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Drogas y crisis de comportamiento Estados Unidos

Las metáforas marciales no dan en el blanco. En toda la retórica sobre la guerra a las drogas, la función del Gobierno es básicamente de presión y persuasión, similar a la que llevó a cabo en los años sesenta, cuando la crisis de los derechos humanos no admitía más demora.En las democracias, donde es preciso contemplar a la opinión pública, existen frivolidades necesarias. Una de ellas es el aspecto de guerra que ha adquirido la política antidrogas: el empleo de la Armada y también de la Infantería para apresar cargamentos.

Este apresamiento representa hoy el 1% del movimiento de drogas. Asumamos que un empleo más amplio del Ejército pudiera llevar ese porcentaje al 5%. Cada gramo así obtenido sería tan caro como un gramo de roca lunar.

Si desplegamos muchas fuerzas durante un largo tiempo en la profundidad de la selva colombiana, probablemente tengamos éxito en desplazar todo el aparato procesador... a Perú o Bolivia.

En 1984, los esfuerzos conjuntos de Estados Unidos y Colombia lograron destruir un parque industrial de cocaína en la selva: 14 laboratorios, siete aviones, galpones para cientos de obreros, 11.000 barriles de productos químicos, 14 toneladas de cocaína. ¿El resultado? Una pequeña y breve alza en el precio.

En una década, el tráfico de cocaína ha crecido de paquetes del tamaño de un bolso de mano a cargamentos de cuatro toneladas, como el encontrado en el carguero de madera brasileño. En 1988, un 55% de los alumnos del último curso de instituto encuestados dijeron que la cocaína era "bastante fácil" o "muy fácil" de obtener. En 1984 ese porcentaje era del 45%.

La superficie dedicada a la producción de coca ha experimentado un increíble aumento. Perú, que produce un 60% de esas hojas, tiene un ingreso per cápita anual de 900 dólares. Los dólares de la droga en EE UU equivalen al producto interior bruto conjunto de Perú, Bolivia y Colombia. Los sistemas policial y judicial de esos países no suprimirán rápidamente una actividad que da empleo a cientos de miles de personas.

Pero entonces, factores político-económicos mantendrán en Estados Unidos una guerra limitada a la droga. William Bennett, el zar antidroga, dice que "el crack es peor que los impuestos", pero su comandante en jefe discrepa profundamente de esta afirmación. Por tanto, aún habrá largas listas de espera en los establecimientos para tratamientos de drogadictos, que si contaran con los recursos suficientes, harían disminuir la demanda. La fobia republicana a los impuestos es una adicción peligrosa.

En realidad, ya estamos ganando la guerra. Y como generalmente sucede en las guerras, las bajas se producen de manera desproporcionada -y creciente- entre los pobres. El uso de cocaína y otras drogas por parte de los alumnos del último curso de instituto ha alcanzado su nivel más bajo en más de una década. Los sectores de la población estudiantil abiertos a la información han captado el mensaje: las drogas son peligrosas e idiotizan.

De todos modos, la gente que cursa el último año de instituto no constituye el grupo de mayor riesgo. Las drogas y las patologías concomitantes se confinan cada vez más en los sectores centrales de las ciudades (como los de Beirut, pero sin artillería pesada). Asumamos (no puede asumirse) que la nación permanecerá vigilante cuando se da cuenta de que la crisis se debe a que los habitantes de un barrio muy pobre se están devorando entre sí. ¿Puede haber algún sistema Ipara que el Gobierno tenga éxito en la tarea de realizar cambios de comportarniento y mentalidad a gran escala?

Los llamativos éxitos gubernamentales de recientes generaciones incluyen: la II Guerra Mundial y la reconstrueción de Europa; la TVA [los planes de desarrollo de F. D. Roosvelt] y la electrificación rural; los proyectos Manhattan y Apolo; el sistema de autopistas interestatales. Todos éstos fueron esencialmente logros materiales.

Estos logros no sirveri como modelo para una victoria en la guerra contra la infinidad de patologías sociales de las que las drogas son en parte causa y en parte efecto. Sin embargo, hay una analogía alentadora. En su base, el propósito de la legíslación sobre derechos humanos fue un cambio de mentalidad. Ésta fue una legislación tanto política como espiritual. Tuvo un éxito bastante grande.

La crisis de la droga no es una crisis de producción de Latinoamérica o de prohibicíón. Es una crisis de comportamiento de los norteamericanos, de apetitos producidos por mentalidades perversas. No obstante, las medidas políticas pueden cambiar mentalidades.

El requisito previo fundamental es un liderazgo político preparado para culpar, en primer lugar, a los propios norteamericanos.

Traducción: C. Scavino

Copyright The Washington Post.

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