De cómo el Rey está en paños menores
A trancas y barrancas, según lo otorga la mucha misericordia de este rotativo, que de cuando en cuando, aun sabiendo que estas nuestras monsergas poco van a interesar a la mayoría de sus cultos y democráticos lectores, nos deja entre sus páginas, destinadas a los negocios trascendentales de la política y la cultura, desoyendo razones de propiedad y rentabilidad y por puta conmiseración magnánima, un rincón donde podamos los de abajo sugerir nuestras razones desvalidas y comunicarnos los unos con los otros, seguimos dando señales de vida y diciendo algo de lo que en nuestra pobre popularidad sentimos o pensamos, que es lomismo.Hoy parece que es oportuno, como lo es siempre, recordar buenamente el primer mandamiento político de la gente del común: la táctica más elemental para poder desde abajo decir no eficazmente. Pues ello es que, de las armas que el poder emplea para liquidar al pueblo y convertirlo en masa de individuos, no son las primeras los fusiles, ni las centrales nucleares, ni la silla eléctrica, ni siquiera los autos personales, sino que la primera es la mentira: sin la mentira y la fe en la verdad de la mentira que a las poblaciones se les inculca (pero que los propios ejecutivos de Dios han de tener: más fe cuanto más arriba en el escalafón), sin eso tampoco los fusiles y demás funcionarían.
Así que no debe usted andar esperando a que le cuenten que la democracia norteamericana ejecuta (fliese usted en la palabrita) y que la Cuba revolucionaria hace lo mismo y lo mismo la Re pública Popular China, para es candalizarse con esas formas extremas de administración de muerte: tenía usted que haber empezado antes: en cuanto oiga sonar cosas como patria, familia, Dios o Alá, democracia (una u otra), desarrollo, futuro, rentabilidad, cultura, ya puede sin más echarse a temblar; porque ahí está la madre del cordero, y lo otro sólo son unas últimas consecuencias escandalosas.
Bien lo sabe la gente en sus corazones, cuando oye caer de arriba tales ideas y verdades; sólo que generalmente se lo calla: ¡tanto pesa el terror sobre las almas cada día!
Pero sólo en los países poco desarrollados toma forma de terror de pistolas, de hogueras, de cárceles, de guerras o de infiernos: bajo modalidades más progresadas de poder, el terror se manifiesta en formas m *as blandas y cotidianas, de manera que apenas se, da usted cuenta, y lo tiene casi en la sopa; pero no es menos terror que aquellos otros: es el terror de quedar fuera del cuadro, de no ser uno de la mayoría, de no ser normal, de no ser culto, de no tostarse en el verano, de no saber los nombres de los ejecutivos de Dios o de sus señoras.
Decir no
Contra ese miedo nos permitimos, aquí, sugerirle algún remedio, algo que le deje decir no a pleno pulmón y alegremente, hombre, a ver si revive usted un poco. Así en conjunto, el secreto consiste en que el Rey, de verdad, está en paños menores en la catedral, que ninguna figura aparece en el retablo de las maravillas; así que no hay motivo para no declarar que está en paños menores el Rey, que nada pasa en el retablo, y al contrario, alguna razón que no necesita de razones invita a declararlo, en donde quiera, en cualquier momento, como el sacristán borracho de don Juan Manuel, como el sargento energúmeno de Cervantes.
Nada en la cosa que le haga callar a usted, sino sólo el miedo de que, según la fe impuesta por los falsos tejedores o los titiriteros, al decirlo se declare usted malnacido, hijo de puta, "de ellos, de ellos", como dicen las autoridades en el Retablo. Se requiere pues que le importe a usted un rábano ser un hijo de madre y perder su legitimidad, como nada le importa al niño, al perdulario, al vástago de padres desconocidos en el cuento: así podrá usted decir cómo es la cosa; y verá cómo, empezando por ahí, por abajo, la gente va perdiendo el miedo a reconocer lo que siente, y pasa la voz de los ciudadanos a los ministros ("de Ellos, de Ellos", con mayúscula), hasta que se vea en paños menores el Rey mismo. Tan sencilla es la condición (un poco de desinterés por su propia clasíficación social) para que pueda usted decir la mentira de las verdades que le venden.
Eso en general; pero, como las mentiras se las sirven a usted con diversas tazas y cucharas, vamos aquí a sugerirle lo mismo, pero por partes. Empezamos hoy por el arte, que es cosa de postín y de cultura, pero de mucho interés político y popular: no en vano es la cultura el Ministerio más importante de los Estados desarrollados. Bueno, pues ahí tiene usted las exposiciones de pintura o escultura de vanguardia, las subastas milmillonarias de cuadros o el traslado en avión, bajo seguro milmillonario, de alguna joya del genio de la humanidad. Usted va y mira, obediente; huele a veces; hasta intenta palpar, si le deja el guarda; y nada: ni siente usted ni padece nada, ni tiembla ni disfruta, ni sabe para qué podrá valer aquello. Pero, ssscht, acojonado como está usted normalmente por el poder de la cultura, no lo dice, se lo calla; a lo mejor declara modestamente que es que usted no entiende; y hasta puede que, atormentada su conciencia, pase usted a leer los artículos de crítica artística y las declaraciones de los vendedores de arte, de los que entienden, donde se habla de retroproyección de masas, de garra, de revolución lumínica, de centrifugación de estructuras fragmentales... Ahora entiende usted menos ' pero ante esos latines, "con la Iglesia hemos topado" se dice usted agachando las orejas, y se calla.
Cara de bobo
Y bien que le gustaría por lo bajo (sospechando la explotación monumental que con todo ello se monta sobre los lomos de la gente) poder decir lo que siente: que es todo camelo, que eso no pinta nada en la vida, que no le sirve a la gente para nada, que los que van a las exposiciones ponen una ellos mismos: ya le he dicho que de la fe no hay quien se salve; y más cuanto más arriba) los ejecutivos del negociazo de las artes. Bien que le saldría del corazón (de la razón), ante el montaje, enmarcado en éter y cacareado, de algún ilustre de la plástica, declarar que eso no es otra cosa que una mierda pinchada en un palo, sólo que, eso sí, firmada.
Pues bien, a lo que aquí estamos es a quitarle el miedo, hombre, de ser un hijo de lo que sea, y animarle a que lo diga: porque es verdad (aquí lo sabemos de buena tinta, y hasta nos codearnos con lo más sublime de los entendidos), es verdad que es camelo, que es mierda firmada, que es una explotación de la credulidad, que a la gente no le sirve para nada.
Así que dígalo, ea: y como usted no entiende, no ande parándose mucho en barras: a lo mejor se pierde usted algo bueno entre la barredura, algo de placer y descubrimiento; pero eso ya se verá de que se haga un poco de limpieza.
Y si es usted por ventura tino de la mirada de jóvenes artistas que andan pugnando por promocionarse, entrar en el mercado, hacerse firma y dejar su nombre en la historia de la plástica contemporánea..., no te vamos a decir aquí lo que debes hacer, muchacho; pero, si sientes que sabes hacer algo con esas manos y con esos ojos, algo que a la gente del común le sirva de algo, pues házlo, hombre, y véndeselo si puedes a la gente (total, pa lo que vale el dinero ... ), y no te vendas: sábete (lo que ya sabes) que el arte no lo hace ni el mercado oficial ni el camelo literario de los críticos, sino la utilidad, y que hacer cosas que a la gente no le sirven para nada, sino para el nombre y la cultura, eso es contribuir al camelo del dominio y, por pura estupidez, traicionar al pueblo del que naces. Ya oyes; luego, lo que hagas, tú lo verás; o Dios.
Pero esto del arte era sólo una muestra. A otras pasaremos otro día, si nos dejan. ¿Qué le parecerá a usted cuando pasemos a la economía, a la música de masas y de elites, a la ciencia? Ya lo veo a usted cómo se relame.
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