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Estados Unidos y Panamá

Desde los últimos tiempos de la Administración de Reagan, y sin olvidar las críticas a las acciones emprendidas contra los dirigentes de Libia, Granada o Nicaragua, se ha dejado pasar sin suscitar apenas un comentario que el Gobierno anunciara repentinamente no sólo que deseaba que el general Manuel Antonio Noriega fuera depuesto de su cargo, sino que estaba dispuesto a prestar su ayuda para lograrlo.Seamos claros. El general Noriega es un bruto peligroso. Pero Muammar el Gaddafi no se queda atrás. De los argumentos utilizados hasta la saciedad en este frenesí del intervencionismo armado, no hay ninguno que llegue al fondo de la cuestión.

El primero de ellos presupone que el Gobierno de Estados Unidos, al animar a los panameños a expulsar a Noriega, debe asumir la responsabilidad de ayudarles o al menos aclarar los límites de esta ayuda potencial.

Por otro lado, se afirma que la maquinaria de la Administración de Bush para controlar la crisis panameña se ha quedado corta. Pero, incluso conociendo estos argumentos, no queda claro todavía qué es lo que se pide con estas críticas a la pasividad de la Administración.

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¿Se supone que esta mayoría que apoya en Estados Unidos la destitución de Noriega no sólo justifica, sino que exige que Washington participe militarmente en su caída? Si la respuesta es afirmativa, ¿qué implicaciones tendría en la política exterior de Estados Unidos?

, 13 de octubre

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