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Tribuna:UN RETO PARA LA EUROPA UNIDA
Tribuna
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Razón de ser de las fundaciones privadas en la sociedad moderna

Ayer clausuró su majestad la Reina el encuentro Las fundaciones europeas en el horizonte 92, organizado en Santiago de Compostela por el Centro Español de Fundaciones, en colaboración con la Fundación Barrié de la Maza. De este modo, la Corona muestra una vez más su vigilante sensibilidad hacia las principales instituciones culturales de los Estados modernos. Las fundaciones despiertan en nuestros días un inusitado interés, tanto por las posibilidades como por las incógnitas de futuro que ofrecen, sobre todo en Europa, ante el desarrollo del Acta Unica a partir de 1993. Sin embargo, la razón de ser de las fundaciones en la sociedad moderna sigue siendo poco conocida, en general, del mismo modo que tampoco abunda la información sobre sus modalidades de acción y su alcance.Fondos propios

Las fundaciones son esencialmente organizaciones privadas sin ánimo de lucro, bajo cuya denominación se amparan instituciones de muy diversas características y alcance, incluso algunas que no operan como fundaciones propiamente dichas. Por de pronto, son mayoría las fundaciones que recaudan fondos para el logro de sus fines. También existen fundaciones creadas por instituciones religiosas o por partidos políticos, en relación con sus propios fines, algunas de ellas con intensa labor y de considerable influencia. Sin embargo, aquí nos referimos fundamentalmente a aquellas fundaciones que cuentan con fondos propios (capital fundacional), con cuyas rentas se nutre el programa de actividades, o bien fundaciones que reciben institucional y periódicamente del sector privado las dotaciones presupuestarias para su progresivo aumento de capital y, sobre todo, para su funcionamiento, gracias a lo cual financian actividades propias o prestan ayuda a actividades no lucrativas de instituciones sociales (salud, educación, nutrición, etcétera), académicas (centros educativos, universitarios, de investigación), artísticas (museos, orquestas, compañías de ballet), etcétera, que forman parte del tejido social y sirven al bien común y público. Este tipo de fundaciones, gracias a su autonomía, aceptan llevar a cabo iniciativas experimentales y creativas, muchas veces con riesgos difícilmente asumibles por la Administración pública, aportando una fuente de crítica y de ideas innovadoras capaces de inspirar posteriormente actuaciones masivas o reformas generalizables a toda la sociedad.

En España y en el resto de los países de Europa, así como en Japón y en Estados Unidos, no es muy numeroso el colectivo de ese tipo de fundaciones descrito, pese a que existen más de 100.000 en todo el mundo, a las que empiezan a sumarse ahora tímida pero enérgicamente las de los países del Este, con ya más de 200 en Hungría y unas 20 en la Unión Soviética. La mayor parte de estas fundaciones, promovidas por la iniciativa privada, son de origen empresarial, industrial o bancario.

Las fundaciones a las que nos referimos aquí tienen una visión y vocación a largo plazo que permite una acción sistemática y profunda en ámbitos sociales, científicos y culturales bien definidos, gracias a la financiación de programas de acción propios o de terceros. La tendencia de estas fundaciones es la de no mantener proyectos concretos por encima de un plazo de cinco años, en promedio, a fin de no tener cautiva su capacidad de iniciativa, lo cual iría en desmedro de la deseable flexibilidad y adaptabilidad a las necesidades cambiantes.

Las fundaciones en España, que se amparan en las disposiciones legales vigentes, son asistenciales o culturales y docentes, casi a partes iguales. Las primeras, de acuerdo con un real decreto de 1899, y las segundas, acogidas a un decreto de 1972. Precisamente mi intensa relación con el mundo de las fundaciones se inicia en 1971, cuando, en desarrollo de la Ley General de Educación, me veo espoleado por Francisco Rubio Llorente, entonces ilustre asesor jurídico en el Ministerio de Educación y Ciencia, hasta llegar a constituir y presidir una comisión, que, gracias a su experta e intensa labor, logra la aprobación del decreto de 1972, cuyo contenido sobre el régimen de las fundaciones culturales privadas es consensuado con representantes de algunas de las principales fundaciones entonces ya existentes.Pero han pasado los años, con los consiguientes profundos cambios en casi todos los órdenes, y las fundaciones siguen sin otros instrumentos jurídicos y con una permanente falta de estímulos fiscales, lo que hace de España, paradójicamente, un país de gran impulso fundacional, pero sin el deseable apoyo que su labor recibe en la mayoría de los países occidentales, exceptuada la positiva imagen social que, en su mayoría, gozan.Más generosidadDesde el Club de La Haya, los directivos españoles participantes en el mismo hemos insistido en la necesidad de una disposición más generosa por parte del Estado, además de una información más amplia y trasparente desde las propias fundaciones sobre su origen, actividades y financiación. Concretamente, en 1978, en pleno período de debate de la Constitución Española, participaron, en una conferencia organizada por mí desde el Club de La Haya en Bonn, el inolvidable Justino Azcárate, además de Federico Mayor y Fernando Morán, junto con otros invitados tales como Ralf Dahrendorf. Allí se debatió sobre el necesario mayor amparo legal de las fundaciones en Europa. Por ello vimos posteriormente con gran satisfacción que la Constitución, en su artículo 34, dice: "Se reconoce el derecho de fundación para fines de interés general con arreglo a la ley", texto excepcional en el derecho constitucional comparado europeo, pero que exige ser desarrollado sin demora por ley.Las fundaciones son expresión de lo mejor de la sensibilidad social de la iniciativa empresarial privada por cuanto es la forma institucional más depurada a través de la que esa iniciativa devuelve a la sociedad parte de sus legítimos beneficios y contribuye al progreso de su entorno. Esta positiva realidad debe ser defendida y apoyada con ahínco de cara al futuro, no solamente como fuente de esos beneficios sociales o culturales, sino también en cuanto garantía del respeto a la iniciativa privada en una economía de mercado que se desenvuelve en el seno de Estados de derecho y democráticos.Han pasado los tiempos en los cuales se justificaba la actividad empresarial privada por el solo logro de unos beneficios y recurriendo a una dura competitividad, para dar paso a una conciencia cada vez más extendida entre los empresarios de su responsabilidad frente a la sociedad, al menos en su concreto entorno, muchas veces con la grata compensación de una mejor imagen, que contribuye, a su vez, al éxito empresarial.El futuro de las fundaciones en la sociedad moderna parece que será particularmente brillante si se consolida el actual vigoroso movimiento emergente de la sociedad civil, que busca ampliar sus oportunidades de participación social, frente a otros poderes preeminentes del pasado. Estas oportunidades acen de la creciente creatividad e innovación en la gestión privada, de la irrupción acelerada de nuevas tecnologías en la producción, de la expansión de altos niveles educativos y de la omnipresencia de las comunicaciones sociales, que contribuyen a la cohesión de mayores y más generalizadas expectativas sociales.

Desde estos planteamientos se contribuye, además, a una creciente redistribución de la renta, con rendimientos sociales elevados, al transferir de las empresas a las fundaciones la experiencia de la gestión económica para la gestión de los programas sociales, culturales, científicos y otros. Es, por tanto, interés de los Estados y de sus Gobiernos facilitar este desarrollo, sin por ello hacer dejación de su vigilancia para que se cumplan los fines fundacionales, de acuerdo con normativas legales actualizadas, distinguiendo claramente la diversa naturaleza y funcionamiento de los varios tipos de fundaciones existentes. Por su parte, también tiene que ser el interés de las fundaciones que por todas ellas se cumplan los propósitos de sus fudadores, adaptándolos a las nuevas realidades cambiantes.

Superar las diferencias

Los países de la nueva Europa comunitaria, que se está estructurando para poder lograr la plenitud de sus propósitos económicos y sociales, tienen que ser plenamente conscientes de la vigorosa realidad y del gran potencial de sus fundaciones, superando las profundas diferencias de consideración social y de trato fiscal que existen entre ellos ahora, de uno a otro país comunitario.

Las fundaciones, por su parte, deben informar ampliamente sobre sus actuaciones y procurar una cooperación cada vez mayor en el plano europeo e internacional para hacerse plenamente merecedoras del papel que tienen de levadura y de adelantadas del progreso social, cultural y científico. Las fundaciones privadas tendrán así cada vez más un papel destacado en la sociedad moderna.

Ricardo Diez Hochleitner ex presidente del Club de La Haya, es presidente de la Fundación Worlddidac y vicepresidente de la Fundación Santillana.

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