El toreo a pincel
Higuero / Vázquez, Lozano, Cuéllar
Cuatro toros de Miguel Higuero, desiguales de presentación, mansos, dos manejables, 5º y 6º (cinqueño) peligrosos; 12 del conde de la Maza, escurrido, con genio, y 31 de Antonio Pérez, flojo y descastado. Sospechosos de pitones. Curro Vázquez: pinchazo perdiendo la muleta, otro hondo, rueda -de peones y dos descabellos (silencio); media (oreja). Fernando Lozano: estocada ladeada (oreja); media trasera atravesada, rueda de peones y tres descabellos (palmas y también pitos cuando saluda). Juan Cuéllar. media estocada tendida y descabello (palmas y saludos); dos pinchazos y estocada corta tendida (palmas). Plaza de Aranjuez, 4 de septiembre. 4º y última, corrida de feria.
Dibujar el toreo y pintarlo son cosas distintas, como en la vida misma. Hay diestros notables que dibujan el toreo mientras pintarlo sólo está al alcance de los elegidos. Y aun los elegidos no siempre tienen la inspiración a punto. A los elegidos hay que seguirlos donde vayan y observarlos sin pestañear, por si en un descuido les da por pintar el toreo a pincel. Curro Vázquez es en su torera veteranía uno de ellos, con inquietudes artísticas ya contrastadas, si bien su toreo a pincel en Aranjuez fue algo especial.Acaeció en el propio prólogo de su segunda faena. El toro, un cuajado colorao encendido de cuernos blancos y de pitón no muy católico, le venía a tranco rítmico, con la fijeza que se supone debe tener un toro bravo, y fundía su embestida en el movimiento suave de la muleta. ¡Ooolé!, coreaba la afición. Curro Vázquez bajaba la mano de mandar hasta donde se debe, arqueaba la pierna tanto cuanto requería para que humillara el toro, le obligaba a doblar en el ayudado de castigo, a girar en el pase- de la firma, a mecerse en el trincherazo, y finalmente se fue graciosamente a los medios acompañado por un estruendo de oleoleole y con ole.La afición, que tenía hecho monumento de la pierna arqueda de Antoñete, ya puede iniciar suscripción pública para erigir otro a la de Curro Vázquez. Antoñete y Curro Vázquez: no hay nadie en la torería contemporánea que arquee mejor la pierna. Arquearla, sí, la arquean muchos, mas el arqueo torero requiere matices de recóndita sutilidad. Uno de los que llaman maestro porque arquea mucho la pierna, en realidad se agacha, y tanto, que a veces va por el ruedo en cuclillas. No: el ángulo del arqueo habrá de ser hasta donde el toro requiera, la suerte mande, la inspiración dicte. Y que no padezca reuma el artista.
Tampoco es que Curro Vázquez redondeara sus faenas, ni siquiera la del toro colorao encendido. Pero 11 afición se dio por satisfecha con aquel toreo a pincel hecho de dobladas (doblones les llamaban cuando la República), trincherazos, pases de la firma, cambios de mano y luego irse marchoso diciendo ahí queda eso, y ole con ole.
Los toros, ya se sabe: la corrida tuvo dificultades. El primero de Curro Vázquez parecía novillote flojucho y resultó violento fortachón que remataba duro en los naturales y derechazos. El colorao encendido se fue apagando y tomaba cada vez más corto los naturales que Curro Vázquez dio, citando con la muleta retrasada y en uve, por cierto.
Sólo un toro, el segundo, resultó claro, y a ese le hizo Fernando Lozano faena ortodoxa, interpretando con seriedad y aplomo las suertes fundamentales. El tercero tenía media arrancada y Juan Cuéllar leaguantó los parones. Al peligroso quinto, un ejemplar de más de 600 kilos, le macheteó Lozano, y en pleno macheteo sufrió un gañafón que de poco le pela el flequillo. El sexto, cinqueño, grandón y mutilado de pitones, huía despavorido del caballo, aunque una vez le agarró Mejorcito un gran puyazo, ejecutado en todo lo alto.
Todos los trucos, los regates, los derrotes traicioneros propios de un cinqueño corraleado empleó ese sexto toro, a pesar de lo cual Juan Cuéllar aguantó derrotes, consintió coladas y llegó a dar pases. Hubo gran emoción. Eran, aquellas, imágenes de la tauromaquia añeja, repetidas en el marco romántico de la plaza histórica, y se entenebrecían, porque la noche había caído, el rayo rasgaba a fuego la espesa negrura de los nubarrones, retumbaban truenos, y remolinos de aire huracanado venteaban violentamente papelotes y arena por el tendido y el redondel. Así acabó la Feria del Motín. En el fondo, todo un espectáculo.
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