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Fiesta en casa de los Morgan

La gran banca se desentiende del Plan Brady para reducir la deuda de los países en desarrollo

Enric González

El Plan Brady, la gran esperanza de los países endeudados, se desvanece. Sus planteamientos (reducción de la deuda y aportación de nuevos créditos) fueron bien recibidos por los deudores y los dirigentes políticos más poderosos. Pero la banca comercial, la que debía encajar en sus activos una moderadísima contracción, dice que no. Y pide incentivos fiscales y contables para condescender a negociar con esos malos pagadores, mientras curiosamente se revitaliza el mercado secundario de la deuda, en el que la banca compra y vende porciones de crédito y exprime gotas de rentabilidad adicional al dinero que ofreció alegremente hace una década.

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Los banqueros no quieren ceder

Dennis Weatherstone, presidente del banco J. P. Morgan, prodigaba amplias sonrisas y joviales apretones de manos mientras paseaba, triunfal, entre la multitud de ilustres financieros, influyentes políticos y emperifolladas señoras de unos y otros. Nadie faltó a su fiesta, la tradicional reunión que Morgan convoca cada año en Washington, coincidiendo con la asamblea del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial. Su fiesta es la más sonada entre los numerosos fastos bancarios que se hacen coincidir con tal asamblea. Un detalle la distingue: el caviar. No debe confundirse el caviar de los Morgan con esas minúsculas porciones de exquisitez a las que, en contadas ocasiones, acceden ciertos mortales. No, el caviar de los Morgan no se saborea: se engulle a cucharadas mientras docenas de camareros acarrean cajas de malossol iraní, en un solemne rito de adoración a un ignoto dios de la riqueza.

Cita en el Tesoro

Cinco días antes de la fiesta, el viernes 22 de septiembre, Dennis Weatherstone había acudido a la mastodóntica sede del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, como jefe natural de una expedición de banqueros que quería aclararle las ideas al secretario del Tesoro, Nicholas Brady. Acababan de sentarse cuanto Weatherstone aclaró el auténtico significado de la gigantesca provisión de reservas (cercana a los 2.000 millones de dólares) concluida por su banco.Los 2.000 millones cubrían casi el 100% de los riesgos que

J. P. Morgan tiene contraidos con Latinoamérica. Algunos pensaban que, con un balance tan reforzado, Morgan adoptaría una actitud más clemente frente a sus deudores del sur. Se equivocaban: lo que Weatherstone comunicó a Brady fue que Morgan daba por cerrada la década de los 80, la década de la deuda. Tal vez no llegara a recuperar los créditos, pero ni hablar de perdonarlos, reducirlos, reestructurarlos o dulcificar los intereses. Y mientras los deudores no pagaran, no soltaría un dólar más. Sus colegas se adhirieron, con más o menos rudeza, a la postura de Weatherstone. Sólo el Manufacturers Hannover, un banco con problemas de liquidez, que tiene inmovilizada más de la mitad de sus préstamos en Argentina y necesita que el Tesoro y la Reserva Federal le mimen, guardó silencio.

La rebelión de los banqueros sacudió las sesiones que el Fondo y el Banco Mundial celebraban en el Hotel Sheraton. Ni siquiera México, que había alcanzado en julio un acuerdo con el comité de acreedores, tras un excepcional esfuerzo para ajustar su economía (ver cuadro) las tiene todas consigo ante la actitud de la banca. Y eso que el acuerdo mexicano no resultaba especialmente duro para los bancos. Su deuda, cercana a los 100.000 millones de dólares, podía reducirse mediante dos opciones, a elección del acreedor, y avalada cada una de ellas por un mecanismo de garantía.

La sustitución de títulos de deuda vieja por otros de deuda nueva a 30 años, con nominal a la par pero menos interés (de un promedio del 10% se pasaría a un 6,25%, a 30 años) quedaba avalada por la adquisición, por parte de México, de bonos del Tesoro estadounidense con ven cimiento en 2019. La ventaja consistía en que, descontando en origen los intereses, cada bono de 100 dólares cuesta en estos momentos poco más de ocho.

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