deslució, que cuando utilizó en el que abrió plaza los efectos pingüís y pueblerinos: reclinatorios, espaldinas, etcétera. Ese cuarto lo brindó a su veterano subalterno Román de la Torre, que se despedía de la profesión y al que cortó la coleta al término del festejo con emocionadas lágrimas.

Emilio Rey, que sustituía al anunciado Joselillo de Colombia, el cual iba a doctorarse y renunció, puso en evidencia lo poco, que actúa. A la deriva con el tercero, al que con sus dudas metamorfoseó en catadura de manso, se superó en el último, con el que consiguió bellos trazos sin rematar y mantuvo la dignidad.

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