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Claves económicas de una decisión política

La pura política tiene sus propias exigencias, que no tienen por qué coincidir con las que Puedan desprenderse de planteamientos técnicos, afirma el autor, aunque éstos constituyan -como en el caso del adelanto de las elecciones legislativas- un componente importante para la adopción de una decisión política racional.

Un ejercicio de abstracción en el que se prescindiera de los resultados -esotéricos para el común de los ciudadanos- de las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) conduciría a un mismo resultado, cualquiera que fueran los demás parámetros que se manejaran. Entre ellos, los económicos ocuparían, sin duda, un papel destacado. La afirmación -tantas veces reiterada desde diversos ángulos- de que no existe otra política económica distinta de la que se ha venido aplicando desde finales de 1982 incurre probablemente en un cierto grado de exageración o, al menos, es una afirmación sólo sostenible con referencia a unas líneas genéricas en las que puede caber un cierto margen de maniobra y, por consiguiente, unas posibilidades significativas de matización. Un tema claro a este respecto es la disociación existente entre la orientación básica de criterios realistas, y, por eso mismo, desligados de elementos doctrinarios que inspiran la política económica general, y los de la política tributaria. Ésta parece funcionar como una rueda que responde a un mecanismo propio, no conectado con los objetivos generales. Mientras la economía española ha vivido inmersa en un clima dominado por un sentimiento de euforia -crecimiento, inversión exterior e interior, disminución de los índices de inflación y de los de desempleo- que encubría una serie de importantes problemas subyacentes, quizá pudiera pensarse que las discusiones acerca del esfuerzo fiscal, el aumento de la presión fiscal y, sobre todo, la incidencia cualitativa de ésta sobre los procesos de formación del ahorro tenían más que nada un contenido académico o incluso ideológico.Los éxitos globales de la política económica, por más que en una buena parte se debieran a circunstancias extrínsecas favorables, ponían, cuando menos, sordina a cualquier crítica que se pudiera hacer a ciertos aspectos parciales de aquélla, como los que se acaban de mencionar.

No obstante, cuando las circunstancias han exigido -como así lo han entendido las autoridades económicas- afrontar los problemas derivados del aumento del consumo y de esa combinación explosiva del déficit público y el déficit comercial, que ni siquiera la enorme potencialidad de la economía estadounidense y el carácter de reserva internacional de su divisa pudieron soportar, se hace preciso enmarcar la política coyuntural en unas coordenadas de mayor alcance temporal y de mayor profundidad que las que han inspirado las medidas adoptadas a lo largo de la primavera, de signo fundamentalmente coyuntural, y que en el fondo no han utilizado otra cosa que los resortes de la política monetaria, una vez más instrumento prácticamente solitario.

Presupuestos restrictivos

Pudiera quizá pensarse que la necesidad, que se ha hecho patente, de enfocar con carácter restrictivo los Presupuestos para 1990 constituye un argumento tecnocrático, y por tanto deformado, a la hora de explicar una decisión de tan alto significado y alcance político como es el de la anticipación de las elecciones. No se ve, sin embargo, cómo sin un respaldo político recientemente refrendado se puede acometerse sin graves dificultades la doble tarea que las condiciones externas e internas del entorno económico imponen. No se trata simplemente de! enfriar la economía, lo cual siempre tiene un coste político en términos de reducción del consumo y, lo que es más sensible, de la creación de empleo. Lo que la economía española está pidiendo de cara a un próximo futuro, y desde luego con vistas al reto del mercado único, es, primeramente, un reajuste de sus grandes magnitudes, que pasa por una política monetaria de contención como la que se está llevando a efecto, con el acompañamiento de una política fiscal que opere en el mismo sentido, pero también una política a medio plazo más comprometida con la competitividad de nuestro aparato productivo.

El déficit creciente de la balanza comercial, aunque hasta ahora haya quedado cubierto por otros renglones de ingreso -algunos tan poco consistentes como unas entradas de capital a corto alentadas por el nivel de los tipos nominales de interés-, es algo bastante más importante que lo que pueda representar un elemento problemático en un renglón de una balanza de pagos, que en conjunto sigue aún arrojando considerables superávit.

Es principalmente un examen de las posibilidades de competir de la economia española en un mercado cada vez rnás abierto y, por eso mismo, más exigente, en el que las bazas principales han de ser la modernidad y la eficiencia y no la posición relativa de nuestra divisa, probablemente sobrevalorada en la actualidad.

Con esta perspectiva, la promoción del ahorro aparece como una actuacion prioritaria de la política económica, máxime cuando en una medida importante puede conseguirse con la eliminación de una serie de trabas y elementos adversos insertos en el sistema fiscal que ni siquiera proporcionan unos ingresos tributarios efectivos, por cuanto que operan más que nada como factores disuasorios o paralizantes. De este modo cobraría sentido el intento de frenar una corriente de consumo, indirectamente propiciada por el desaliento de su alternativa natural.

Dentro de un conjunto de medidas en el que de modo includible van a tener que insertarse bastantes de signo restrictivo, siempre poco populares, tienen cabida otras positivas como son las de fomento del ahorro, eficaces en múltiples aspectos: freno de la inflación a través de la contención del consumo; creación de empleo, en su carácter de apoyo financiero a la inversión, y inejora de la balanza comercial, merced al aumento de productividad y competitividad.

es consejero de la Sociedad Rectora de la Bolsa de Madrid y vicepresidente de Iberdealer.

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