Miniaturas de brocha gorda
El periódico francés Libération hizo una parodia del título de este filme en el arranque de su -muy dura- crítica, cuando fue exhibido en el último festival de Cannes: Escorias de Nueva York. No hace falta decir qué seguía a este encabezamiento. Una publicación marginal fue más puntiaguda aún y tituló su navajero comentario con un Mierdecitas neoyorquinas no menos desalmado. Pese a tratarse de fáciles juegos de palabras, hay unos cuantos gramos de verdad pesada en estas livianas, y por desgracia en buena parte certeras, retitulaciones del filme.Hay que ir por partes. La película se compone de tres mediometrajes, de tres miniaturas que pretenden ser una exhibición de las gracias y talentos de sus tres directores; tres historietas concebidas para la exhibición en libertad de su probado y pronunciado estilo. Los resultados de las tres pequeñas incursiones son muy irregulares, aunque todos tengan un denominador común: el que les hace ser miniaturas de brocha gorda, es decir toscas. Pero incluso en el reino de la tosquedad hay jerarquías, y por consiguiente distingos.El filmecito de Woody Allen es un original y gracioso chiste, ilustrado con desparpajo y gracia, pero formalmente hinchado. Lo que Allen cuenta en tres cuartos de hora podía haberlo comprimido sin dificultad en la mitad de este metraje y aun entonces podría haberse pasado de tiempo. Este hinchamiento del tiempo, que ya es habitual en el cine de Allen, quien se da últimamente excesivas facilidades argumentales y pretende sacar curvas de las líneas rectas, hace que el cuentecito filmado se agradezca y divierta, pero también que, a medida que avanza, pierda capacidad de sorpresa y su desenlace se quede por debajo de su planteamiento. No obstante, y pese a ser una deducción del invento visual de La rosa púrpura del El Cairo, el mediometraje de Allen tiene momentos inspiradísimos. El resul tado no es nada del otro mundo, pero sí una buena pequeñez de éste.
Historias de Nueva York
Dirección: Woody Allen (Edipo reprimido), Francis Coppola (Vida sin Zoe) y Martin Scorsese (Apuntes al natural). Guión: Woody Allen; Francis Coppola y Sophia Coppola, y Richard Price, respectivamente. Estados Unidos, 1989. Intérpretes: Woody Allen y Mae Questel; Heather MacComb y Giancarlo Giannini; Nick Nolte y Rosanna Arquette, respectivamente. Estreno en Madrid: Palacio de la Música, Cid Campeador, Amaya, Novedades, Aluche y (en versión original subtitulada) California.
Gigantes encogidos
Luego está el gran Coppola, uno de los gigantes del cine contemporáneo, esta vez con una vacía pequeñez a cuestas: una fábula confusa y realizada con evidente apatía, que no vibra ni hace vibrar, pero que tiene una virtud es una bobada que lo parece, que no engaña.Sí engaña, en cambio, el capí tulo de Martin Scorsese, que es igualmente superficial y, en cambio, lo disimula detrás de un despliegue de habilísimos recursos ópticos y de sofisticados encuadres destinados a ocultar con un baño de retórica visual el vacío de fondo, un vacío al que sólo salva la fuerte personalidad gestual de Nick Nolte, en una actuación histriónica expertísima, tanto que hace olvidar la condición parasitaria de su personaje respecto de aquel pintor frenético que Alec Guinness creó en Un genio anda suelto.
El precipitado global de las tres historias en una especie de salsa mahonesa cortada: ninguna de ellas concuerda con las otras. No hay por consiguiente un filme unitario, sino varios mecánicamente añadidos. El resultado es por tanto deficiente, muy poca cosa, o cosa de gigantes encogidos, pese a los apuntes mayores que aparezcan en los trabajos de Woody Allen y Nick Nolte, a los que se podría añadir el test indirecto que lleva dentro el virtuosismo de la cámara de Martin Scorsese, que ofrece un alarde de palabrería visual digna de pasar a las escuelas de cine de todo el mundo, para en ellas mostrar cómo se miente filmando, cómo se trucan los tiempos y los espacios, cómo se puede encubrir con buen oficio a un mal filme.
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