Y sin embargo, se mueve
Brecht escribió su Leben des Galilei en el exilio (Dinamarca); judío y comunista, tuvo que huir de la Alemania nazi y sentía vivamente el drama de quien no puede proclamar su verdad porque la presión del poder puede matarle por ello. Su verdad le parecía absoluta, y Brecht decía, a través de Galileo: "Creo en el hombre y eso quiere decir que creo en su razón". La invasión de Europa le llevó a Estados Unidos, tierra histórica de la libertad, y allí, en 1947, fue galileizado por el Comité de Actividades Antiamericanas por sus creencias y las de sus amigos (Eisler, músico de esta obra); volvió por fin a su país y a su propio régimen (la Alemania comunista), fue premiado con el Stalin de la Paz, pudo fundar el Berliner Ensemble y encontró otra inquisición: la comunista. En todo ese contexto, con su Galileo numerosas veces revisado, se enfrentó como un hombre de su tiempo a la lucha por lo evidente frente a la ignorancia fanática de los poderes diversos y enemigos entre sí. Tenía ésta, como todas sus obras, un sentido de la libertad, expuesto con ironía, frialdad y su técnica del distanciamiento. Todo su teatro histórico, incluso sus adaptaciones numerosas, se hicieron con el sentido de la actualidad. La de hoy es otra. En el mundo heredado del que habitó Brecht ya no hay evidencias, y la razón del hombre se desconoce, se mira como el primer mono miró al primer coco y el ánimo de lucha y de morir por la propia verdad, hasta la grandeza de abjurar ante la fuerza desplegada, se desconoce. Se abjura por casi cualquier cosa, por el fastidio de no incomodar, ante poderes difusos y más didácticos que nadie. Otra parte del mundo, sin embargo, vive tiranías similares a las de Hitler. Pero no se piensa suficientemente en ello.
Vida de Galileo
Bertolt Brecht (1938-1939). Música de Hans Eisler. Intérpretes: Pino Micol y la Compañía Teatro di Roma. Dirección de Maurizio Scaparro. Festival de Otoño. Teatro Albéniz, de la Comunidad de Madrid. 13 de octubre.
Sin teoría
Maurizio Scaparro, director del Teatro di Roma, ha despojado a Brecht de su épica, quizá por estas razones. Populariza el tema. Se ciñe, más que nada, a la vida de Galileo, y la ironía se desprende mejor porque sabemos lo que fue de Galileo con los siglos, y cómo la misma Iglesia que le condenó le ha rehabilitado más de cuatro siglos después sin dejar de ser la misma y simplemente como quien resuelve un trámite enojoso.Sin el acento teórico y práctico de Brecht, la obra de Scaparro recoge una antigua teatralidad. Por ejemplo, los alegatos de los personajes al público se vuelven apartes. Y sus monólogos, arias. Los actores declaman o gesticulan en la forma antigua.
Pino Micol -Galileo, el protagonista- es un gran ejemplo de divo mediterráneo: todo lo bien que lo hace sólo se puede disfrutar si se mira con esa óptica de la teatralidad anterior a Brecht, como las canciones de Eisler, que dejan de aparecer integradas en la obra para ser como ilustraciones ajenas. Pino Micol no es el hombre que conoce la verdad objetiva, como ya sabemos nosotros que lo fue, para convertirse en otro fanático -simpático, frente a los malos- de su fanática época.
"Y sin embargo, se mueve". Aún hay público para añorar la lucha por las libertades de pensamiento y expresión, aún queda un rescoldo interno por el nombre de Brecht y por el de Galileo, y otro actual por el de Scaparro, y una sensación de cultura política, y un efecto del viejo teatro declamatorio, como para producir ovaciones entusiastas. No importa que los elementos de la obra se despeguen y su continuidad se despiece en entradas y salidas forzadas, no importa que el decorado mecánico -una esfera armilar que se abre y se cierra- sea un poco ajeno, y hasta que contradiga la esencia de la obra (la tierra no es el centro del universo, aunque su imagen sea el continuo centro dentro del escenario); a través de las tres horas y media de representación, predomina la idea primigenia y admira a los espectadores y a su esencia política.
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