Cambio de tono
Margaret Thatcher recordó ayer que en 1975, en el mismo Winter Gardens de Blackpool en que se ha celebrado esta semana el congreso conservador, ella accedió al liderazgo del partido y se alcanzó un punto de inflexión que, cuatro años más tarde, la colocó al frente del país. La efemérides le sirvió para decir que confiaba en que Blackpool sea el lugar en que cambie la maltratada fortuna del partido en este año. Lo que ha cambiado, al menos, ha sido el tono.La ciudad del noroeste costero de Inglaterra es el equivalente británico de Benidorm o Torremolinos, frecuentada por una clase media baja que no se atreve o no puede salir al extranjero. Un comentarista político ha dicho esta semana que el éxito de Blackpool como foco turístico "prueba nítidamente la empecinada pobreza de expectativas de los ingleses".
Los conservadores, siempre distinguidos en sus maneras, han sufrido este año en Blackpool una transformación que, salta a la vista, no les cae naturalmente. Los ministros estaban ayer afónicos después de cuatro días de discursos, en los que lo más llamativo han sido las notas de agresividad introducidas contra los laboristas y su líder, Neil Kinnock.
Las acometidas verbales han ido acompanadas en ocasiones de formas mitineras por el nuevo presidente del partido, Kenneth Baker, que no cuadran en la imagen del conservador y que son fiel reflejo del nerviosismo en las aparentemente felices filas tories. El beligerante discurso inaugural del martes de Baker fue elogiado ayer por Thatcher, no mucho después de que el ex ministro de Educación preguntara a gritos a los congregados: "¿Vamos a ganar las próximas elecciones?", a lo que los interrogados replicaron: "Sííí".
Los conservadores han intentado en Blackpool recuperar la moral. La estrategia elegida por la cúpula pasa por el mordaz ataque al Partido Laborista, cuya modernización, presentada como un vergonzante socialismo al estilo de la Europa del Este, va a ser puesta en la picota y corre el peligro de hacer evidente que el laborismo ha cambiado.
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