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ALAN GARCÍA HabIando francamente

Los hechos de la violencia en Colombia y el mensaje del presidente Bush al pueblo norteamericano han puesto la drogadicción y el narcotráfico como primer tema para la opinión internacional. Creo que los latinoamericanos debemos hablar franca y directamente sobre este tema al pueblo de Estados Unidos.Saludamos la decisión expresada por el presidente Bush; también su llamada al pueblo norteamericano para reprimir el consumo y atender la educación. Sin embargo, opinamos que se ha dado mucha más importancia al tema represivo y a las sanciones legales que a lo que se llama ayuda a los países productores, y que se reduce a una mínima entrega de helicópteros, armas, etcétera.

En este último tema está el punto más débil de la propuesta, y no sólo por, el monto económico exiguo, sino por el medio que se utiliza. Con algunas armas y aviones para los Gobiernos sólo se atacan los síntomas del gran problema. Primero, porque en América Latina el Estado no expresa plenamente la sociedad global, y segundo porque más eficaz que la represión es el desarrollo. Por eso dar algunas armas a los Gobiernos tiene una eficacia reducida. Para Estados Unidos sería más importante una relación económica con los agricultores y campesinos de Perú y Bolivia, una verdadera alianza con los productores. Esa alianza, que se lograría a través del mercado económico, convertiría a cada agricultor de Perú, de Bolivia y de Colombia en un decidido actor contra el narcotráfico. Creo que esta propuesta, aunque más compleja y costosa, sería más eficaz que lo propuesto hasta ahora.

Pero reorientar a un campesino que produce coca es un problema de precios de producción, de tecnificación, de mercado para sus productos, de industrialización, de buenas carreteras; y de ser el caso, de puentes aéreos para sacar su producción al extranjero.

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Hoy, una hectárea de coca produce 1.000 kilogramos por año y es comprada por los acopiadores a tres dólares el kilo. Así el campesino percibe 3.000 dólares anuales por hectárea. Además, el tráfico aéreo garantiza la salida del producto, que a su vez tiene un mercado asegurado y creciente. Muy distinto es el caso de otros cultivos. Por ejemplo, una hectárea de café en la misma zona produce 400 kilogramos y, con un precio de dos dólares por kilo, significa 800 dólares de ingreso anual. Una hectárea de cacao produce 500 kilogramos al precio de un dólar por kilo. Una hectárea de achiote produce 600 kilogramos al precio de 0,90 dólares por kilo. En esas condiciones, ningún producto es atractivo para el campesino. Además, por el estado de las carreteras y la situación de violencia terrorista, la salida de su producto hacia el mercado de la costa de Perú resulta imposible; y si se logra, los comerciantes retienen la mayor parte del precio.

Ante ello, ¿cómo hacer competitivos esos cultivos con el rendimiento de la coca? En primer lugar, constituyendo un fondo de avío agrícola y garantía de precios para esos productos, con el cual los campesinos no dependerían de los comerciantes y recibirían un mayor porcentaje del precio internacional.

Y aquí debemos decir francamente que la producción sólo podrá ser combatida de manera responsable con medidas económicas.

Las tierras más ricas de Perú, que son cientos de miles de hectáreas en el valle de Huallaga, están hoy esterilizadas por el cultivo de la coca. Los Gobiernos construyeron carreteras para incorporar esas tierras a la producción de alimentos y productos de exportación. Pero la demanda de la droga fue más fuerte que la inversión estatal y desconectó ese valle de la economía alimentaria de Perú. Una hectárea de coca produce dos o tres veces más ganancia que cualquier otro producto en la zona. Además, los narcotraficantes bloquean las carreteras del valle de Huallaga con actos terroristas y no queda otro camino a los campesinos que producir la coca, exportada directamente por los narcotraficantes gracias a sus avionetas.

En los últimos 10 años, el programa contra la producción de coca tuvo una ayuda de ocho millones de dólares anuales. Con ella se organizaron grupos para que, a la fuerza, arrancaran de raíz las plantas de coca. Fue contraproducente. En el valle de Huallaga hay 50.000 o 60.000 familias y cada una tiene entre dos y cuatro hectáreas. La erradicación a la fuerza arrebata a cada familia sus ingresos, y además impide por meses o años que un nuevo cultivo se arraigue en la tierra. Eso fue alimentando poco a poco la subversión.

Creo que la verdadera y sólida alianza que debería buscar el Gobierno norteamericano es con los agricultores de las zonas tropicales de nuestros tres países. Y ello para cambiar sus actuales cultivos.

En segundo lugar, con el mejoramiento técnico de la producción de café, cacao y achiote, para aumentar la producción por hectárea. Esto ya se ha comprobado en el caso del café: la producción de una hectárea mejorada pasa de 400 a 1.200 kilogramos por año y la ganancia del campesino aumenta de 800 a 2.400 dólares. Esto se acerca ya a la ganancia de 3.000

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Hablando francamente

es presidente de Perú

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