Los ricos también lloran
Un rico traficante de drogas sufre la muerte de su hija apuñalada por un joven adicto. El viejo trágico que es Buero Vallejo no puede prescindir del destino paradójico, del muerto por el hierro con que mata, en su nueva obra Música cercana. Él mismo deja libre una crítica subconsciente por boca de algunos personajes, que hablan del tópico del destino y de otros tópicos que se derraman, que condenan alguna cursilería que ellos mismos dicen o que definen un carácter como de personaje de teatro, con más de 100 antecedentes: en lugar de corregir lo que ve, hace la mueca de distanciarse de ello. Se mueve en terreno conocido; aunque otros que introduce le sean desconocidos por su novedad, y se note: la tecnología del vídeo y del ordenador, la nueva sociedad de la riqueza.El rico traficante tiene matices: él mismo, casi retirado por su afición al vídeo -pasa uno sobre su vida continuamente, para desolación de los demás personajes-, no sabe en realidad con qué gana el dinero: lo sabe su hijo, de la casta de nuevos banqueros: pelo engominado y esnifador de cocaína a quien corresponde el papel de malo absoluto: cínico, corruptor, despiadado, brutal (pero el ojo de la justicia ya los ha visto: al final de la obra se barrunta el necesario castigo). En el padre hay un intento de retrato y quizá una oposición interesante: el viejo banquero tiene una inocencia de fondo; el nuevo banquero no tiene escrúpulos, como si el autor creyese que el paso de las generaciones empeora la condición del dinero. El retrato apenas apuntado del viejo banquero, enamorado de algo -la vecina de enfrente, que cose tras los visillos, como siempre hacen estos ideales, y pone la música clásica que da origen y metáfora al título-, que se acostó con la criada -hoy dueña o nodriza de su hija- aprovechando el miedo de ésta a que la despidieran -su padre murió en la guerra-, tiene un carácter negociador. Porque en medio de todo hay otro caso: la riquísima hija (esa chica es tonta) tiene un novio, y el novio es un revolucionario supongamos que nicaragüense (el autor no lo dice, pero se asoma de su escondite por numerosos indicios); el malvado hermano le quiere hacer abandonar a la muchacha por 50 millones de pesetas, y el moderado padre quiere que el amor se cumpla pero que el novio se integre a la riqueza mediante la tentación, tan habitual, de la cultura.
Música cercana
Antonio Buero Vallejo. Intérpretes: Julio Núñez, Lydia Bosch, Encarna Paso, Manuel Ayones, Fernando Huesca, Estela Alcaraz. Escenografía y ambientación: Francisco Nieva. Dirección: Gustavo Pérez Puig. Teatro Maravillas, 22 de septiembre.
Condenación
Dilema: el chico se debate entre aceptar el dinero y entregarlo a su Gobierno revolucionario o dejar que su amor se cumpla. Y encuentra que la verdadera moral revolucionaria está en llevarse el dinero para la causa y dejar a la chica: siendo ésta tan tonta y anodina como la podemos ver los espectadores, no es extraña su decisión. Pero se frustra: a la chica la mata el atracador (inseguridad ciudadana) y se va su revolución con las manos totalmente limpias. El viejo y moderado banquero se encara con su soledad: y la alta ventana borrosa donde la solterona representa su última salvación -nótese lo de las alturas, donde viven los silenciosos dioses- se le cierra bruscamente: ¡está condenado! Y así cae el telón.La interpretación es perfecta si nos atenemos a la exageración teatralizada de esta superficialidad con aspecto de profunda. Hay mucho oficio en Encarna Paso como en Julio Núñez para obedecer la letra del dramaturgo y quizá las indicaciones del director, Gustavo Pérez Puig. Como Lydia Bosch no puede hacer más que de tonta en un papel de tonta; Miguel Ayones, de malo, y Fernando Huesca, de iluminado, incluso en el sentido material, porque las luces caen sobre él cuando pronuncia su discurso (Pérez Puig utiliza estas luces de estado de ánimo frecuentemente: quizá estén también en la letra). Y como Francisco Nieva no puede hacer más que un interior burgués aunque tenga en algunos puntos los ramalazos de su personalidad.
Todo esto parece gustar al público, acostumbrado a la tendencia melodramática de algunos seriales de televisión (en teatro esto ya no se hace) y complacido al comprobar que entiende nada menos que a Buero Vallejo. Ovacionan: tanto mejor.
Babelia
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